¡Dios no guarda vacaciones!
Te acompaña con su Palabra siempre eficaz y certera.
Si la lees aprenderás que, una buena reflexión sobre tu vida,
es el mejor oxígeno que puedes ofrecer a tu existencia.
Te habla en el silencio. No lo busques en lo extraordinario.
No lo reduzcas a la belleza que te seduce. Dios habla cuando
se le busca en una atmósfera de paz y de sosiego.
Te protege en las dificultades. El verano, por estar la familia
más reunida, es proclive a los conflictos. No estamos acostumbrados
a estar “demasiado juntos”. Dios es familia y nos ayuda a hacer
más sólidos nuestros principios cristianos.
Te conduce en los caminos que avanzas.
Para descansar no es necesario ir muy lejos pero, allá donde estés,
la mano de Dios te alcanza, su soplo te empuja, sus ojos te miran.
Desea tu recuperación. El Señor constantemente se retiraba para orar.
Sus vacaciones preferidas eran esas: estar con Aquel que tanto le amaba.
No olvides que, además de tu expansión física, tu alma necesita
un alimento espiritual.
Disfruta estando contigo. Junto a Ti, en llano o en la montaña,
Dios permanece alerta. Eres insustituible para Él. Te quiere y,
por lo tanto, su mayor obligación mientras tú descansas…
es que Él quiere estar contigo.
TE ALIMENTA en el desierto. Las vacaciones pueden ser
un bien o un mal. Nos puede tentar el maligno o, por el contrario,
bendecir Dios que habita en el cielo. No olvides la Eucaristía,
una visita a la iglesia, una pequeña obra de caridad.
El verano no puede ser cincelador de becerros de oro.
Te ofrece el cultivo de la fe. El verano, cuando no se vive
como Dios manda, puede ser un “invierno para la fe”.
Un descansar sin ser cristiano. No olvides lo que las agencias
de viaje no te ofrecen: emplea algo de tiempo en amar a Dios
y a los demás. Descansa no de Dios…sino con Dios.
Quiere tu crecimiento. En las vacaciones hay tiempo para
lo más esencial: el testimonio (que a veces las prisas nos lo impiden),
la conversación profunda y serena (que nuestras obligaciones nos evitan)
o la preocupación por el estado de los otros que viven al lado.
Dios nos ayuda cuando, también nosotros, lo hacemos
con los que nos rodean.
Dios no guarda vacaciones. ¡Y más vale! Lo necesitamos
por cuanto que, en el descanso o en el trabajo, en el ocio
o en deporte, en el mar o en el monte, en el conflicto o en la paz,
en la alegría o en la tristeza, en verano o en invierno…
necesitamos de una mano que nos indique nuestro camino a seguir.
P. Javier Leoz