Había una vez un anciano escritor que vivía solo en una antigua
y solitaria calle de Londres. Durante toda su larga vida se había
dedicado a la escritura de libros de intriga.
Con sus novelas había logrado ser uno de los escritores más
importante y famoso de su país. Pero un día, ya demasiado
mayor como para seguir insistiendo en ser lo que llegó a ser
decidió escribir su último libro.
La idea surgió una noche en la que no podía dormir. Imaginó la vida
que le esperaba una vez hubiera terminado su trabajo. Seguramente
pasaría la mayoría de su tiempo dando paseos, aburrido.
Esta visión de su futuro hizo que algo le animara a escribir una nueva
y última nóvela con la de despedirse, la cual tendría que ser grandiosa.
Por la mañana tomó una pluma y papel, pero las ideas no acudieron.
Al día siguiente hizo lo mismo, pero esta vez se sentó frente a su ventana
y algo le sorprendió. Por supuesto, él, tan realista, no creía en las hadas
ni en todo tipo de seres que no fueran como él. Pero esto realmente
hizo que se le encogiera el estómago. En un pequeño balcón situado
en frente a su casa, había una mujer asomada en él. Pero no era una
mujer como las demás, esta tenía alas y vestía como una
princesa de cuento. Era muy bonita.
El anciano quedó sin habla y ella mientras seguía allí, mirándolo. Pero
de pronto se movió y una hilera de luces de colores la rodeó, primero
a ella y después al hombre.
Entonces desapareció. Rápidamente el escritor tomó papel y pluma
y empezó a escribir, muy contento, porque por fin había encontrado
la inspiración que buscaba. Su libro, semanas después de que esto
ocurriera fue publicado y todos los que lo leyeron quedaron maravillados
y sorprendidos, sin entender el cambio que había dado el anciano.
Las ideas realistas desaparecieron y dieron paso a un libro lleno de
fantasía y magia. Realmente fue la despedida que el escritor deseaba,
y fue durante muchos años recordado por ello.
Nunca más volvió a ver a la mujer que le ayudó a cumplir su deseo
y aunque como él esperaba, la vida ahora era demasiado tranquila,
siempre guardaba la esperanza de que al volver la mirada hacia la ventana,
viera a aquel ser maravilloso que le había ayudado a escribir su
última y primera obra maestra.
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