Bin Laden, el homo sacer y el bando soberano
Se recomienda leer a Giorgio Agamben: Homo Sacer, El estado de excepción, Medios sin fin, Lo que queda de Auschwitz… Todos ellos editados por Pre-Textos.
Es extraordinario comprobar hasta que punto todas las categorías del pensamiento de este escritor italiano se hacen presentes en la política contemporánea. Nos referimos a categorías como el bando soberano, el homo sacer, el estado de excepción, el campo de concentración, el musulmán… Tenemos un buen ejemplo de esta convergencia entre análisis crítico y realidad política en todo lo que ha rodeado la cacería de Bin Laden. Pero puede hacerse extensivo a muchas otras áreas: las leyes anti-terroristas y de extranjería, la creación de tribunales especiales, los campos de internamiento de extranjeros, la prohibición del burka, la aceptación de la tortura, la supremacía cada vez más patente de la excepción sobre la regla…
En conjunto, la creciente normatividad y burocratización de la existencia hace añicos los proclamados derechos fundamentales. La bella utopía de lo abstracto, aquí tenemos la materia de nuestra pesadilla. La propia consideración de los derechos como “sagrados e inviolables” los pone en cuarentena, transformados en la ideología que justifica el establecimiento (sea de forma oculta o abierta) del estado de excepción.
El bando soberano
La palabra del soberano es ley. Obama dice: sólo llegar a la presidencia, establecí como prioridad la captura de Bin Laden, vivo o muerto. Ya antes, la simple declaración de otro presidente había establecido a Bin Laden como autor de los atentados del 11-S. Poco importa que el propio Bin Laden declarase no ser el autor de dichos atentados. La palabra del soberano es lo único que cuenta.
El bando soberano pone en evidencia hasta que punto seguimos bajo un patrón clásico de la soberanía. Esta se sitúa al mismo tiempo por encima y bajo el imperio de la ley, crea la ley por medio de sus decisiones, sin necesidad de apelar a parlamentos ni a otras instancias mediadoras. En palabras de Carl Schmitt: “para crear derecho no necesita tener derecho”. La ley soberana (bando) se remite a sí misma.
El fundamento del poder soberano es trascendente, no emana de un pacto inmanente entre iguales. Apela a valores absolutos. Hay que escuchar la declaración de Obama en toda la fuerza de su literalidad:
“El logro de hoy es un testimonio de la grandeza de nuestro país y la determinación del pueblo estadounidense… Esta noche volvemos a recordar que Estados Unidos puede lograr lo que se proponga… Podemos hacer esto no solo por el poder que tenemos, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos. Gracias, que Dios les bendiga, y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América”.
Como ente superior, tiene un poder ilimitado de pasar de la potencialidad al acto. Y eso solo es posible en la medida en que se identifica con la divinidad. Los propios Estados Unidos son el resultado de esa potencia divina que hace pasar las cosas de meras potencialidades a cosas en acto. Y aquí esta la medida de su fuerza, la incuestionable marcha de la Providencia.
El fundamento del poder soberano se sitúa más allá de lo político. Se trata de la persistencia de un modelo de soberanía anterior al republicanismo, que se manifiesta como gesto decisivo. Los principios del pacto social, el gobierno del pueblo, los derechos humanos, el imperio de la ley… son la máscara del poder soberano, cuya violencia los ha establecido y los conserva.
Homo sacer
El bando convierte al banido en un homo sacer. Se trata de una figura del derecho romano arcaico, que Agamben ha resucitado como paradigma del presente. El homo sacer es un hombre sagrado, en el sentido primero del término: sacrificable. El bando lo expulsa de la polis, lo a-bandona, convirtiéndolo en alguien que puede ser matado por cualquiera, sin que por ello se considere que su muerte constituye un homicidio.
Pero, y esto es importante, no se le puede dar muerte ritual. Modernamente, diríamos que no puede ser sometido a juicio y “ajusticiado” por los procedimientos con-sagrados. Hay que recordar que los Talibanes ofrecieron a los EEUU la posibilidad de establecer un tribunal internacional para juzgar a Bin Laden, una posibilidad rechazada en favor de la invasión. La paradoja aquí es punzante: aquellos que han sido retratados como ejemplo de la barbarie apuestan por un juicio justo, mientras la civilización apuesta por una guerra cuyo nombre es infinito.
La posibilidad de juzgar al homo sacer esta fuera de lugar, pues el bando lo ha situado más allá del derecho ordinario. Ha sido a-bandonado, situado al otro lado de la línea. De ahí lo absurdo de las iniciativas ciudadanas que pretenden llevar a juicio a Aznar o a Zapatero, o de la pretensión de un fiscal alemán que ha denunciado a Merkel por un supuesto delito de “premiar y aprobar un delito”. Muestras de la ingenuidad de los que sitúan el derecho por encima del poder soberano, cuando sabemos que le pertenece. El bando soberano es un mandato que nadie tiene el poder de rebatir, y esa es precisamente su naturaleza.
