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Autoayuda y Superación: ¿Quiénes somos?
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From: Marti2  (Original message) Sent: 02/11/2009 21:46

¿Quiénes somos?
 
-¿Y tú quién eres?- preguntó la oruga.
Alicia respondió, tímidamente: - Yo...ahora no estoy segura. Pero al menos sé quién era cuando me levanté esta mañana, aunque desde entonces debo haber cambiado varias veces. Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.
 
 
 
En todo ser humano existen varias sub-personalidades o yoes. Solemos creer que somos seres congruentes e integrados, con una identidad única. Sin embargo, al igual que el cuerpo físico está formado por diferentes órganos y sistemas, la característica esencial de la psique es la multiplicidad. Además de nuestra familia externa, compuesta por padres, hermanos y otros parientes, tenemos una familia interna, una comunidad interior multifacética.
Nuestros distintos yoes son relativamente independientes y autónomos. Cada uno tiene sus propias necesidades, impulsos, deseos y opiniones, llegando incluso a diferenciarse en sus gestos y posturas corporales. Algunos forman parte de nuestra identidad consciente, y por lo tanto, los reconocemos con facilidad. Su contraparte son los yoes que existen en la sombra, y que reprimimos a fin de mantener nuestra auto-imagen consciente y/o para preservar nuestros vínculos con los demás.
Percibir nuestra multiplicidad nos permite comprender cambios de conducta, tanto propios como ajenos, que con frecuencia nos resultan desconcertantes. Es común tomar una decisión, como ponernos a dieta, estudiar un idioma, o dejar de fumar, para luego abandonar estos proyectos debido a que surgen otros yoes que no tienen ninguna intención de realizarlos. Un proceso similar ocurre cuando un hombre o una mujer le dice a su pareja que la ama profundamente para exhibir luego una serie de actitudes indiferentes o distantes, producto de la emergencia de un yo que no desea la intimidad.
Personajes que nos habitan:
Uno de ellos es el yo protector o controlador, cuya función es proteger al niño vulnerable. Surge a una edad muy temprana, se dedica a descubrir los comportamientos premiados y castigados, y crea un conjunto de reglas que deben ser obedecidas en todo momento. Tiende a ejercer su control sobre la propia conducta y la de quienes nos rodean, y es sumamente rígido y estructurado.
El yo incentivador está siempre atento a lo que debemos hacer. Confecciona listas minuciosas y detalladas con infinidad de quehaceres, y una vez cumplidos, inmediatamente agrega otros. Su función es estimularnos constantemente para sentir que somos exitosos. No obstante, su carácter compulsivo nos impide relajarnos y tener un contacto profundo con nosotros mismos y con los demás, y muchas veces percibimos su presencia por medio de síntomas físicos: dolores de cabeza, presión sanguínea elevada, contracturas musculares e insomnio.
El yo perfeccionista tiene un elevado nivel de exigencias en todos los planos. Nos impone tener un aspecto perfecto, vestirnos de acuerdo a la última moda, tener una pareja, hijos y un hogar también perfectos, un automóvil último modelo, o al menos impecable y lustrado, y ser siempre los mejores en todo. Durante una sesión en la que trabajamos este aspecto, Jorge, un odontólogo de 58 años, me dijo que su perfeccionista interior le resultaba imprescindible. Creía que sin él, su vida sería un desastre, ya que se dejaría estar, no estudiaría ni haría deportes y tampoco trabajaría todos los días como solía hacerlo. Afortunadamente, logró darse cuenta de las demandas excesivas de este aspecto, y aprendió a regular su intensidad.
El yo crítico se dedica a censurarnos constantemente. No hay logro que baste: siempre encuentra algo que hemos hecho mal. Tiene un talento increíble para detectar todos nuestros errores y defectos, reales e imaginarios, y hacérnoslos notar, y sus tácticas son la comparación con los demás y la descalificación permanente. No se pierde ningún detalle, y toda área, desde nuestro aspecto físico hasta nuestra evolución espiritual, es válida para mostrarnos cuán poco valemos.
