LA sombra que indagué ya no me pertenece. Yo tengo la alegría duradera del mástil, la herencia de los bosques, el viento del camino y un día decidido bajo la luz terrestre.
No escribo para que otros libros me aprisionen ni para encarnizados aprendices de lirio, sino para sencillos habitantes que piden agua y luna, elementos del orden inmutable, escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas.
Escribo para el pueblo, aunque no pueda leer mi poesía con sus ojos rurales. Vendrá el instante en que una línea, el aire que removió mi vida, llegará a sus orejas, y entonces el labriego levantará los ojos, el minero sonreirá rompiendo piedras, el palanquero se limpiará la frente, el pescador verá mejor el brillo de un pez que palpitando le quemará las manos, el mecánico, limpio, recién lavado, lleno de aroma de jabón mirará mis poemas, y ellos dirán tal vez: "Fue un camarada".
Eso es bastante, ésa es la corona que quiero.
Quiero que a la salida de fábricas y minas esté mi poesía adherida a la tierra, al aire, a la victoria del hombre maltratado. Quiero que un joven halle en la dureza que construí, con lentitud y con metales, como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida, y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron mi alegría, en la altura tempestuosa.