Fue la otra tarde hablando con un amigo, cuando tratando de descifrar lo que para mi es vivir, se me ocurrió esta idea.
Pensé que la vida es como un gran puzzle, al nacer lo comenzamos, en un principio es fácil, porque son pocas piezas las que tenemos que encajar y aunque estamos empezando a descubrirlo todo, las únicas preocupaciones a la que tenemos que hacer frente, son las de comer y dormir, ya que de lo demás ya se encargan esas dos personas grandes que andan siempre pululando a nuestro alrededor y que son importantísimas para ir encajando piezas.
Nuestros padres son los que nos ayudan a ir colocando las primeras y quizás las más importantes, porque nos dan unas bases para empezar todo el entramado.
Todo es normal, tanto por nuestra parte como por la de ellos.
Nosotros empezamos ahora, ellos ya están de vuelta de todo.
Nosotros descubrimos nuevas cosas, ellos ya van por la síntesis. Nosotros vemos tan solo el momento presente, ellos ven una vida entera. Nosotros nos creemos capaces de todo, ellos se creen indispensables hasta para la menor cosa
Nosotros vemos pasar el tiempo quizás demasiado de prisa, a ellos les cuesta creer que tú no eres el “mocoso” de siempre. Nosotros somos una libertad que se yergue; ellos, una autoridad que se siente algo amenazada.
Nosotros nos sentimos revolucionarios por naturaleza y quizás por ignorancia; ellos son conservadores por experiencia.
Y lo mejor del caso es que será siempre así hasta la consumación de los siglos. Porque si hay alguna cosa de lo que no cabe duda es de esto, los mismos reproches que hacemos a nuestros padres, ellos se los hicieron a su vez a nuestros abuelos, y nuestros hijos los dirigirán a nosotros algún día, quizá aún con más violencia.
Es una ley de la humanidad. Lo malo es que lo hombres tendemos a tener la memoria corta.
Ellos en su experiencia de la vida han ido aprendiendo mucho, sin embargo somos nosotros, los que tenemos que hacer nuestra vida, cada cual la suya.
Y cada persona, cada situación y cada momento son nuevas piezas que ir encajando en nuestro gran puzzle.
En muchas ocasiones dudamos de donde colocar la pieza que en ese momento cae en nuestras manos y nos sentimos confundidos, porque no sabemos si va al lado de nuestro corazón o tan solo esta allí para ayudarnos a recolocar otras que andan sueltas y no encontramos su sitio justo.
Igual que cuando abrimos la caja, día a día hay cosas nuevas que añadir, algunas son poco importantes o quizás a primera vista pueda parecerlo, pero al igual que son muchas las piezas que componen un cielo azul, todas tienen un valor incalculable, porque si falta tan solo una, las demás no tienen sentido.
El ser humano es soñador por naturaleza, lo que hace que muchas veces pierda el norte real de las cosas, tenemos tantas ilusiones, hacemos tantos planes en base a lo que hemos soñado, que cuando estos fallan o no se cumplen tal y como habíamos esperado, el abatimiento nos inunda, son esos momentos en que nos encontramos con un montón de piezas y no sabemos que hacer con ellas.
Y es que no siempre depende de nosotros mismos, el conseguir que estos sueños se realicen, es cuando se mezclan las piezas de otro puzzle para formar uno mas grande.
Entonces hay un tiempo de desbarajuste total, diferentes paisajes, diferentes momentos que cada cual ha vivido por su lado y que tan solo con mucha paciencia, una gran dosis de comprensión y mucha fuerza de voluntad se pueden ir superando.
Son esas vivencias que a lo largo de todo este tiempo hemos tenido las que nos forman como personas, en las que nuestra personalidad se basa, para que a la hora de reaccionar ante estos momentos de desconcierto, tomemos las decisiones más oportunas.
Y aunque no siempre son las mejores, ni las que nos hacen más felices, tenemos que colocar esas piezas también, encajarlas como mejor podamos dentro de nuestra mente y lo que es mas importante dentro de nuestro corazón.
En muchas ocasiones complicamos las cosas mas sencillas, gracias a Dios los hombres tenemos el don de la palabra y cuantas veces desperdiciamos esta gracia y callamos en los momentos en que una sola palabra haría que encajaran cien piezas de golpe.
Y ¿por qué? Por nuestros miedos, tantos miedos que nos detienen, tantos miedos que nos coartan.
Que pensaran los demás de mi si en este momento encajo esta pieza en mi vida, que dirán de mi si no hago, precisamente, lo que ellos esperan que haga.
Y hasta ese extremo llegamos a condicionar nuestras vidas, que en la mayoría de casos, nos perdemos lo mejor que nos tiene guardado.
Las sorpresas que nos depara el destino y que hacen que merezca la pena seguir sin rendirse.
A veces esos trozos que forman nuestro puzzle cambian de valor y lo que hasta hace un tiempo era pieza base en nuestra vida, en donde giraba todo a su alrededor, por un motivo u otro pasa con el tiempo a un segundo plano.
Podrían ser los amigos que en nuestro camino encontramos y que en su momento son tan importantes y que el tiempo o la distancia hacen que se olviden, aunque no del todo, porque cada una de las personas que a lo largo de nuestra vida conocemos hace que se enriquezca esta.
Inevitablemente algunas dejan un rastro de dolor a su paso y una marca de la herida que causo, que como una pequeña cicatriz, en un principio duele a rabiar, para acabar dejando tan solo una señal que con el tiempo, casi ni la vemos o que solo nos acordamos de ella en contadas ocasiones.
Son surcos de unión entre pedazo y pedazo, necesarios para que todo encaje, porque al igual que no sabríamos distinguir entre penas y alegrías, sino hubiera de las dos cosas para poder comparar, tampoco sabríamos cuando algo es bueno, si no tuviésemos algo de malo.
Disfrutamos el doble de un día de sol si el anterior fue triste y lluvioso.
Ya se que son tópicos, pero cuantas veces en situaciones que nos creemos al limite de nuestras fuerzas, cuando no encontramos la salida, cuando parece que todo nuestro puzzle se nos cae encima, porque alguien ha dado un fuerte golpe encima de la mesa y nos ha descolocado todo.
Olvidamos que no es así, que de una forma u otra se sale, mas o menos dañado, pero mientras se tiene un aliento y un latir en el corazón, el paisaje de nuestra vida seguirá pintándose pieza a pieza.
Ana Maria Montes Sansaloni,
de Girona (España)