En el siglo pasado, a principios de los años 30, Margaret Kisilevich y su hermana Nellie dieron un regalo de Navidad a sus vecinos, la familia Kozicki, que éstos recordaron por el resto de su vida y que llegó a ser una inspiración para todos los miembros de esa familia.
En esa época, Margaret vivía en Two Hills, Alberta, Canadá, una comunidad de granjeros poblada en su mayor parte por inmigrantes ucranianos y polacos, que generalmente tenían familias grandes y eran muy pobres. Eran los tiempos de la gran depresión económica.
La familia de Margaret consistía de sus padres y los quince hijos de ambos. La madre era una mujer industriosa y el padre era un hombre emprendedor, y con todos aquellos hijos formaban un buen equipo de trabajadores; por consiguiente, su hogar estaba siempre tibio en el invierno y, a pesar de su humilde situación, nunca pasaban hambre. En el verano cultivaban un enorme huerto, hacían chucrut [repollo fermentado], requesón, crema agria y encurtidos para hacer intercambio. También criaban aves, cerdos y ganado para consumo. Tenían poco dinero, pero podían cambiar todos esos productos por otros artículos que ellos no producían.
La madre de Margaret tenía unos amigos con los cuales había emigrado de su país; éstos eran propietarios de una tienda de artículos generales, la que se convirtió en un depósito donde la gente del lugar donaba o trocaba ropa, zapatos, etc., de segunda mano. Muchos de esos artículos pasaron a la familia de Margaret.
Los inviernos en Alberta eran fríos, largos y rigurosos; durante uno de ésos, Margaret y su hermana Nellie notaron la pobreza de sus vecinos, la familia Kozicki, que vivían en una granja a pocos kilómetros. Cuando el padre de esta familia llevaba a los hijos a la escuela en su trineo hecho en casa, siempre entraba en el edificio para calentarse junto a la estufa antes de regresar a casa. El calzado de la familia consistía en trapos y bolsas de arpillera que cortaban en tiras y con las que se envolvían las piernas y los pies; después las rellenaban de paja y las ataban con un cordel.
Las dos niñas decidieron invitar, por medio de los niños, a la familia Kozicki para la cena de Navidad; también se pusieron de acuerdo en no hablar de la invitación con nadie de su familia.
Llegó la mañana de Navidad y todos estaban muy ocupados en los preparativos para el banquete del mediodía. La noche anterior habían puesto en el horno el enorme trozo de cerdo para asar; con anticipación, ya se habían preparado los rollos de repollo, las rosquillas, los bollos de ciruela y una bebida especial de azúcar acaramelada; para completar el menú, había chucrut, encurtidos y hortalizas surtidas. Margaret y Nellie estaban a cargo de preparar las hortalizas frescas, y la madre les preguntó varias veces por qué pelaban tantas papas, zanahorias y remolachas, pero ellas se limitaron a seguir pelando sin decir nada.
El padre fue el primero en notar el trineo tirado por caballos y lleno con trece personas que llegaba por el camino. Puesto que le gustaban mucho todos los caballos, era capaz de reconocerlos a gran distancia. “¿Por qué vienen para acá los Kozicki?”, le preguntó a la esposa, y ésta contestó: “No lo sé”.
Una vez que llegaron, el papá de Margaret ayudó al señor Kozicki a poner los animales en el establo, y la esposa de éste abrazó a la mamá de Margaret y le agradeció el que los hubieran invitado para Navidad. Luego todos entraron en la casa y las festividades comenzaron.
Los adultos comieron primero; a continuación, se lavaron los platos y cubiertos y los niños comieron en turnos. Fue un festín magnífico que se hizo mejor por haberlo compartido. Después de que todos terminaron de comer, cantaron villancicos y otras canciones de Navidad, tras lo cual los adultos se sentaron otra vez a conversar.
Margaret y Nellie llevaron a los niños al dormitorio y sacaron de debajo de la cama varias cajas llenas de ropa y calzado de segunda mano que los comerciantes amigos de su madre les habían regalado. A esto siguió un celestial desorden, con un desfile de moda espontáneo mientras cada uno elegía la ropa y el calzado que más le gustaba. Hicieron tanto alboroto que el padre de Margaret fue a averiguar a qué se debía todo ese ruido. Al ver la felicidad de sus hijas y el regocijo de los niños de los Kozicki con sus ropas “nuevas”, sonrió y les dijo: “Sigan divirtiéndose”.
A primera hora de la tarde, antes de que se pusiera muy frío y oscuro con la puesta de sol, la familia de Margaret despidió a sus amigos, que se fueron bien alimentados, bien vestidos y bien calzados.
Margaret y Nellie nunca contaron a nadie sobre su invitación a los Kozicki y el hecho permaneció en secreto hasta 1998, cuando al celebrar su Navidad número setenta y siete, Margaret Kisilevich Wright lo contó por primera vez a su familia, comentando que aquella había sido la mejor Navidad de su vida.