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General: La indiferencia
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De: Damara (Mensaje original) |
Enviado: 26/11/2010 11:18 |
No hay mayor pobreza que la pobreza de espíritu que provoca la indiferencia. Y ésta es, quizás, no solamente la más extendida de las pobrezas, sino también la más peligrosa.
En el que probablemente sea uno de los mejores discursos de la Historia, Elie Wiesel, nos mostró “los peligros de la indiferencia“:
¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa «falta de diferencia». Un estado extraño y poco natural en el cual no se distingue entre la luz y la oscuridad, el amanecer y el atardecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal. ¿Cuáles son sus caminos y sus consecuencias ineludibles? ¿Se trata de una filosofía? ¿Puede concebirse una filosofía de la indiferencia? ¿Es posible considerar la indiferencia como una virtud? ¿Es necesario, en ocasiones, practicarla para mantener la cordura, vivir con normalidad, disfrutar de una buena comida y una copa de vino, mientras el mundo que nos rodea sufre unas experiencias desgarradoras?.
Evidentemente, la indiferencia puede resultar tentadora. En ocasiones, incluso seductora. Resulta mucho más fácil apartar la mirada de las víctimas. Es mucho más fácil evitar estas abruptas interrupciones a nuestro trabajo, nuestros sueños y nuestras esperanzas. A fin de cuentas, es extraño y pesado implicarse en el dolor y la desesperación de los demás. Para una persona indiferente, sus vecinos carecen de importancia. Por tanto, sus vidas carecen de sentido para él. Su dolor oculto o incluso visible no le interesa. La indiferencia reduce al otro a una abstracción. [...]
En cierto sentido, ser indiferente a ese sufrimiento es lo que deshumaniza al ser humano. A fin de cuentas, la indiferencia es más peligrosa que la ira o el odio. A veces, la ira puede ser creativa. Uno escribe un hermoso poema, una magnífica sinfonía. Uno crea algo especial por el bien de la humanidad, porque está enfadado con la injusticia de la que es testigo. Pero la indiferencia nunca es creativa. Incluso el odio, en ocasiones, puede suscitar una respuesta. Lo combates. Lo denuncias. Lo desarmas.
La indiferencia no suscita ninguna respuesta. La indiferencia no es una respuesta. La indiferencia no es un comienzo; es un final. Por tanto, la indiferencia es siempre amiga del enemigo, puesto que beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se intensifica cuando la persona se siente olvidada. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar… No responder a su dolor ni aliviar su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria humana. Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra.
De la red
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Qué tema Damara querida!...
La indiferencia reduce al otro a una abstracción... Muy conocido
en mi país el refrán que dice: "Mátalo con indiferencia..."
Sin llegar a hablar de la indiferencia de los países ricos a los pobres,
tenemos la indiferencia doméstica, la diaria que ejercemos casi sin darnos
cuenta... males de este mundo que no son tan fáciles de remediar...
GRACIAS amiga.
Issa
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De: Damara |
Enviado: 27/11/2010 21:10 |
El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia;
esto es la esencia de la humanidad William Shakespeare
Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen Oscar Wilde
Los hechos no dejan de existir porque se les ignore Aldous Huxley
¿Cree usted que hay alguna distinción entre la ignorancia y la indiferencia?
- Ni lo sé, ni me importa Saul Bellow
Nadie es lo suficientemente pequeño o pobre para ser ignorado Henry Miller
Buenas noches |
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De: Marti2 |
Enviado: 28/11/2010 00:04 |
Mi respuesta aqui ...
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De: Damara |
Enviado: 28/11/2010 07:06 |
¿Y por qué no aquí ,también?
