Erase una vez dos gemelos, Rock y Brock. Cada sábado, su abuelo les daba un dólar. Así, durante lo que duró el verano. Había un incentivo. Cada semana, el abuelo igualaría la paga de lo que tuvieran ahorrado. Rock prefirió gastarlo en golosinas al recibirlo. Brock lo guardó. Pasadas 10 semanas, Brock amasó una pequeña fortuna de 512 dólares. Rock se lo comió.
La autora del relato es Sheila Bair. La de escritora es una faceta desconocida de la presidenta de la agencia que en EE UU protege los depósitos (FDIC) en 7.932 instituciones bancarias
Sheila Bair, de 56 años, está considerada como la superpolicía de Wall Street, un mundo que vigila desde Washington junto a Mary Schapiro -la primera mujer al frente de la Securities and Exchange Commission (Comisión del Mercado de Valores)-, Elizabeth Warren -presidenta del panel que supervisa el Fondo de Estabilidad Financiera (TARP)- y la senadora Blanche Lincoln -autora de la enmienda para separar de los bancos el negocio con derivados
La historia de Bair es tan interesante como reveladora. Conoce Wall Street desde dentro, pero su carrera no se forjó en Wall Street. Como Schapiro y Warren, arrancó lejos del distrito financiero neoyorquino, el corazón del capitalismo. Nacida en Wichita (Kansas), fue banquera de una pequeña entidad antes de entrar en el gabinete del ex senador republicano Robert Dole.
Es una persona con valores profundos que defiende sin retraerse, y de una honestidad brutal. Aprendió ya de pequeña la lección de los tiempos difíciles. Y a lo largo de su carrera vio a mucha gente perder dinero por no estar informada. Por eso cree que junto a la regulación debe haber un esfuerzo por educar al consumidor. Sus libros para niños, dice, son un arma poderosa para explicar los principios básicos de las finanzas. Consejos que espera sigan también los padres.
Sheila Bair trabajó para la Administración de George Bush en 2001, como asistente de la secretaría del Tesoro para instituciones financieras. Allí vivió el impacto de los atentados suicidas del 11-S y el derrumbe de Enron por fraude contable. Ese paso por el Tesoro le daría después una información clave para entender lo que se estaba gestando en la trastienda.
Bush le confió la FDIC en junio de 2006. Todo se torció cuando el mercado inmobiliario tocó techo mientras los intereses subían como la espuma. A la vista de la que se venía encima, intentó que los bancos revisaran los créditos, para evitar una ola de desahucios que arrastrara a la economía. Los bancos no le hicieron caso. Pero ella insistió.
Bair participa en el proceso de reestructuración del sistema financiero, el más drástico desde la Depresión. Aunque se la considera de tendencia conservadora, es más progresista en cuestiones de regulación financiera que la mayoría de demócratas. Quizá por eso, y por su tenacidad, sea tan respetada en el Capitolio.
Su perfil bipartidista gusta en la Casa Blanca. Pero no ceja en defender su visión. Se opone a que en la futura estructura financiera se concentren todos los poderes de supervisión en la Reserva Federal. Es más, quiere que se amplíen los tentáculos de la agencia que preside, para tener más autoridad en las instituciones a las que ahora no llega, como las aseguradoras.
Bair, al igual que Schapiro, busca tener el poder necesario para frenar las prácticas abusivas de las entidades. Su abierta defensa de los derechos de los pequeños inversores, propietarios y ahorradores la lanzó a lo más alto y solidificó su reputación. Le gusta recordar a los burócratas de Washington y a los tiburones de Wall Street que en toda crisis hay un lado humano, como las familias desesperadas por el temor a perder sus hogares. "Ese miedo en sus caras es lo que más me impacta", dijo en un evento organizado en California por el gobernador Arnold Schwarzenegger.
La brillante hoja de servicios de Sheila Bair tiene, sin embargo, una pequeña mancha en la intervención de Wachovia. La FDIC negoció con Citigroup la transferencia de sus activos, pero la dirección de Wachovia optó por fusionarse con Wells Fargo. Bair bendijo la maniobra, lo que creó una fuerte tensión con la Reserva Federal, que consideró minaba su autoridad.