Los amantes
son el sueño en la memoria
por eso no
nos recuerdan.
No es por el beso sin voz de sus banderas
-las que apagan
las cenizas en el rostro-
que no lloran sus cabellos aplastados
la
impiedad de una corona muerta.
Los amantes sin rubor y sin memoria
ignoran el color del otro lado,
no escapan del instante
en el
eterno gesto en que mojaron
sus puntas en el fuego.
Apagaron las luces,
deshojadas
margaritas de sal frente a la historia
en la última ventana
desprovista.
Ahora la pregunta es el sustento
en armoniosa oscuridad de
imagen clara
sobre la dura canción del otro cuerpo.
Los amantes
ciertos a la hora
del beso
llevan un creer, una intención en la boca
debajo del candil que
nunca vieron
los ojos tan recónditos y sordos
de recorrer palacios
desvelados.
Abrazaron en el agua dormida
en que nada la hoja
electrizada
los dobleces de una luz que no les llega al piano,
y ese
oráculo que inventa travesías
cuando el golpe de la sangre apremia
en la
muerte de vivir sin rostro.
Los amantes, más extensos que
nunca,
invulnerables
al secreto que burla la piel de los
espejos
pegados en un molde de la tarde...
¿Son acaso una
ilusión
huida de su amor de cárcel?
Bajo el palio de una
revelación, perpetuos,
son aroma rosados de silencio
en el intento de
recobrar la voz…
Son apenas
una gota del amor
cansado.
María Eugenia Caseiro.