Otro integrante de este selecto grupo es el yo complaciente, cuyo objetivo es asegurarse que siempre sabremos qué hacer para satisfacer a los demás. Posee una gran capacidad para percibir lo que otros desean y brindárselo, aún cuando implique postergar o negar los propios deseos y necesidades.
Los yoes repudiados provienen de la represión de instintos y emociones básicas que consideramos negativos, como la ira, el egoísmo, la maldad, y el instinto sexual. En ocasiones adoptamos una actitud quirúrgica con estos personajes, como si los pudiéramos extirpar. Esto genera una especie de círculo vicioso: se intensifica tanto el temor que les tenemos como nuestro intento por reprimirlos, y lo único que logramos es que adquieran más poder. El estrés, la fatiga crónica y la depresión suelen tener su raíz en la represión de estos aspectos.
El yo víctima o mártir siempre se queja de lo mal que le va en la vida, y de la falta de reconocimiento e ingratitud de sus seres queridos. El yo saboteador es el que “nos juega en contra”, conduciéndonos al fracaso, que muchas veces se debe a un temor inconsciente al éxito. El yo pesimista nos hace suponer problemas y dificultades inexistentes. Siempre espera lo peor, haciendo honor a la frase de Mark Twain, el famoso novelista: “Soy un hombre anciano, y he conocido infinidad de problemas, la mayoría de los cuales sólo existieron en mi propia mente”. Su opuesto, el yo negador, padece de un exceso de optimismo. Nos induce a ignorar los límites, y a incurrir en excesos o descuidos de distinta índole: alimentación inadecuada, falta de preparación para un examen, gasto excesivo de dinero o negligencia en el trabajo, que se justifican de diversas maneras. Enfrentado con las consecuencias de sus acciones, en lugar de modificar su conducta, se refugia en afirmaciones como “No hay mal que dure cien años”, o “Dios proveerá”.
El rechazo de cualquier yo o subpersonalidad impide su evolución. Si repudio a mi yo vulnerable o necesitado, y me identifico exclusivamente con mi yo independiente, mis necesidades insatisfechas seguirán viviendo en la sombra. Por el contrario, si me conecto con él para ver qué necesita y cómo brindárselo, estaré contribuyendo a su transformación potencial.
El grado de intensidad de los personajes internos es netamente individual. Cuando se encuentran presentes en una dosis moderada, cumplen una función útil. Sin embargo, tienden a caracterizarse por hacer caso omiso a la inscripción del templo de Apolo en Delfos, que indicaba: “Nada en exceso”.
Pese a ser necesarios cuando somos pequeños, tienden a eternizarse, y cuando llegamos a la adultez, pueden dificultar o impedir nuestra vinculación profunda y auténtica con los demás. Por más que tratan de obligarnos a seguir las pautas que, a su entender, son necesarias para obtener la aprobación y el amor de quienes nos rodean, sus intentos fracasan. No existe ningún sustituto válido para el amor y la aprobación internos, y por más demostraciones de afecto que logremos recibir por su intermedio, nunca creeremos en ellas si se basan en la distorsión y el ocultamiento de nuestras características reales.
Algunas sub-personalidades conviven pacíficamente; otras tienen una relación signada por el conflicto. Tomar conciencia de la multiplicidad de aspectos nos permite descubrir cuáles se manifiestan en cada momento, y lograr una conciliación entre ellos, teniendo en cuenta sus anhelos y necesidades respectivos.
El niño interno es un personaje que se manifiesta con gran frecuencia. Independientemente de nuestra edad cronológica, tendemos a actuar como niños frente a nuestros padres. También solemos actuar de manera infantil frente a otras figuras de autoridad, ya sea nuestro jefe, un policía, o las personas que admiramos, como los “ricos y famosos”.
identificaciones parciales y limitadas, y abre el camino para descubrir la riqueza oculta de la totalidad de nuestro ser.

