Madre, hoy querría hablar, quiero inventar mi palabra ante ti, que nunca tuve porque siempre he callado; he sido el niño absorto, el niño esquivo a la caricia, que tiene en carne viva la mirada. Sí, porque siempre he estado allá, remoto, como escondiéndome en mi propio espectro, viéndote lejanísima, lo mismo que en los gemelos al revés, de niño, asomándome hasta mis propios ojos como a una cerradura; mi ojo izquierdo en la mesa, más hecho a ti, a tu lado, mi sonrisa habitada sólo a medias... Ahora querría hablarte y ya no puedo, me ensordecen las olas del mañana, el mugido del mar que está inundándome, y me pregunto, silencioso, cómo va a ser el aire cuando no lo vea por ti, como el cristal de la ventana; cómo será el dormir y el despertar sin tu dulce fantasma en lo escondido de la casa; cómo va a ser entonces asomarme a otros ojos donde quiero dejar mi amor, hundido en su laguna, y ver tu ausencia haciéndomelos graves, maternales, definitivos, últimos; cómo será el rezar, arrodillarme con la oración de siempre, y advertir que son palabras tuyas, las primeras, que has dejado en mi boca hasta la muerte...