Las cosquillas son reacciones nerviosas que experimentamos ante roces de una persona u objeto en diferentes partes de nuestro cuerpo. Las axilas son las zonas más sensibles a las cosquillas, seguidas por la cintura, las costillas, los pies y las rodillas, en orden decreciente.
Cuando las experimentamos no podemos evitar la risa, incluso podemos padecer incontrolables ataques de risa, por lo que no son pocos los que huyen cuando se acercan a ellos con la clara intrención de hacerles cosquillas.
Pero, ¿por qué se reacciona con un acto reflejo de risa cuando nos hacen cosquillas? ¿Y por qué en ocasiones nos causan mucha risa y en otras apenas nada? ¿Y por qué no se puede hacer cosquillas uno a sí mismo? Bueno, poder se puede, pero no nos hacemos gracia, no nos causan ninguna risa.
Las cosquillas no son un comportamiento exclusivo del hombre, pues son bastante comunes en otros mamíferos. Aunque en los primates provocan una reacción más fuerte. Ello supone que su origen es anterior al del hombre, y las peculiaridades en el mismo no se deberían al origen del mecanismo, sino a adaptaciones posteriores.
En ausencia de lenguaje, los miembros de un grupo, tribu o clan familiar, se comunicaban por medio de gritos, llantos y de la risa, que significaba la ausencia de peligro. Cuando un miembro del grupo era rozado por alguien o algo podía avisar al resto de sus congéneres por medio de la risa de que no sufría daño alguno. Nótese al respecto que cuanto más sensible es la región del cuerpo afectada, cuanto mayor sea la amenaza de un contacto hostil, más incontrolable es la risa.
Por ello las cosquillas operan como un mecanismo que afianza los vínculos familiares y sociales. Es una muestra de confianza, por lo que un niño se reirá descontroladamente si sus padres le hacen cosquillas, porque entiende que es un proceso inofensivo. Pero si las cosquillas las hace un extraño con una actitud que no satisface al niño —o incluso al bebé— éste se sentirá inseguro y no emitirá con su risa ningún mensaje de falta de alarma. Incluso puede reforzar esa señal de peligro con el llanto.
En cuanto a por qué no nos vamos a reír con nuestro propio roce, ya debería estar claro a estas alturas: no se crea ningún peligro cuando uno se toca a sí mismo.
Conforme nos vamos haciendo mayores tenemos menos cosquillas, pues reaccionamos de una manera más tranquila frente a las personas que nos rodean.
Además de la cohesión social, las cosquillas tienen otros usos entre los que se encuentra el castigo y la tortura. Aunque producen risa y pueden ser placenteras en un principio se convierten en un incordio después de un largo período de tiempo. Por ello se impusieron penas de cosquillas en la antigua Roma, China y en la Europa medieval.