 


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From: Marti2 Sent: 02/11/2009 21:53

No hay un niño interior único sino una especie de jardín de infantes, compuesto por los diversos niños que han quedado constelados en cada individuo. Así, pueden coexistir el niño mimado, el niño abandonado, el niño bueno, el niño malvado, el niño responsable, el niño prepotente, el niño desvalido, el niño creativo...
En épocas de crisis, o cuando nos encontramos en situaciones que representan un desafío, los niños internos se activan de manera automática, haciéndonos sentir que no tenemos la capacidad para enfrentarlas. Esto es cierto: los niños no disponen de una gran variedad de recursos, y necesitamos recurrir a yoes más maduros y adultos en lugar de quedar atrapados por nuestros aspectos infantiles.
Nuestro contexto tiene un efecto inductor. Hay circunstancias que fomentan la expresión de algunas sub-personalidades y la inhibición de otras. El yo madre o padre, el yo pareja, el yo perezoso, el yo profesional o laboral y el yo inseguro son muy diferentes. Algunos personajes internos permanecen siempre iguales – por ejemplo, el niño carenciado o la niña asustada – mientras que otros evolucionan y se transforman.
Hay aspectos a las que sólo podemos acceder desde otro nivel de conciencia. Cuando estoy meditando, surge un yo que suele tener gran claridad y respuestas profundas que me permiten comprender el sentido de algún proceso o el significado de un sueño. Por el contrario, mi yo escéptico y desconfiado descree todo, incluso lo que estoy escribiendo en este preciso instante.
Cuando participé por primera vez en un curso de Visualización Creativa, uno de los ejercicios consistía en formular diariamente dos preguntas. Luego de ingresar en un estado de conciencia expandida, se debía visualizar la figura de algún maestro, plantearle las preguntas, y anotar sus respuestas sin modificarlas ni evaluarlas. Pese a mi incredulidad inicial, el resultado era asombroso, particularmente cuando volvía a leer las respuestas obtenidas unos días más tarde.
Cuando se utiliza este tipo de técnica puede aparecer la imagen de un amigo, un familiar, un maestro espiritual, o una imagen simbólica: el viento, una flor, o la sensación de una presencia invisible. Lo importante no es la imagen en sí, sino lo que ésta simboliza: la conexión con un aspecto sabio que existe más allá de nuestro estado de conciencia habitual. Tenemos a nuestra disposición recursos muy vastos que nos haría bien conocer y emplear - de ahí la importancia de practicar alguna disciplina que nos permita valernos de ellos, como la meditación, la visualización, el yoga, la relajación o algún método de respiración consciente, como el Pranayama.
Realizarlas con regularidad facilita el ingreso a estados de conciencia ampliada o expandida – podría compararse con ejercitar un músculo que se vuelve cada vez más fuerte y elástico.
Sin embargo, nos cuesta ser constantes. Si bien hay yoes que desean vivir en un estado de equilibrio y armonía, otros no desean renunciar al beneficio secundario que nos brindan los conflictos y a la adrenalina de nuestras crisis.
El inconsciente no distingue entre placer y dolor – registra la intensidad de las situaciones. Pese a no saberlo o admitirlo conscientemente, a veces nos aferramos a nuestras dificultades. El personaje del “rey o reina del drama” pone en evidencia nuestra adicción a la intensidad. Ésta sirve para compensar la sensación de vacío, falta de sentido e insignificancia, y es una forma de inflación del ego que nos impide descubrir y apreciar facetas desconocidas e insospechadas en lo habitual y cotidiano.
Algunos personajes internos tienen un rol compensatorio. Las personas que actúan predominantemente desde su yo intelectual o racional frecuentemente emplean a su mente de manera defensiva. Se protegen de la intensidad de sus emociones, que permanecen en la sombra, burlándose de la sensibilidad de otros. A su vez, las personas sentimentales y emotivas tienden a descalificar a los intelectuales; se sienten inseguras o incompetentes en ese plano y no registran que en su sombra existe un aspecto intelectual sumamente desarrollado.
Hay personas que se muestran muy masculinas, firmes y decididas, y que desconocen que albergan en su interior un aspecto femenino, o anima, muy tierno y cálido; lo mismo ocurre con las personas que aparentan ser totalmente independientes, y que critican a quienes se muestran inseguros o necesitados, ya que en su inconsciente encontraremos la polaridad opuesta.
La multiplicidad está compuesta por oposiciones, y al igual que un péndulo, tendemos a oscilar entre los diferentes polos. Gabriela, una paciente, solía pasar por épocas en las que sólo consumía la así llamada comida chatarra: hamburguesas, panchos, papas fritas, y dulces. Pese a que no aumentaba de peso, cada tanto decidía comenzar una etapa de “purificación”, y se limitaba a comer frutas y verduras, ingiriendo además una serie de vitaminas, minerales y antioxidantes.
Toda actitud consciente implica la existencia de su contraparte a nivel de la sombra, y la identificación exclusiva con algunos yoes conduce a la irrupción de los aspectos opuestos para equilibrarnos. Si tiendo a actuar siempre de manera mesurada y ahorrativa, en algún momento aparecerá “la gastadora”; si me polarizo del lado de la bondad y la conciliación, tarde o temprano hará su aparición en escena mi yo contencioso y peleador.