En el mismo sentido, la posibilidad de juzgar al soberano es inviable: quien establece el derecho queda fuera del derecho. Todo nos remite a esa paradójica relación entre el dentro y el fuera de la ley, y donde el soberano y el homo sacer nos muestran su identidad final, su mutua dependencia. No es extraño saber que Bin Laden fue un agente a las órdenes del poder soberano. Tampoco resulta extraño que tantos forajidos del far west hubiesen sido, en un momento dado, agentes al servicio del poder. En el momento en el cual la lucha que los ha creado cesa, inmediatamente se convierten en bandidos. El banido y el soberano están al mismo tiempo dentro y fuera (del derecho, de la polis, de la civilización…), y el propio bando los hermana.
Su estar excluido de la ley es paradójico: es incluido en tanto que excluido, generando una zona de indeterminación entre la ciudad y la naturaleza, lo exterior y lo interior, la vida política y la vida biológica, la zoé y la bíos de los griegos. De ahí la imagen de Bin Laden como un intermedio entre el ser humano y el animal, que vive en una tierra de nadie, en la frontera entre la civilización y la selva (Agamben enlaza el homo sacer con el mito del hombre-lobo). Aquí cobra pleno sentido el nombre de la operación de “ajusticiamiento” de Bin Laden: Gerónimo, en recuerdo del jefe indio que se rebeló contra el hombre blanco (dualidad salvaje-civilizado).
Nuda vida
El pensamiento de Agamben no es político. Tiene su origen y su fin en la ontología. O, más bien, tiende a demostrar que el fundamento de la política contemporánea no es político, sino que tiene un fundamento metafísico… Agamben se remite a una fractura originaria, entre zoé (el simple hecho de vivir) y bíos (la vida política). De esta se derivan otras: la dualidad entre vida natural y vida política, entre la animalidad y la humanidad del hombre, entre la selva y la ciudad, entre el ser y sus manifestaciones, entre la potencia y el acto… También entre el poder constituyente y el poder constituido. Agamben ahonda en las relaciones paradójicas que se establecen entre estos pares conceptuales, y muestra que la política contemporánea constituye el apoderamientos de los primeros por parte de los segundos.
Se trata de la politización absoluta de la vida, en la cual la vida biológica ha sido incluida en tanto que excluida. Esto significa que la vida animal, el puro hecho biológico de estar vivo, ha sido separado de aquello que define al ser humano, convertido ya definitivamente en un ser abocado a /cercado por lo político. No es casual que el trato dado a los judíos en los campos de concentración se asemeje tanto al dado a los animales en las granjas.
Estado de excepción
Los que mataron a Bin Laden lo hicieron violando las leyes, pero obedeciendo el bando soberano, que ha declarado suspendida la ley según la cual dar muerte a alguien sin un juicio constituye un asesinato.
La relación entre bando soberano y derecho se clarifica en el estado de excepción. Según los países: estado de alarma, estado de sitio, emergencia nacional, leyes contra la rebeldía o la insurrección… El Estado tiene el poder de declarar en suspenso determinados derechos fundamentales. Actualmente, el estado de excepción esta vigente en todo el mundo, de forma más o menos ostensible. Las leyes anti-terroristas son un buen ejemplo de ello, pero se trata tan solo de la punta del iceberg. El estado de excepción se ha desarrollado hasta tal punto que la excepción ya es indistinguible de la norma.
Esta ambigüedad esta en la base del Estado-nación moderno, desde el momento en que estableció la ciudadanía como una regla de exclusión. Se ataca a algunos estados por considerar la religión como la base de la ciudadanía. Sin duda, se trata de una regla de exclusión. Pero no más que el principio de la nacionalidad, que en primer término se basa en un criterio biológico, como es el nacimiento.
No se trata de una mera exclusión, sino de algo que ha sido incluido en tanto que excluido. En el fondo, se trata de la exclusión del ser humano en cuanto a tal (de la nuda vida) de la esfera del poder soberano. El único ser humano que es considerado como partícipe del poder es aquel que ya esta normalizado/politizado/civilizado/clasificado/identificado. En este momento, no resta ni un ápice de soberanía al poder constituido. Delega su soberanía, consiente y aplaude la proliferación del estado de excepción, en la medida en que afecta tan solo a los que no están normalizados. Poco importa que los normales sean los menos y los excluidos sean la mayoría. Lo que importa es el imperio de la norma sobre la nuda vida, evitar la proliferación de las singularidades, fijar identidades.
