Suiza aprobó en referéndum en el año 2005 una moratoria sobre cultivos transgénicos que ahora prorroga hasta 2013 para poder completar las investigaciones que están realizando sobre estas variedades.
En la India se acaba de aprobar una moratoria sobre el cultivo de variedades transgénicas de berenjena Bt “hasta que estudios científicos independientes aclaren la seguridad de estas variedades desde el punto de vista de su impacto a largo plazo sobre la salud humana y sobre el medio”. En el ámbito de la salud, la agencia sudafricana que vela por la calidad de la publicidad obligó en el 2007 a la empresa Monsanto a retirar un anuncio en el que afirmaba que no se habían detectado problemas con los alimentos transgénicos.
Tenía buenas razones para hacerlo, pues decir que “no se han demostrado efectos negativos de las variedades transgénicas sobre la salud humana” implica obviar varias cuestiones. Por un lado, son las empresas que comercializan estas variedades las que deben hacer los estudios suficientes para garantizar, mínimamente, su seguridad. J. L. Domingo, profesor de Toxicología de la Universitat Rovira i Virgili, ya denunció en un trabajo publicado en Science que no existían los estudios suficientes que dieran esas garantías. La propia Comisión Europea reconocía que, sobre los transgénicos, “algunos temas no se han estudiado en absoluto”. Por otro lado, no se ha realizado ningún estudio que analice los posibles efectos sobre las personas. Sí existen algunos estudios de laboratorio con ratones, y éstos muestran algunos problemas para la salud: envejecimiento prematuro del hígado con soja transgénica resistente al herbicida glifosato, y problemas en hígado y riñones y de reacciones alergénicas con el maíz Bt.
Si algo caracteriza la cuestión de los transgénicos es la falta de rigor con el que las autoridades de seguridad alimentaria han dado el beneplácito a estas variedades aplicando una “estricta normativa”. Cabría definir cuál es el riesgo que la sociedad está dispuesta a asumir en relación a los cultivos transgénicos. Para ello, lo primero es preguntarse: ¿para qué queremos los cultivos transgénicos? ¿Con qué objetivos los plantamos? ¿Qué impactos negativos tiene su cultivo, tanto en términos sociales como ecológicos y para la salud? Y para conseguir esos objetivos, ¿existen otras alternativas más seguras? Y a igual riesgo, ¿existen otras alternativas más baratas? Más que ir en contra del avance científico, nos permitiría hacer más ciencia.
En la actualidad, los transgénicos no solucionan ninguna necesidad social ni ecológica. La idea de producir medicinas en plantas no supone producir nuevas medicinas, sino sólo trasladar el proceso desde un laboratorio, relativamente cerrado y controlado, al campo, ese espacio abierto e incontrolado por antonomasia. Para estos problemas sociales y ambientales existen otras soluciones que implican cambios en el ámbito político, pero son soluciones más baratas, más seguras y más justas. Se han hecho aportaciones para resolver el problema del hambre desde el ámbito de las ciencias sociales y políticas. También desde las ciencias ambientales se proponen soluciones que, sin los cultivos transgénicos, permitirían mitigar y adaptar a los pueblos a nuevas condiciones climáticas. Si algo caracteriza a las semillas transgénicas es el oscurantismo, el pensar las soluciones “desde arriba”, sin contar con las personas potenciales beneficiarias de sus “magníficas cualidades”, o sin las aportaciones de otras ramas científicas o de la sociedad para analizar la realidad desde otras perspectivas.
Los transgénicos han recibido la bendición de todas las instituciones (i)responsables bajo el manto de una “tecnología punta” y de una “ciencia sólida” y supuestamente monolítica en su apoyo a esta tecnología. Algunos se suben a este barco porque la “tecnocracia” es decir, la creencia de que la tecnología aportará la solución a todos nuestros problemas, es la religión de nuestros días. Otros porque es su negocio. Y los de la bodega, porque creen que este barco les sacará de su miseria actual. Cuando el barco se esté hundiendo, aquéllos seguirán sin dejarles salir a flote. Un ejemplo, en España podemos encontrar semilla de maíz transgénico igual o más barata que la de variedades convencionales.
La misma táctica que las grandes superficies comerciales: vender por debajo del precio de coste para inundar el mercado. Pero ¿qué pasará el día que tengan aún más controlado el mercado de semillas? En Illinois el precio de la semilla de soja se ha triplicado desde el año 2000 mientras que las producciones han aumentado menos del 1%.
Marta G. Rivera Ferre
UCM.es
- Marta G. Rivera Ferre es Investigadora de Veterinarios sin Fronteras