En muchas de las ocasiones apelamos al dicho de “las palabras se las lleva el viento”; pero hay estudios científicos que demuestran que el decir un “te quiero” es reconfortante al oído de la persona estimada.
Justamente que ahora mi ausencia se prolongó a poco más de un mes, tras un accidente que me dejó imposibilitado por un corto tiempo, divagaba en mi mente, estacionándola en aquellas palabras que se nos han pasado decirle a las personas que han guardado un buen sentimiento dentro de cada uno de nosotros.
Y es que algunas veces se nos pasa mencionar esas frases que nos alimentan el alma —no creo que se trate del ego haciendo de las suyas o algo parecido; al menos no quiero pensarlo de esa manera, simplemente se nos pasa decirlas—.
Aquello que nos hace sentir como si estuviéramos flotando en el cielo; abrazados de las nubes; nubes que se van moviendo bajo la batuta del viento que roza nuestras mejillas. Esas palabras que nos llenan de regocijo cuando van adentrándose por nuestros oídos. Palabras que nos cubren más que el abrigo del frío. No es que se nos olviden; se nos pasan.
No sé si estén guardándose en aquellas cajas del tiempo para que, al menos, nuestros sucesores sepan que hubo un momento en que decíamos frases halagadoras. O simplemente, ni da tiempo de pensar que otros necesitan escuchar esas mágicas palabras. Y es que son mágicas porque al escucharlas todo el panorama de nuestro momento cambia y se ilumina tal y como el sol al mundo entero.
“Te amo”, “te quiero”, “te adoro”, “estuve pensando mucho en ti”, “cómo podría olvidarte”, “eres importante para mí”, “quiero pasar el resto de mi vida a tu lado”, “gracias por estar aquí conmigo”, “eres lo máximo”. . . hacen de un mal momento una travesía mucho más armónica y menos amarga. Pero frases que sientan, que emanen de un sentimiento honesto y profundo, de una complicidad emocional. . . y no por una fecha creada “especial” en un calendario.
Claro, el que te lleven flores o una tarjeta acompañados de una frase linda y emotiva un 14 de febrero, o el día de la mamá o el papá, del abuelo, etc., es confortante al corazón; pero que fuera cualquier otro día, sin previo aviso, sin anuncio onomástico, eso sí sería lo realmente especial.
Lo que no se lleva el viento: las emociones
Las emociones se activan de forma inmediata. Por ejemplo, cuando la mamá le dice a su hijo “te quiero” después de haber perdido el juego dentro de su equipo de fútbol. O bien, cuando una persona se siente triste y otra extraña llega y le ofrece un pañuelo diciéndole “¿te encuentras bien?”. También cuando el abrazo de su compañero sentimental aparece al momento de saber que su novio ha sido despedido. Es así como aquellas que decimos que el viento se las lleva, pueden hacer mucho bien —pero también mucho mal, recuerden que duele más una palabra que cien azotes—.
Según el Diccionario de Psicología del Manual de Pedagogía y Psicología nos menciona que la Emoción “es un estado somático (físico) y psíquico (mental) que se produce en un individuo como respuesta a un acontecimiento inesperado y que tiene una significación particular para él”.
“La reacción emocional es global, intensa y breve, y es custodiada por una coloración afectiva que puede ser agradable o dolorosa. Las emociones más duraderas, difusas y moduladas se denominan sentimientos. La emoción se encuentra estrechamente ligada a la necesidad y a la motivación, al deseo ya la frustración”.
Es por eso que cuando no se brindan y cimientan emociones positivas y constructivas para el individuo éste puede recaer en depresiones. Las emociones son susceptibles a enfermedades, porque el sentir y el pensar están ligados. Es cuando la depresión toca a la puerta y el individuo no sabe qué hacer y la deja entrar a su vida. Ahí es momento de acudir a un especialista para que, mediante tratamientos que se basan, casi siempre en palabras, reconstruya una autoestima para que pueda volver a abrirle la puerta a sus emociones positivas y que no le caigan como un yunque las negativas.
“La mitad de los psiquiatras y psicólogos del mundo han trabajado toda su vida para conseguir que el individuo desarrolle control sobre sus emociones y pensamientos, mientras que la otra mitad investigaba únicamente cómo conseguir de parte del paciente una conducta eficaz, más allá de lo que éste pensara o sintiera” menciona Jorge Bucay en su libro ‘Hojas de Ruta’.
Si lo que sentimos lo calláramos todo el tiempo por el qué dirán no existirían esos bellos poemas que nos legran el oído y nos estremecen el alma; o no habría ese toque importante de romanticismo en las parejas… simplemente, no sabríamos qué es lo que siente el otro por nosotros y nosotros no dejaríamos que los demás supieran que sentimos por ellos.
Israel Mendoza Torres