Cuando el estado de excepción se convierte en norma, entonces ya no puede distinguirse entre violar la ley y darle cumplimiento. Imaginemos un toque de queda, que constituye una excepción a un derecho fundamental, como es la libertad de movimientos. En este caso, si un ciudadano sale a la calle y es abatido por un soldado, puede decirse que éste ha matado al primero por violar el estado de excepción, pero no por violar la ley. Lo mata en nombre del poder que puede declarar suspendida la ley, pero no por haberla violado, sino por haberla ejercido en un contexto en el cual la excepción ha sido convertida en norma.
El caso de Bin Laden y del “terrorismo yihadista” es sólo el más notorio, precisamente aquel que el Estado justifica para normalizar la excepción a los ojos de “la opinión pública” (de la gente normativizada y normalizada por el Estado, a través del sistema educativo, de la ley y la prensa corporativa). Pueden citarse muchos otros casos:
- Hay libertad de huelga, pero solo los días y en los lugares apropiados.
- Hay libertad de expresión, pero se cierran periódicos.
- Hay libertad de culto, pero los ayuntamientos pueden no conceder licencias para abrir mezquitas.
- Hay derechos sociales, pero se recortan servicios públicos que ya eran del todo insuficientes.
- Se declara la libre circulación de las personas en la Unión Europea, pero al rato se proclaman las convenientes excepciones.
- La Unión Europea aprueba la Directiva del Retorno, que viola impunemente más derechos humanos de los que respeta.
- Huelgas de controladores aéreos son resueltas, manu militari, invocando la situación de alarma nacional.
- Hay libertades políticas, pero se declaran ilegales partidos que tienen cientos de miles de votantes.
- Hay libertad de vestimenta, pero se prohíbe el burka.
- ¿Y qué decir del funcionamiento de la Audiencia Nacional, un coto privado del poder soberano, en el cual el estado de excepción funciona como una maquinaria inexorable?
En todos los casos, se apela a principios abstractos, cuya definición queda enteramente en manos del Estado. “El interés común”, “el orden público”, “la identidad nacional”, “la cohesión social”, “las buenas costumbres”, “la moral colectiva”, “la defensa de la patria”, “la seguridad nacional”… para establecer excepciones que vulneran lo que habían sido declarado por el propio legislador como derechos sagrados de los individuos. ¿Quién puede hoy en día invocar su derecho “sagrado e inviolable” a la vivienda para evitar ser desahuciado por el banco?
Biopolítica
La característica del poder soberano en la modernidad es que se manifiesta como biopolítica, que se opera a partir de la transformación del pueblo (como conjunto de individuos depositarios teóricos de la soberanía) en una población (cuerpo social puramente biológico) que debe ser moldeada. Como señala Foucault, el control de las mentes y de las conciencias permitió el creciente control sobre los cuerpos y de las prácticas sociales de los sujetos. Para el Estado no hay seres humanos propiamente, sino tantos por cientos, estadísticas, una masa de individuos que administrar y cohesionar, un todo amorfo e impersonal al cual se debe dotar de una identidad colectiva, de una ideología común, de una forma de vida homologada a los intereses del Estado.
La política moderna tiene como objeto crear y regular el cuerpo social. Por poco que nos fijemos, nos daremos cuenta de que se ha ido adueñando de la escena, penetrando las vidas de todos los ciudadanos, hasta los últimos rincones. El poder soberano está en tu propia casa, interfiere y usurpa las relaciones entre los padres y los hijos, entre las parejas, entre los vecinos. Vivimos en un permanente estado de excepción, en el cual los derechos humanos, políticos y sociales han quedado suspendidos indefinidamente. El derecho está vigente, pero tan sólo en potencia, sin que este en manos de los ciudadanos el trasladarlos de la potencia al acto. El acto soberano puede suspenderlos a su antojo, imponiendo la política de hechos consumados.
El estado de excepción es la respuesta del poder soberano a aquellos casos para los cuales el derecho común no le parece suficiente y las libertades básicas chocan con sus propios fines. Con esto, se hace evidente que el derecho ordinario ha sido pensado para regular lo ya normalizado. Lo que no cae dentro del ámbito de lo normal debe ser incluido en tanto que excepción.
Mientras más crecen las leyes de excepción, más son forzados los ciudadanos a remitirse a la norma, más estrecha se hace esta, y por tanto más homogénea la sociedad. El estado trata a la ciudadanía en términos biopolíticos: como un cuerpo social que debe moldearse. Nos hallamos ante una nueva forma de totalitarismo, que invoca la libertad, la democracia, la igualdad, la justicia… como derechos trascendentes y sagrados, pero luego normatiza la vida hasta extremos indecibles, de modo que vacía de contenido los derechos trascendentes y los convierte en la ideología de carácter cuasi divino (valores abstractos).