Son muy buenos , y ya se sabe... que da un poco de pereza abandonar el "General"
De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 09/03/2010 00:47 |
Encontré este texto, y me vino a la mente mis sentimientos al respecto. La cosa que mas me procupa desde siempre es el tema de la "insensibilidad" que podemos llegar a tener los humanos en cuanto a "todo lo que nos rodea". Nos "acostumbramos" a "ver sufrir" y generamos una autovacuna. Y seguro de que debe de ocurrir así. De otra forma no se explican ciertos comportamiento que han llevado a las civilizaciones a conducirse como lo han hecho. Y modelamos el mundo en el que hoy vivimos y vivirán los hijos y los nietos. Con la llegada de la televisión, profundizamos esa conducta evasiva y desensibilizadora. Lo mas común es ver a una familia, sentados a la mesa cenando y mirando los noticieros. Allí entre risas, y el goce del alimento, asistimos a espectáculos dantescos que están siendo sufridos por otros. De pronto en medio de una tragedia aparecen los anuncios con cosas para comprar, o de programas cómicos. Y uno quede heladas las venas! Horror de los horrorres. Al final no sé que se ve de mal que una `persona que practica una autopsia en medio de la misma beba cerveza y coma su vianda. Al final todo es cuestión de "costumbre no?" Yo nunca pude lograrlo, y me dejeron que estaba loca o que era demasiado sensible, cuando me retiraba a comer en otro sitio- Pues me alegro de mi locura y mi demasiada sensibilidad.
Hoy veo como nos horrorizamos ante las tragedias ajenas ... por un rato no más. Después a seguir en lo nuestro olvidando aquello que golpéa fuerte porque es fuerte.
El dolor ajeno no debiera ser ajeno. El dolor como la alegría y el amor deben de ser compartidos.
Recuerdo a la Madre Teresa, ella vivió por mas de 40 años fuera de la sociedad, ignorando que sucedía a su alrededor inmediato, mas alla de los muros del convento. Un día debió salir en medio de una guerra civil, cruzó las calles y allí vió... allí se enfrentó con la realidad ... allí ésta le golpeó el corazón. Su reacción ya la conocen todos. Este comportamiento de ella y tantos otros que gracias a dios existieron, existen y existirán, es el "normal" y "correcto" de todo ser humano, y no el otro.
Por eso este texto a pesar de estar bastante flechado me gustó tanto.
Lo que está pasando hoy en día es para mi el verdadero infierno, no precisamos morir para ir a él, lo tenemos servido en bandeja a cada segundo, a nuestro alrededor.
Quizás el lema sea "sufre, sufre, que a mi no me hace, mañana seré yo el que sufra y los otros mirarán para otro lado y seguirán tan campantes con sus vidas"
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De: Damara |
Enviado: 28/11/2010 07:06 |
De: Marti2 |
Enviado: 09/03/2010 00:50 |
A media mañana del día 19 de enero del presente año, el Liberty of the Seas, uno de los navíos más grandes y lujosos del planeta, desembarcó a sus pasajeros en el idílico puerto de Labedee, un “paraíso privado” propiedad de la empresa estadounidense Royal Caribbean. Recibidos con música folklórica y refrescantes Labaduzees -el cóctel exclusivo del recinto-, los viajeros descendieron alborozados para disfrutar de las playas más sensuales, la comida más sofisticada, los hoteles más confortables, el parque acuático más grande del Caribe y hasta de una montaña rusa, tautológica y vertiginosa, siempre a disposición de los clientes. Este sueño materializado, retorno civilizado al edén bíblico, colindaba sin embargo con un mundo de inocencia perdida y barbarie antediluviana. Era sólo un tabique, una transparencia dura e infranqueable. Porque, en efecto, al otro lado del muro de tres metros, erizado de espinas y protegido por guardias armados, no era 19 de enero sino 12; no era media mañana sino las cinco de la tarde; no era Labedee sino Haití y la tierra temblaba, las casas se derrumbaban, los niños lloraban y miles de supervivientes buscaban entre los escombros cadáveres y alimentos.
