Después de kilómetros de curvas por el paisaje campestre de Quebec, la carretera a Montebello llega hasta un enorme bungalow hecho de troncos situado junto al río Ottawa. Poco a poco van aproximándose autobuses cargados de mujeres que vienen desde Ruanda, Colombia, el Congo, México, Bosnia, Birmania, mujeres que piensan que pueden cambiar el mundo.
Los planes que alientan no persiguen cambiar por completo el mundo. Sólo los aspectos más violentos y despreciables, aspectos que muchas de esas mujeres –demasiadas- han experimentado en primera persona. Cargan con experiencias que tratan de borrar para siempre, si no de la historia, al menos de cualquier futuro posible.
Sobre los terrenos de este centro turístico de comienzos de siglo que acoge habitualmente a jefes de estado y grandes empresarios, más de 100 mujeres de todas los lugares del mundo se reunieron a finales de mayo para elaborar un compromiso conjunto que ponga fin a la violencia sexual en la guerra. Ese lugar seguro, con alimentos y compañerismo, permitió que muchas pudieran compartir los trágicos relatos de sus propias violaciones. Esas mujeres no han venido como víctimas, sino como líderes de un movimiento internacional que pretende llevar a los criminales ante la justicia, reparar las sociedades y las vidas dañadas y, sobre todo, impedir que el cuerpo de la mujer se utilice como campo de batalla en los conflictos.
Aunque las estimaciones varían, las estadísticas son abrumadoras: medio millón de mujeres violadas en Ruanda, 64.000 en Sierra Leona, alrededor de 40.000 en Bosnia y Herzegovina, casi dos millones en la República Democrática del Congo, incontables miles más en otras partes del mundo.
“Las cifras son impresionantes”, advierte Jody Williams, una de las mujeres laureadas con el Premio Nobel de la Paz que organizó el encuentro. “Aquí hay mujeres que han sufrido la violencia sexual en los conflictos”. Muchas asienten con la cabeza. A lo largo del evento de cuatro días de duración, las participantes, incluida Jody, contarán sus historias. Debido a su fortaleza y compromiso, los testimonios de las mujeres no terminan en el horror de su sufrimiento. Bien al contrario, sirven como preludio de detalladas descripciones de cómo cada una está organizándose contra la violencia sexual en sus países y en foros internacionales en aras a crear un mundo en el que ninguna mujer sufra lo que ellas y sus compatriotas han padecido.
Estrategia calculada
En el siglo XXI, resulta que es algo común que en muchas partes del mundo se utilice la violencia sexual contra las mujeres con objeto de someter, aterrorizar y dominar a poblaciones enteras. El derecho internacional sólo ha empezado a reconocer y codificar el hecho de que la violencia sexual no es un subproducto de la guerra o un acto incontrolado por parte de grupos de soldados sinvergüenzas sino un crimen de guerra perpetrado contra la mujer, contra razas y sectores de la sociedad y contra la humanidad. Es también una calculada estrategia bélica.
Tres ganadoras del Premio Nobel abren el encuentro para definir los términos y describir la tarea a tratar. Jody Williams ganó el premio tras organizar una exitosa campaña internacional para prohibir las minas terrestres; a Shirin Ebadi se le reconoció su trabajo como defensora de los derechos humanos y especialmente de los derechos de la mujer en Irán; y Mairead Maguire formó una organización para trabajar en aras de la paz en Irlanda del Norte. Wangari Maathai, de Kenia, y Aung San Suu Kyi, de Birmania, enviaron mensajes de apoyo grabados en video. Su organización, la Iniciativa de las Mujeres Nobel, persigue hacer uso del prestigio del premio para llamar la atención hacia los movimientos por los derechos de las mujeres por todo el mundo, fortaleciéndolos. Convocaron la reunión de mayo para compartir experiencias y estrategias y empezar a diseñar acciones coordinadas a nivel internacional que pongan fin a la violación en la guerra, castiguen a los violadores y recuperen a las supervivientes y a sus comunidades.
La guerra es por definición violencia, violencia contra las mujeres, los hombres, los niños, el medio ambiente. Las campañas genocidas y el belicismo son universalmente rechazables. ¿Por qué el enfoque sobre la cuestión de género?