Campo de concentración
Llegamos al punto más radical del pensamiento de Giorgio Agamben: el campo de concentración como nomos político de la modernidad. Igual que Auschwitz, el campo Rayos X de Guantánamo es el lugar de la experimentación por excelencia, el espacio en el cual se manifiesta de forma más palpable la relación entre ciencia y política, la subordinación de la primera a la segunda. La propia entrada de los presos en Guantánamo, tras un periodo de “privación sensorial”, constituye el ejemplo más palpable de la vigencia del análisis de Agamben. La privación sensorial es el modo mediante el cual se trata de aislar la nuda vida, de separar sus cuerpos de sus identidades, su existencia política de su existencia biológica.
La aceptación “civilizatoria” de la tortura sólo es explicable a partir tanto de estado de excepción como del bando soberano, que expulsan al torturado fuera de la comunidad humana, convirtiéndolo en un intermedio entre el ser humano y lo animal.
Ni los campos nazis ni el campo de Guantánamo son hechos aislados. Más bien, constituyen el centro de la política moderna, siendo consustánciales al Estado-nación. Mucho antes que los nazis, se han dado numerosos casos de campos de concentración, y Agamben nos recuerda que los primeros campos de Alemania fueron establecidos por los social-demócratas el año 1923, para recluir a comunistas, tras la declaración del estado de sitio. En Los Estados Unidos, las reservas indias constituyen un antecedente, y posteriormente los campos donde fueron recluidos los japoneses. Actualmente, el mundo está plagado de campos de concentración. No otra cosa son los Campos de Internamiento de Extranjeros, ya tan habituales en la Europa de los Derechos Humanos.
La propia existencia de estos campos se deriva, de forma inevitable, de las premisas anteriores: la combinación entre un poder soberano que tiene el derecho a establecer el estado de excepción, y el concepto de ciudadanía, que funciona como regla de exclusión. Igual que sobre los campos nazis de la muerte, de Guantánamo puede decirse que, lejos de ser una anomalía, es el paradigma político de nuestro tiempo.
La preparación del genocidio
Criticar Guantánamo con el argumento de que se han encerrado niños o inocentes, resulta tan absurdo como decir eso de Auschwitz. Guantánamo es un experimento, donde se ensaya la solución final de los musulmanes de occidente. Esa es su naturaleza, la razón final de su existencia. Ni Obama tiene el poder para cerrarlo, pues su existencia se deriva de forma tan lógica como perversa de las mismas premisas sobre las que se sustenta una soberanía de la cual él mismo es prisionero.
Mientras persistan el poder soberano, la ciudadanía limitada a la nacionalidad y la posibilidad del estado de excepción, seguirán habiendo en occidente campos de concentración, y seguiremos viviendo bajo la posibilidad de la violencia más extrema, perpetrada ahora en nombre de la civilización, de la justicia, de la democracia… Si el asesinato de Bin Laden es un acto de “justicia” y esta “justificado”, a ojos de las masas entregadas al poder soberano, también lo están los campos de concentración.
Que estos se conviertan en campos de exterminio depende tan solo de que se den unas determinadas circunstancias. Siempre pueden invocarse razones de orden superior. Todo depende en último extremo de la decisión del soberano, capaz de crear las circunstancias para que el exterminio sea visto como inevitable, y de generar el necesario consentimiento en la “opinión pública” a través de la academia, de los think tanks y de la prensa corporativa. Hace años que trabajan en esta dirección, de forma tan constante como despiadada.
El musulmán
Es imperativo señalar el papel que el islam ocupa dentro de la dinámica infernal de la biopolítica contemporánea. En su obra Lo que queda de Auschwitz, Agamben se ha aproximado a los campos de exterminio desde una perspectiva ética, preguntándose hasta que punto las éticas al uso soportan la prueba de ser confrontadas con este paradigma de la barbarie. Al hacerlo, ha destacado la figura de “el musulmán”.
“Musulmanes” eran llamados en Auschwitz aquellos que habían llegado a un estado tal postración total, en el cuales la voluntad había desaparecido, junto con toda conciencia de sí mismos. Son descritos por los supervivientes como muertos en vida, cadáveres vivientes, seres que ya han cruzado un umbral y no pueden seguir siendo tratados como humanos, como si ya se hubiese iniciado la descomposición de sus cuerpos mientras aún conservan un hálito de vida. Estos eran los escogidos para morir en las cámaras de gas, pues ya no eran siquiera útiles para el trabajo. La mayoría de los habitantes de los campos eran musulmanes.
De ahí la frase turbadora: “los judíos, en Auschwitz, morían como musulmanes”.
¿Morirán los musulmanes como judíos en los campos del futuro?
Abdennur Prado