En el siglo XIX, los personajes de Jane Austen -nos dice Edward Said- podían disfrutar de vidas bucólicas en la campiña inglesa, preocupados sólo por los pretendientes de sus hijas, gracias a que el lejano ejército imperial saqueaba entre tanto la India. El turismo -y la televisión- complican moralmente las cosas. Estamos en la misma habitación. En diciembre de 2004, después del tsunami que revolcó el Sudeste asiático, muchos ingleses aprovecharon la reducción de los precios para viajar a las playas de Indonesia, donde se bañaban, bebían y reían mientras, al otro lado de una sucinta alambrada, centenares de niños huérfanos deambulaban sobre el fango de un mundo desecho. ¿Con qué derecho sobrevivimos a los muertos? Con el que nos da la certeza inevitable de nuestra propia muerte. Los muertos nos autorizan a seguir viviendo, a reírnos, a enamorarnos, a construir una casa y a celebrar una fiesta a condición de que tarde o temprano también nosotros nos muramos. El dolor de mi vecino no paraliza mi vida porque mi vida misma me llevará al mismo punto; la catástrofe de
Indonesia no paraliza a Inglaterra porque los ingleses mismos son mortales. Pero, ¿con qué derecho los ingleses van a un funeral en Indonesia? ¿Con qué derecho los estadounidenses se ríen en un funeral en Haití? Aceptemos la idea más bien audaz de que entre el placer de unos y el dolor de otros no hay ninguna conexión culpable; dejemos a un lado la política, la economía, la historia misma; queda sin justificar nuestra presencia en un lugar al que nadie nos ha llamado, en el que no tenemos ningún pariente, en el que no queremos aprender nada. Queda por justificar, por tanto, nuestra mala educación. Todas las civilizaciones de la tierra, tras un periodo de duelo, permiten a los humanos vestirse de colores y hacer el amor; pero todas las civilizaciones de la tierra han considerado siempre una mortal ofensa reírse en un entierro, sobre todo en el entierro de un desconocido. Pues bien: la globalización capitalista consiste -desde el punto de vista antropológico- en que las clases medias de occidente, a través del turismo y la televisión, vayan a reírse a carcajadas, a beber y bailar y follar en los entierros de los demás. ¿Por qué nos reímos en el entierro de los indonesios? ¿Por qué nos reímos en el entierro de los haitianos? Estamos allí porque somos más ricos y poderosos, y eso vale también para los buenos sentimientos; pero si somos además descorteses y groseros -si nos reímos en sus funerales- es porque estamos convencidos de que, al contrario que los haitianos y los indonesios, nosotros no nos vamos a morir.
Si no fuese colonialismo, el turismo sería en todo caso mala educación. ¿Cómo justifican los viajeros su alegría in situ? ¿Con qué derecho nos reímos en el funeral de un desconocido? Tanto la Royal Caribbean en 2010 como las agencias inglesas en 2004, lo mismo los turistas estadounidenses en Haití que los ingleses en Indonesia, aseguraban estar “ayudando a reconstruir el país”. John Weiss, el vicepresidente de la empresa estadounidense, se enorgullecía de “algunas sillas y colchones que les sobraban” y que han entregado a los haitianos. Pero se referían, sobre todo, a las pocas decenas de trabajadores locales que emplean las agencias y al puñado de artesanos a los que dejan vender, a la debida distancia, algunos productos locales. Los personajes de Austen eran ignorantes; los del Marqués de Sade eran cínicos; los turistas son tan ingenuos y fanáticos como los terroristas de Al-Qaida. Es el liberalismo llevado a su expresión más pura y radical: frente al dolor del otro y la muerte ajena, “lamentarse no sirve de nada”... lo que hay que hacer es reír y beber y bailar y follar. Si dejamos a un lado la política, la economía, la historia, aún tenemos que juzgar las sociedades capitalistas por las paradojas antropológicas que obligan a asumir como comportamientos normativos.
¿Por qué me río en el entierro de tu madre? “Divertirme te ayuda”, “mi placer calma tu dolor”, “mi bienestar es una deuda contigo”. La grosería, la descortesía, la mala educación han pasado a ser casi imperativos morales ¿Puede extrañar que, cuando se trata de “salvar el mundo”, Occidente se apresure a mandar marines y turistas?