Descubrir los múltiples aspectos que viven en nuestro interior permite comprender contradicciones aparentes. Contradecir - “decir en contra” - significa afirmar aspectos opuestos. Cuando tenemos pensamientos y sentimientos contradictorios, es común preguntarnos cuál es la verdad; ésta es relativa, y depende del yo que se está expresando.
El Self, o sí-mismo, el arquetipo de la unión de los opuestos, logra integrarlos en una síntesis que los trasciende. Tomar conciencia de la sombra requiere la capacidad para tolerar las oposiciones, en lugar de funcionar desde la conciencia infantil que ve todo como si fuera blanco o negro, y en consecuencia, se limita a aceptar o rechazar, a idealizar o denigrar.
De acuerdo al Tao Te Ching, “Al tener conciencia de lo bello, se tiene conciencia de lo feo. Existencia y no existencia se engendran mutuamente; también lo hacen lo difícil y lo fácil, lo largo y lo corto, lo alto y lo bajo, el sonido y el silencio”.
Cuando les damos su lugar a las energías en oposición, los opuestos se vuelven complementarios y encuentran una relación de cooperación. Si toleramos la tensión entre aspectos divergentes sin polarizarnos, surgirá una tercera opción. Clarisa logró darse cuenta de que el deseo de que su madre muriese representaba la necesidad válida de tomar distancia de sus requerimientos; finalmente, contrató a una enfermera para que se hiciera cargo de ella durante los fines de semana.
Nuestro bienestar psíquico depende de la oscilación armónica entre los diversos personaje internos. En La Estructura y Dinámica de la Psique, Jung relata la historia de un jefe indio, un guerrero a quien en la mitad de la vida se le apareció el Gran Espíritu en un sueño. Éste le anunció que a partir de ese momento, debía sentarse junto a las mujeres y los niños, vestirse con ropa de mujer y comer la comida reservada para éstas. El jefe obedeció este mensaje sin perder su autoridad: sabía que había expresado plenamente su aspecto masculino y que necesitaba explorar su aspecto femenino.
La polarización nos deja con un repertorio limitado, mientras que la aceptación nos permite darle su lugar a los diferentes yoes y concederle validez a la totalidad de nuestro panorama interno.
Nuestra identidad no es fija ni inmutable, y se modifica a lo largo del tiempo. En las sociedades tribales había rituales que requerían la capacidad para soportar el dolor, marcando así el final de la infancia – el dolor era necesario para generar la aparición de un yo adulto. Las transiciones y las crisis estimulan la aparición de yoes nuevos, siempre y cuando no quedemos adheridos a otros, como el yo víctima o el yo resentido.
Ingresar en la adultez es un proceso que puede resultar difícil para muchas personas, y la riqueza potencial de esta etapa se encuentra eclipsada por nuestra obsesión por conservar la juventud, ese “divino tesoro”. Tenemos una visión prejuiciosa y deprimente del envejecimiento, que asociamos con la pérdida de poder y prestigio. No obstante, los yoes ancianos poseen gran sabiduría y experiencia, y al igual que sus acompañantes más jóvenes, necesitan ser incluidos y valorados.
Aceptar la multiplicidad, y los aspectos de la sombra que incluye, requiere dejar de comparar y juzgar, y renunciar a la necesidad compulsiva de entender inmediatamente todo lo que nos ocurre. Solemos compararnos con los demás en una especie de competencia constante - actuamos una versión moderna de la reina del cuento de Blancanieves, formulando diariamente la pregunta: “Espejito, espejito, dime: ¿quién es la más bella de todo el reino?”. La cualidad anhelada varía: belleza, inteligencia, fama o poder, pero el deseo subyacente es siempre el mismo: ser los mejores.
La tendencia a la comparación y el juicio se extiende a todas nuestras experiencias. Como si se tratara de un reflejo condicionado o un tic nervioso incontrolable, comparamos y juzgamos todo – las vacaciones de este año con las del año pasado, nuestro automóvil con el del vecino, nuestra pareja con la de los amigos, y nuestro nivel de ingresos con el de otros colegas. Este es un proceso interminable, porque el resultado siempre es transitorio, y el triunfo de hoy puede ser la derrota de mañana. Al igual que el patito feo, que sufría porque no era como los demás, la comparación nos impide reconocer nuestra propia belleza.
De acuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, si nos dedicamos a juzgar a otros, no nos queda tiempo para amarlos. Aceptar a todos nuestros personajes internos sin expectativas idealizadas facilita el desarrollo del amor incondicional hacia nosotros mismos y los demás.
A su vez, renunciar a entender no significa convertirnos en seres descerebrados, sino dejar de considerar al intelecto como el instrumento básico para nuestra aprehensión del mundo. La necesidad constante de comprender obstruye el contacto con nuestras vivencias, conduce al pensamiento recurrente y dificulta el desarrollo de otras funciones psíquicas, como la sensación y la intuición.
Nuestras ideas preconcebidas en cuanto a cómo debería ser nuestra vida nos impiden estar en el presente, vivirlo tal como es, y apreciar lo que nos puede brindar cada instante.
Reconocer nuestra multiplicidad nos permite renunciar a las identificaciones parciales y limitadas, y abre el camino para descubrir la riqueza oculta de la totalidad de nuestro ser.
 
Alicia Schmoller


Reply  Message 3 of 3 on the subject 
From: kuki Sent: 02/10/2010 23:06
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