Tom Hume, un británico desarrollador de software , acudió recientemente a una charla del antropólogo Robin Dunbar —célebre por postular que la mayoría de los seres humanos no puede gestionar más de unas 150 relaciones sociales— y analizó sus opiniones sobre nuestra forma ultramoderna de mantener el contacto.

La sesión, titulada «¿Cuántos amigos necesita una persona?», pasó revista a nuestras vidas y estableció que la cifra que aporta Dunbar se da en todo tipo de modalidades y en toda clase de lugares: por ejemplo, en el ejército, en la familia y en los negocios.. Pero, aparte de insistir en algunas cuestiones bastante habituales (¿de verdad que hay alguien que valore tener 5.000 amigos en Facebook?), también llevó a Hume a analizar a fondo qué servicios sociales en la red están equivocándose.

En consecuencia, esbozó lo que él denomina «las cuatro mentiras del software social»: ese conjunto de suposiciones que casi todos los servicios sociales en red dan por hecho, pese a que hay abundantes evidencias de que son erróneas.

Y acierta de lleno en lo referente a que:

• Todos nuestros amigos tienen la misma importancia

• Nuestros amigos se organizan en grupos independientes

• Podemos mantener centenares de amigos

• La amistad es recíproca e igualitaria

Casi cualquier servicio nos ofrece un modo de mantener contacto casi con toda la gente que deseemos, así como herramientas para ayudarnos a categorizar la relación en uno u otro de unos cuantos ramilletes. Muchos hemos empezado a adoptar este modo de gestionar nuestras amistades en la red, a tratar de arrancar alguna eficiencia al sistema... pero seamos sinceros: muy pocos gestionamos nuestra vida de ese modo. Tenemos unos hermanos que son amigos y otros que no lo son tanto, tenemos unos compañeros de trabajo con los que compartimos secretos íntimos y otros a quienes no podemos soportar. Tenemos amigos más próximos a nosotros de lo que nos gustaría y conocidos con los que mantenemos más distancia de la que desearíamos. En resumen: las personas son un lío... y hay muy poco software social capaz de reflejar la complejidad de las relaciones reales.

Cuando lo consiguen, raras veces obtienen el reconocimiento que merecen. Por ejemplo, creo que una de las grandes ventajas de Twitter fue que hizo asimétrica la relación entre dos usuarios. Puedo seguir el rastro de quien quiera, pero ellos no tienen ningún motivo real para corresponderme (aparte de una especie de cortesía elegante o la necesidad de recibir cierta dosis de respuesta). Esta situación concede más poder a las celebridades y a toda clase de comunicadores, capaces de incorporar más usuarios nuevos, y también reduce la influencia de los distribuidores de información irrelevante y vuelve el sistema más gradual para los distintos tipos de usuarios. Podemos construir la red a la medida: grande, pequeña, amplia, estrecha... escoger con precisión de quién seguir el rastro sin sentirnos avasallados.

Hume se asombra porque, en última instancia, no  somos nosotros los únicos que contenemos la situación:

Gestionar listas de amigos es pegajosamente incómodo. Apuesto a que Google o Facebook podrían eliminar gran parte del dolor de confeccionar las listas analizando mi flujo de comunicaciones. Apuesto a que podrían detectarlo y pedirme que confirmara los cambios («está usted enviando muchos correos electrónicos a Freda; ¿trabaja demasiado o acaso ella es en estos momentos una amiga ajena al entorno profesional?»). Tal vez el reto no sea tan técnico, sino que tenga más que ver con cómo presentar la situación a un público interesado por lo privado;

No cabe duda de que la sociabilidad es sensible al contexto. Para todas aquellas personas que, por ejemplo, rididulizan el afán social de Google, la empresa ha demostrado con la casilla de prioridad del correo entrante de Gmail que es capaz de utilizar nuestras pautas de comunicación para establecer qué es lo realmente importante para nosotros.

Pero no creo que el miedo a perder la intimidad sea la razón por la que no le facilitamos el acceso a estas empresas. De hecho, hemos sido cómplices y las hemos ayudado a difuminar la intimidad en muchos sentidos. Me pregunto si no será tan solo que las leyes de las redes sociales se basan sencillamente en lo que los demás han hecho con anterioridad.

En muchos aspectos, Facebook no es mucho más avanzado de lo que lo era cuando SixDegrees y LiveJournal contribuyeron a marcar la pauta: y, por lo general, sigue incurriendo en esos mismos errores acerca del funcionamiento de las relaciones humanas.

¿Es que son algo que se podrá fijar en algún momento?

Bobbie Johnson
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