En 1558, Peter Brueghel, llamado el Viejo, llamado también el Campesino, pintó La muerte de Icaro, un cuadro conservado en Bruselas en el que el espectador tiene que buscar con lupa al personaje mitológico nombrado en el título. Por delante de la aldea lejana y hospitalaria, del barco sereno en la bahía y del pastor ocioso en medio del rebaño, la figura central es la de un campesino milenario que rotura un cuadrado de tierra, sin percatarse de esa manchita espumosa, abajo y a la derecha del lienzo, que revela el fracaso de Icaro y de sus desproporcionadas ambiciones. Brueghel, mientras el Renacimiento espumaba ya el despegue europeo, afirma pictóricamente una tesis y una toma de partido: las vidas paralelas del Hombre Viejo, triunfalmente aferrado a la tierra, y del Hombre Nuevo, cuyos caprichos insensatos sucumben en el mar sin llegar a rozar el orden ancestral de los humanos. El reaccionario Brueghel se equivocó y triunfó el Hombre Nuevo, pero no era ése, no, excogitado de la Razón y la Virtud, que habían soñado Robespierre. Marx y el Ché. Contra el espesor de la tierra y el abrigo de las supersticiones, contra la lentitud narrativa y los hipócritas buenos modales del Antiguo Régimen, en Occidente no triunfó el Derecho y la Ciudadanía sino Icaro, el cual, gracias a Iberia y American Airlines, llega siempre indemne a su destino. Hay que invertir las proporciones del cuadro de Brueghel. El Hombre Viejo y el Hombre Nuevo, como dos especies paralelas, escarabajos y cebras, inmigrantes y turistas, pobres y ricos, comparten el mismo lienzo, pero es el Hombre Nuevo el que vuela y vuela, en el centro de la escena, sin percatarse de la catástrofe del resto del mundo, en una esquina, que acabará arrastrándolo también a él.
El Hombre Viejo al menos respetaba a los muertos. El Hombre Nuevo capitalista es nuevo porque es el primero en la historia del mundo que se ríe en los funerales de los desconocidos. Se cree inmortal y, como todos los inmortales, demuestra -cuando no desprecio o crueldad- una olímpica indiferencia hacia los mortales.
Santiago Alba Rico
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De: Damara |
Enviado: 28/11/2010 07:07 |
De: Marti2 |
Enviado: 01/06/2010 23:32 |
Otro texto que me pareció maravilloso y esta vez de la mano de un sacerdote católico.
Senti que escribía con el corazón, me llegó a lo mas profundo. Diría yo ...cuando la razón se junta con el corazón ...
Está claro que elejimos aquello que nos llega de forma especial, y algo nos llega casi siempre cuando tenemos las mismas percepcioness y sentimientos sobre la vida y sus cosas.
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El descenso a los infiernos
El último mes le di sepultura a seis niños en el hospital pediátrico donde todos los sábados celebro la liturgia. Cinco varones –Zhenja, Anton, Sasha, Alesha e Igor– y una mujer, Zhenja Zhmyrko, una hermosa muchachita de diecisiete años. Murió de leucemia. Tuvo una agonía lenta, con dolores terribles, que ningún fármaco llegaba a aliviar.
Y este mes la misma trágica rutina: cinco pequeños ataúdes de niños es nuestra estadística habitual. Estadística tremenda, despiadada, asesina. Pero estadística. Y en cada ataúd hay un niño que para sus seres queridos era su pequeño, amado, adorado, predilecto. Maksimka, Ksjusha, Nastja, Natasha, Serezha...
DIOS ¿DÓNDE ESTÁS?
Es fácil creer en Dios cuando estás caminando por el campo, en verano. El sol resplandece, las flores emanan su perfume y el aire es suave. "Y en los cielos veo a Dios", como escribió el poeta ruso Mihail Lermontov. ¿Pero aquí?
