ADIÓS AL «PRÍNCIPE DE LA PANTALLA» Muere Tony Curtis, el galán que se convirtió en la sonrisa de Hollywood

Dicen que Tony Curtis tenía el aura de un príncipe, pero la sonrisa de un pícaro de la calle. Esta dualidad y su condición de galán y seductor marcarían para siempre la vida de un actor que ayer falleció en su casa de Las Vegas a causa de un paro cardíaco y que dejó para la historia más de un centenar de películas, algunas de ellas obras maestras.

Bernard Schwartz, nombre original del actor, vino al mundo un 3 de junio de 1925 en el seno de una familia pobre de emigrantes húngaros judíos. Su padre era un aspirante a actor a quien su fuerte acento nunca permitió pisar un escenario. Su madre, una esquizofrénica que maltrataba con frecuencia a sus tres hijos y cuya violencia acababa por empujar a Curtis a las salas de cine, el único lugar donde el actor se sentía a salvo de los golpes. Fue ahí, en la oscuridad de los teatros de Nueva York, donde Curtis descubrió a su primer mentor, el también actor Cary Grant. Por él Curtis se hizo primero marinero, participó en la Segunda Guerra Mundial y hasta presenció la rendición de Japón en la bahía de Tokio, un día al que el intérprete se solía referirse como «uno de los más importantes de mi vida».

Para cuando regresó a tierra, en 1945, el hijo mediano de los Schwartz tenía dos cosas claras. La primera, que era demasiado guapo para seguir la estela de miseria iniciada por su familia. La segunda, que su futuro estaba en la interpretación.

No se equivocó. Tras un breve paso por la New School for Social Research, donde coincidió con otros iconos como Walter Matthau, Curtis fue fichado por el representante de estrellas Joyce Selznick, quien le consiguió su primer contrato con Universal Studios. Corría el año 1949 y la resaca del antisemitismo obligó a Schwartz a cambiar su nombre por algo más comercial. Primero lo intentó con James Curtis y más tarde llegaría Anthony Curtis.

Como casi todos los galanes de su época, Curtis tardó en poder demostrar sus dotes interpretativas y tuvo que conformarse al principio con las migajas que le dejaban los grandes intérpretes de la época. La diferencia entre los que se quedaron en el camino y él mismo la marcarían dos hechos: su matrimonio con la actriz Janet Leitgh, con quien Curtis tuvo dos hijos, y su amistad con el también actor Kirk Douglas.

Con Leigh, Curtis protagonizaría en pantalla su primer éxito rotundo, la película Houdini , en la que el actor daba vida al famoso mago, y Vacaciones sin novia . La llegada de Kirk Douglas a su vida supuso la oportunidad de protagonizar películas como Los vikingos o Fugitivos, filme que le valdría su única nominación al Oscar.

Pero su reconocimiento entre el gran público le llegó en 1959 con la comedia de Billy Wilder Con faldas y a lo loco, y en la que Curtis compartió pantalla, sostén e incluso cama con la actriz Marilyn Monroe.

A partir de ahí, el resto es historia. Películas como Espartaco, de Stanley Kubrick, o La gran carrera, de Blake Edwards, supusieron su consagración en los 60.

En los 70 llegó su autoexilio en televisión y su descenso a los infiernos del alcohol, las mujeres y el exceso. A lo largo de tres décadas, el actor llegó a casarse en seis ocasiones y a engendrar cinco vástagos, entre ellos la también famosa actriz Jamie Lee-Curtis.

La paz acabaría encontrándola en la pintura, profesión que desarrolló hasta su muerte, y en los brazos de su última mujer, la entrenadora de caballos Andrea Savio, con la que el actor abrió un albergue para animales maltratados en el estado de Nevada.