¡Amar a una mujer, sentir su aliento, y escuchar a su lado lo dulce y armonioso de su acento; tener su boca a nuestra boca unida y su cuello en el nuestro reclinado, es el placer mas grato de la vida, el goce mas profundo que puede disfrutarse sobre el mundo!
Porque el amor al hombre es tan preciso, como el agua a las flores, como el querube ardiente al paraíso; es el prisma de mágicos colores que transforma y convierte las espinas en rosas, y que hace bella hasta la misma muerte a pesar de sus formas espantosas.
Amando a una mujer, olvida el hombre hasta su misma esencia, sus deberes mas santos y su nombre; no cambia por el cielo su existencia; y con su afán y su delirio, loco, acaricia sonriendo su creencia, y el mundo entero le parece poco... Quitadle al zenzontle la armonía, y al águila su vuelo, y al iluminar espléndido del día el azul pabellón del ancho cielo, y el mundo seguirá... Más la criatura, del amor separada morirá como muere marchitada la rosa blanca y pura que el huracán feroz deja tronchada; como muere la nube y se deshace en perlas cristalinas cuando le hace falta un sol que la sostenga en la etérea región de las ondinas.
¡Amor es Dios!, a su divino fiat brotó la tierra con sus gayas flores y sus selvas pobladas de abejas y de pájaros cantores, y con sus blancas y espumosas fuentes y sus limpias cascadas cayendo entre las rocas a torrentes; brotó sin canto ni armonía...
Hasta que el beso puro de Adán y Eva, resonando en el viento, enseñó a las criaturas ese idioma, ese acento magnífico y sublime con que suspira el cisne cuando canta y la tórtola dulce cuando gime, ¡Amor es Dios!, y la mujer la forma en que encarna su espíritu fecundo; él es el astro y ella su reflejo, él es el paraíso y ella el mundo...
Y vivir es amar. A quien no ha sentido latir el corazón dentro del pecho del amor al impulso, no comprende las quejas de la brisa que vaga entre los lirios de la loma, ni de la virgen casta la sonrisa ni el suspiro fugaz de la paloma.
¡Existir es amar! Quien no comprende esa emoción dulcísima y suave, esa tierna fusión de dos criaturas gimiendo en un gemido, en un goce gozando y latiendo en unísono latido... Quien no comprende ese placer supremo, purísimo y sonriente, ése miente si dice que ha vivido; si dice que ha gozado, miente.
Y el amor no es el goce de un instante que en su lecho de seda nos brinda la ramera palpitante; no es el deleite impuro que hallamos al brillar una moneda del cieno y de la infamia entre lo oscuro; no es la miel que provoca y que deja, después que la apuramos, amargura en el alma y en la boca...
Pureza y armonía, ángeles bellos y hadas primorosas en un Edén de luz y de poesía, en un pensil de nardos y de rosas, Todo es el amor. Mundo en que nadie llora o suspira sin hallar un eco; fanal de bienandanza que hace que siempre ante los ojos radie la viva claridad de una esperanza.
El amor es la gloria, la corona esplendente con que sueña el genio de alma grande que pulsa el arpa o el acero blande, la virgen sonriente. El Petrarca sin Laura, no fuera el vate del sentido canto que hace brotar suspiros en el pecho y en la pupila llanto. Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta a veces dulce y tierno, y a veces grande, aterrador y ronco como el cantor salido del infierno...
Y es que el amor encierra en su forma infinita cuanto de bello el universo habita, cuanto existe de ideal sobre la tierra. Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armonía los seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa, la encarnación sublime y sacrosanta que la pradera con su olor inciensa y que la orquesta del Supremo canta, ¡Y salve, amor! emanación divina...
¡Tú, mas blanca y mas pura que la luz de la estrella matutina! ¡Salve, soplo de Dios!... Y cuando mi alma deje de ser un templo a la hermosura, ven a arrancarme el corazón del pecho ven a abrir a mis pies la sepultura.
¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón; que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días estoy enfermo y pálido de tanto no dormir; que están mis noches negras, tan negras y sombrías, que ya se han muerto todas las esperanzas mías, que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, camino mucho, mucho, y al fin de la jornada, las formas de mi madre se pierden en la nada, y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás; y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos, bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos, y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
A veces pienso en darte mi eterna despedida, borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión; mas si es en vano todo y el alma no te olvida, ¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida, qué quieres tú que yo haga con este corazón?
Y luego que ya estaba concluido el santuario, tu lámpara encendida, tu velo en el altar, el sol de la mañana detrás del campanario, chispeando las antorchas, humeando el incensario, y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! Y yo soñaba en eso, mi santa prometida; y al delirar en eso con alma estremecida, pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.
Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño, mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer; ¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, sino en amarte mucho en el hogar risueño que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores se opone el hondo abismo que existe entre los dos, ¡adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta,mi juventud, adiós!