¿Dónde está Dios? Si él es bueno, omnipotente y omnisciente, ¿por qué calla? Y si fuera verdad que castiga a estos niños por sus culpas, o por las de sus padres, como creen algunos, entonces no es un ser "lleno de paciencia y rico en misericordia", por el contrario: es despiadado.
Dios permite el mal para que saquemos algún provecho, o porque quiere enseñarnos algo, o para evitar que nos ocurra algo todavía peor. Esto es lo que enseñaban los teólogos un tiempo, en la Edad Media, y en Bisanzio. Y también nosotros seguimos afirmando algo similar. Entonces, ¿la muerte de estos niños sería una lección de Dios para nosotros? ¿O un mal menor, que nos permite evitar algo peor?
Ahora bien, si Dios planeó estas muertes, aunque sea con el fin de hacernos entrar en razón, entonces no es Dios sino un pérfido demonio. ¿Por qué tendríamos que adorarlo? Al contrario, hay que expulsarlo de nuestra vida. Si Dios, para enseñarnos algo, pudo asesinar a Antosha, Sasha, Zhenja, Alesha, Katja, y muchos otros niños, entonces yo no quiero creer en este Dios.
FE ES CONFIAR
Hago la precisión de que "tener fe", o "creer", no significa "reconocer su existencia", sino más bien "confiar, entregarse a él". Si es así, tenían razón quienes en el pasado destruían las iglesias y arrojaban a la hoguera los iconos; o por lo menos, los que transformaban las iglesias en "casas de cultura". Todo esto es triste. Es más, peor que triste, es horrible.
O quizás no haga falta pensar en esto, sino simplemente tratar de consolar. Darle a los que no ya pueden cargar más peso este "opio para el pueblo" y, al menos así, esperar que sus sufrimientos sean aliviados. Consolar, calmar, compartir. Pero el opio no cura. Sirve solamente para aturdir por un rato, quita el dolor durante tres o cuatro horas; y después hay dar más, y más y más... Pero es horrible tener que mentir. Y sobre todo mentir a propósito de Dios. Yo no puedo hacerlo; no lo logro.
¡Señor! ¿Qué puedo hacer? Miro tu cruz, veo cómo mueres sufriendo horriblemente. Miro tus llagas, te veo muerto, desnudo, en espera de sepultura... En este mundo has compartido nuestro dolor. Igual que nosotros, gritas muriendo sobre tu cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Como uno de nosotros, como Zhenja, como Anton, como Alesha, como cada uno de nosotros, también gritaste a Dios esta terrible pregunta y has "entregado tu espíritu".
¿De quién es la culpa del dolor? No lo sé. Pero sé quién es el que sufre junto con nosotros: es Jesús. Pero entonces, ¿cómo comprender el mal que a diario es cometido en el mundo? No hace falta comprenderlo, sino luchar contra él. Vencer al mal con el bien, como nos propone el apóstol Pablo. Cuidar a los enfermos, vestir y dar de comer a los pobres, detener las guerras, y así sucesivamente. Y sin descanso. Y si no podemos, si nuestras fuerzas no bastan, entonces debemos postrarnos delante de tu cruz, aferrarnos a su pedestal, como a la única esperanza.
"Nadie ha visto jamás a Dios". Y sólo un único hilo nos une a él: el hombre llamado Jesús, en cuyo cuerpo está toda la plenitud de Dios. Y sólo un único hilo nos une a Jesús: el amor.
Él murió en la cruz como un criminal. Con atroces sufrimientos. ¿Qué sucedió después de su muerte? Nosotros creemos que resucitó, pero no lo sabemos. ¡No lo sabemos! Al comienzo del capítulo veinte del evangelio de Juan, vemos a María Magdalena, después a los apóstoles Pedro y Juan, y sentimos ese dolor penetrante que lo impregna todo esa mañana primaveral de Pascua. Dolor, tristeza, desesperación, cansancio.
