Jonathan Safran Foer contra los carnívoros
El autor de Todo está iluminado suspendió la ficción y se lanzó al activismo vegano: llega su libro Comer animales.
Las circunstancias en las que Franz Kafka se hizo rigurosamente vegetariano obedecen a un hecho concreto: de vista en un acuario de Berlín, el novelista de pronto comenzó a hablar con los peces al otro lado del vidrio. "Ahora que al menos puedo mirarlos en paz, ya no los como", les dijo.
La anécdota, recordada por su editor Max Brod, aparece en el primer tercio de Comer animales, el nuevo libro de Jonathan Safran Foer (1977), un trabajo de no ficción que se zambulle, tomando las diversas aristas del caso, en el centro de la discusión sobre el vínculo más primario entre hombres y animales: las formas como el segundo se vuelve alimento del primero.
Safran Foer sabe que llega tarde al debate. Su libro se suma a una nutrida lista de trabajos que, en diversos formatos, abordan el tema. Por eso su mirada es más emotiva que doctrinaria: el impulso a escribir este libro lo gatilla la noticia de que será padre y, desde luego, junto con toda la natural emoción, está su inquietud por la clase de comida con que alimentará a su hijo sano y responsablemente.
Sin embargo, aquello no impide que Comer animales cuente con una documentación de primerísimo nivel, apoyado por un equipo de investigadores contratados especialmente para este proyecto. Así, el autor de Todo está iluminado apuesta a que su contribución a la causa (a veces simplemente vegetariana observante y otras vegana a brazo partido) está en la pertinencia de ciertas preguntas y la profundidad de su mirada en vez de alharacas que, de tan bulliciosas, se vuelven caricatura.
"La carne está vinculada con la historia de quienes somos y de quienes queremos ser, desde el libro de Génesis a la última factura del supermercado", apunta. "Propone significativas cuestiones filosóficas y es una industria que factura más de 140 mil millones de dólares al año y que ocupa un tercio de la tierra del planeta, da forma a los ecosistemas de los océanos y podría decidir el futuro del calentamiento global. Y, sin embargo, sólo parecemos capaces de pensar en los extremos de los argumentos: en los extremos lógicos más que en realidades prácticas".
Visto desde fuera, y en más de un sentido, la opción por no comer carne se trata de un asunto político. La ética vegana no sólo se contenta con modificar una dieta, también echa mano a una buena cuota de proselitismo orientado, primero, a mostrar al ciudadano común la evidencia del maltrato animal como materia prima de la industria de la carne y, luego, a dar consistencia a un discurso.
Para los veganos la pelea no sólo está en sacar la voz por defender una opción, también en estipular que esa opción constituye un modo de ver el mundo más allá de la negación a masticar cadáveres: es una manera de enfrentar y de resistir el poder de quien es capaz de matar para comercializar exitosamente aquel alimento echando mano al aparataje industrial, ciego y trepidante, que le ofrece el libremercado.
Pero la estrategia de Safran Foer es harto más que entregar datos contundentes y reflexiones lúcidas. El novelista salió a la calle, reporteó, hizo preguntas incómodas a los principales involucrados en el debate y articuló un relato que pone en la cara del lector historias de abusos y envilecimiento. Son páginas que dejan sin aliento por el nivel de perversión que contienen, pero escritas de tal modo es imposible no comprender que la vida de los trabajadores de las factorías es tan miserable como la de millones de cerdos criados en condiciones infamantes.
Con todo, en este debate las distancias culturales cuentan. Allí está la crónica del periodista chileno Juan Pablo Meneses, La vida de una vaca, que no sólo destaca por la intención de conocer el negocio de la carne argentina desde dentro (se compró una vaca y fue parte, aunque con un porcentaje microscópico, del grupo de productores trasandino que faena un millón 200 mil reses al año), sino también porque su libro generó una profunda controversia sobre qué hacer, al final, con el animal una vez terminada la investigación.
Pero el campo de batalla también se ha extendido a los documentales. Food Inc, de Robert Kenner, hace foco en la ley del "todo vale" cuando se trata de aumentar la producción bajo la premisa de que es la única manera de que alcance para todos. En una línea más dura se planta Earthlings, de Shaun Monson, el cual cae en picada, tanto como con las grandes factorías, contra un elemento aún más determinante: la violencia gratuita que hemos empleado los humanos para situarnos a la cabeza del Reino Animal.
Cuesta ver Earthlings completo. Cuesta sacarse de la cabeza ciertas imágenes en las que se despliegan cuotas de salvajismo y de estupidez inauditas. El afán de rentabilizar la producción de pollos y apretujarlos en un criadero infernal es tan brutal como echar un perro vivo al camión de la basura.
No extraña, entonces, que libros como el de Safran Foer hayan derivado a la indignación y la capacidad de procesarla y hacer de ella un discurso que pone sus fichas en sostener que "la naturaleza no es cruel. Ni tampoco lo son los animales que matan y a veces incluso torturan a otros. La crueldad depende de que uno comprenda que está siendo cruel y de las posibilidades que tiene a su alcance para evitarla. O de que uno prefiera no verla".
Si finalmente Safran Foer sabe que no podrá arreglar el mundo para su hijo, al menos deja por escrito aquellas cosas fundamentales que el chico debe saber una vez que deba alimentarse por sí mismo.
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Articulo completo y video aqui:
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