Cuenta la leyenda que hace cientos de años el cielo no tenía estrellas y que de repente una noche se pobló de ellas, yo creo que tan sólo es una leyenda, pero quizás la explicación de la leyenda sea más bonita de oir que la explicación real que nos dan los científicos, en cualquier caso, ¿importa?, ¿qué más dá?, además, creo que es mucho mas sugestivo mirar las estrellas y pensar en esta leyenda, que mirarlas y simplemente ver lucecitas brillar.
La historia comienza en primavera, hace muchos cientos de años, en la época medieval, cuando una maravillosa chica de bonita mirada, de rubia melena y de precioso cuerpo conoció a un chico, ni muy guapo, ni muy feo, pero muy soñador, tal vez demasiado.
Sin embargo, había un problema, ella era una bella princesa y él era un simple ayudante de constructor, pero él no supo que había conocido a una princesa hasta que ya era tarde y se había enamorado de ella. No es que fuera malo enamorarse de ella por como era, sino por ser princesa y tener reservado un destino distinto.
Se conocieron una mañana mientras ella, sin sus habituales trajes lujosos, sin su brioso y negro corcel y sin su séquito de cortesanos daba un paseo por un prado cercano al castillo donde, en compañía de los suyos, vivía.
Por su parte, el muchacho estaba descansando en el prado, un poco antes de la hora de comer y justo después de concluir su trabajo de ayudante de constructor. Le gustaba tumbarse sobre la fresca hierba, en un pequeño montículo, mientras miraba al cielo y se quedaba embelesado mirando las nubes formar curiosos dibujos y mientras se imaginaba a si mismo en el futuro, construyendo castillos, construyendo bellas moradas, construyendo puentes, haciendo tan sólo lo que le gustaba. Quizás era ese su problema, que su mente se iba mucho más allá de lo que sus actos podrían lograr.
Mientras ella paseaba por el prado se fijó en aquel muchacho que estaba tumbado y le extrañó que no le dijera nada, puesto que ella, allá por donde iba era siempre halagada. Sintió cierta curiosidad por aquel muchacho y se acercó hasta donde él estaba.
Él sí que se había fijado en ella cuando a lo lejos la vió aparecer en el prado (¡cómo no fijarse, si era la más bella que jamás vió!), sin embargo, no dijo nada, pues tan acostumbrado estaba a que nadie en él se fijara que prefirió seguir imaginado, aunque ahora se imaginaba besándola, amándola, queriéndola.
Por eso se sorprendió cuando ella le dijo "Hola", se sintió el más afortunado, por un momento se olvidó de todo, de donde era, de donde estaba...
Ella se tumbó también en el prado, a cierta distancia de él, sin que los cuerpos se rozaran y comenzaron a hablar, y cada uno comenzó a soñar con el otro, mientras el tiempo pasaba.
Y así pasaron los días, siempre se veían justo antes de comer, sobre el mediodía, cuando el sol hacía brillar aún más el cabello de la maravillosa muchacha. Él nunca preguntó nada, no sabía donde vivía, a qué se dedicaba, tan sólo pretendía que llegara la hora de verla cada día, hablar de ellos y soñar juntos. Fueron pasando los días y a cada día que pasaba ella estaba más enamorada, a él le pasaba lo mismo, cada día que pasaba le resultaba más necesaria.
Pero llegó un día de pleno verano y ella no apareció, el muchacho preocupado, por los alrededores la buscó y así día tras día, manteniendo la esperanza de que seguro regresaría ... un día regresó.
Pero regresó de otro modo, estaba distinta, estaba aún más guapa, llevaba un precioso caballo y un bonito vestido azul, estaba tan hermosa. El muchacho temeroso se quedó parado, hasta que ella bajó del caballo y corriendo se acercó a él para darle un fuerte abrazo y pedirle perdón.
Ella le contó toda su historia, de quién era hija, quién era su familia, donde estaba su castillo, qué es lo qué para ella habían previsto. El muchacho soprendido, en ningún momento se enfadó y le dió un fortísimo abrazo prometiéndole que nunca se separaría de ella y que daba igual lo que pasara, siempre estaría el prado, siempre podrían contemplar juntos las nubes, siempre podrían besarse y amarse bajo el luminoso sol.
Y así fueron pasando los días, cada vez, sintiendo más amor y, cada vez, necesitándose más los dos. Mientras tanto el muchacho seguía trabajando de ayudante de constructor, soñando con su princesa, soñando con una vida mejor.
Hasta que llegó el día en que la princesa se casó, el lo sabía, pero aun así no le importó. El día de la boda se declaró fiesta y todos: niños y adultos, hombres y mujeres, ricos y pobres, acudieron a ver la ceremonia, a ver a la novia, hasta el muchacho acudió.
La princesa estaba guapísima, su belleza a todo el mundo deslumbraba. El muchacho, solitario, la veía a lo lejos, puesto que las primeras filas estaban reservadas a la gente de mayor clase. Se oían comentarios acerca de la belleza de tan maravillosa princesa.
Dicen que la princesa mientras desfilaba en la carroza nupcial iba mirando entre la gente y que durante unos segundos se quedó mirando a un muchacho ni muy guapo, ni muy feo, tal vez demasiado. Durante esos segundos el resto de la gente se giró para ver a quien miraba. Dicen también que la princesa, que tenía fama de fría, derramó dos lágrimas al ver a aquel muchacho. Dicen que no fue por el muchacho sino por la emoción del día, el muchacho y la princesa sabían que no.
Cuando acabó la ceremonia, cuando se acabó la fiesta, el muchacho, con una sonrisa en la cara, pero con los ojos llenos de lágrimas se dirigió hacia una de las Iglesias que había construido su maestro el constructor y en la que el había participado haciendo que la Iglesia estuviera alineada en dirección al prado. Se subió a la torre del campanario, miró al cielo, con la luna a lo lejos, miró en dirección al prado recordando a su princesa, sonrió, y se lanzó al vacío.
Al día siguiente encontraron su cuerpo tumbado a los pies de la Iglesia, con una sonrisa dibujada en la cara. La princesa al cabo de varias semanas se enteró, dicen que no ha vuelto a sonreir, dicen también que todas las mañanas acude a un prado y se tumba sobre la fresca hierba mientras mirando a las nubes se imagina haciendo el amor con un muchacho ni muy guapo, ni muy feo, pero muy soñador, tal vez demasiado.
Dice la leyenda que la noche en la que el muchacho murió, en el cielo aparecieron miles de estrellas. También dicen que esas estrellas son los trocitos de su corazón que camino del cielo se rompió.
Dice la leyenda que las estrellas brillan debido a las lágrimas que el corazón del muchacho se tragó y que cada destello es una lágrima.
Dice la leyenda que la princesa todos los días del resto de su vida miró cada noche al cielo para ver si las estrellas dejaban de brillar.
Dice la leyenda que la noche en que la princesa murió el cielo dobló su cantidad de estrellas y que a la noche siguiente las estrellas volvieron a brillar aún con más intensidad.
Dice la leyenda que las estrellas desde esa noche nunca han dejado de brillar.
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