Pero este mismo dolor penetrante, este mismo sentimiento de lo irremediable, que de manera tan clara presenta el evangelio de Juan, yo lo siento siempre, al lado del ataúd de un niño... lo siento, y con sufrimiento, entre las lágrimas y la desesperación, creo: sí, resucitaste de verdad, ¡Señor!
Mientras escribía estas páginas murió Klara, después Valentina Ivanovna, y por último Andrjusha: son otros tres ataúdes. Hace algunos días un niño me confió que no cree en la vida del más allá y por esto teme ser un mal cristiano. Le contesté que justamente su dificultad de comprender lo que se refiere a la vida de ultratumba demuestran lo contrario: es la prueba de la sinceridad de su fe.
Y me explico: una vez un sacerdote –ya no tan joven– me dijo que le era difícil hablar de la muerte y enseñar a sus fieles a no tenerle miedo, porque él no había perdido a nadie que le fuera verdaderamente cercano. Sincero. Muy sincero. Y muy justo.
HABLAR DESDE LA EXPERIENCIA
Siento cierta vergüenza cuando veo a algún joven sacerdote, recién salido del seminario que, con suficiencia y calma, le explica a una madre que acaba de perder a su niño, que en realidad es mejor que haya sido así, que Dios lo quiso y que por lo tanto ella, esa pobre madre, no tiene que dejarse abatir por el dolor.
"Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos": sí, esto es cuanto nos dice Cristo en su evangelio (Lucas, 20, 38). Pero para que este anuncio penetre en el corazón, cada uno de nosotros necesita de una experiencia personal directa de desgracia, dolor, pérdida, de una experiencia que nos sumerja en el abismo de la desesperación, del desconsuelo y las lágrimas. Se requieren no días o semanas, sino años de agudo dolor.
Este anuncio entra en nuestro corazón sin anestesia y sólo a través de las pérdidas personales. No se lo puede aprender como una lección de escuela. Osaría incluso afirmar lo contrario. El que está convencido de creer y no tiene una experiencia del dolor, se engaña. La suya no es todavía fe, sino sólo proximidad a la fe de otros, de aquellos que quisiera imitar con la vida.
Jesús no sólo sufre personalmente, sino que desciende a los infiernos, para compartir también allí el sufrimiento ajeno. Él nos llama siempre cuando dice: "¡Sígueme!". Muchas veces tratamos sinceramente de ir tras él, pero... tratamos de no advertir el sufrimiento ajeno, cerramos los ojos, no prestamos oído...
Tratamos de convencer a alguien que sufre de que en realidad su dolor es sólo una impresión, y una impresión que tiene porque no ama a Dios, y así seguimos... En fin, a la persona que sufre, que está mal, en el dolor, la dejamos sola, la abandonamos precisamente en el momento más difícil del camino de la vida.
DESCENDER A LOS INFIERNOS
Por el contrario, hay que descender junto con esa persona a los infiernos, siguiendo así a Jesús. Hay que sentir con el propio corazón el dolor de quien está a nuestro lado, en toda su integridad, crudeza y autenticidad. Hay que compartir el sufrimiento con la persona, vivirlo junto con ella.
Recuerdo cuando murió una pariente mía de 80 años, que había vivido siempre con una hermana. Un año después la hermana me dijo: "Gracias porque en ese momento no me consolaste, sólo estuviste a mi lado". Acaso en esto reside el cristianismo: estar al lado, estar juntos.
Nosotros somos personas del Sábado Santo. Jesús ya fue bajado de la cruz. Quizás ya haya resucitado, porque de esto habla el Evangelio que se lee ese día. Pero nadie lo sabe todavía. El ángel aún no ha dicho: "No está aquí, resucitó". No lo sabe nadie. Por ahora su resurrección se advierte sólo con el corazón; y la advierten sólo aquellos que no perdieron el hábito de sentir con el corazón...
Georgij Cistjakov __________________ Georgij Cistjakov. Publicado en revista Ciudad Nueva, www.ciudadnueva.org.ar
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De: Lalita2 |
Enviado: 01/12/2010 19:38 |
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