Williams sitúa en contexto el esfuerzo. “No estamos tratando de hacer que la guerra sea segura para las mujeres”.
Maguire subrayó también que luchar contra la violencia sexual en la guerra va más allá del enfoque en la violación y necesita de un compromiso que diga: “No a la guerra, no al militarismo, no al asesinato. Sí a la paz, sí a la resolución de los conflictos, sí a quienes buscan la paz sin violencia, sí a la dignidad humana, sí a los derechos humanos y a la justicia”.
Utilizando los mecanismos internacionales
El objetivo de acabar con la violencia sexual en los conflictos se centra en primer lugar en dar visibilidad al problema y después en construir sociedades que condenen y detengan con rapidez lo que se ha denominado como “epidemia” de violaciones en los conflictos. También trata de crear y aplicar el derecho internacional, por ejemplo, las Resoluciones del Consejo de Seguridad nºs. 1820, 1888 y 1690, que “exigen el cese total, con efecto inmediato, de todos los actos de violencia sexual a todas las partes en un conflicto armado”, entre otros mandatos.
Joanne Sandler, directora adjunta de Mujeres de las Naciones Unidas, la entidad de la ONU encargada de la igualdad de género, señaló que el sistema de la ONU ha avanzado al reconocer la violación en la guerra como un crimen internacional específico. Señaló cuatro razones para que a tal fin la sociedad civil haga un esfuerzo dirigido por las mujeres: identificar dónde existe violencia sexual en los conflictos pero que aún no ha aflorado, ir más allá de los mecanismos legales que tratan el problema de la violación exclusivamente en situaciones específicas, incrementar el control y las presiones para que se haga justicia y construir respuestas centradas en las supervivientes que sitúen los derechos de las mujeres en el centro de las conversaciones por la paz.
La conferencia reunió a una amplia gama de activistas, incluyendo supervivientes, proveedores de servicios, representantes de los sectores de seguridad, expertos legales e impulsores de movimientos. Las participantes encontraron un campo común en su solidaridad, empatía y compromiso para hacer algo. Más allá de esto, las diferencias plantearon desafíos y enriquecieron las discusiones. Por ejemplo, se ha reconocido formalmente que hay determinados conflictos que implican una extendida violencia sexual y que es necesario procesar a los violadores en tribunales internacionales, como es el caso de las campañas genocidas en África y Bosnia y Herzegovina. Aún no se han reconocido otros conflictos, incluyendo las guerras del narcotráfico latinoamericanas y la posterior al golpe en Honduras, ni que el uso de la violencia sexual para socavar a la oposición sigue estando bajo el radar de la comunidad internacional. Otros implican estallidos violentos específicos, como la violencia post-electoral en Kenia en 2008. En otros participan actores estatales, o no estatales, y la mayoría suponen una combinación de los dos.
El telón de fondo de la violencia en todos los casos es la impunidad, la ausencia de justicia y un sistema patriarcal que permite que se valore a las mujeres como instrumentos de conquista considerando la violación como un arma de guerra.
Lágrimas y canciones
En este encuentro, la esperanza y el horror han caminado de la mano.
En los grupos de trabajo, en las comidas y en los largos paseos por los bosques del Quebec, mujeres de treinta países hablaron de sus propias experiencias y de sus esfuerzos para que se aborde y se impida la violencia sexual. Muchas supervivientes de violaciones se han convertido en líderes internacionales a través de sus esfuerzos para ayudar a otras. Aunque han contado muchas veces sus historias con anterioridad, eso no impide que las lágrimas broten al recordar, otra vez, los ataques que cambiaron sus vidas.
Rose Mapendo es una superviviente de la masacre de la República Democrática del Congo en 1998. Miembro del grupo étnico tutsi, se vio obligada a esconderse con sus siete niños, pero la policía descubrió al grupo. Mataron a su marido y los soldados se la llevaron a ella y a sus niños a un campo de la muerte donde dio a luz a gemelos. Un equipo estadounidense rescató a su familia del campo y Rose vive ahora con sus hijos en Phoenix. En la actualidad, trabaja en labores de apoyo de reasentamiento de refugiados. La crisis de violaciones prosigue en su país. Cuando nos habla de su trabajo y experiencia, mezcla las lágrimas con el canto.
Godelieve Mukasarasi trabaja en Ruanda con mujeres supervivientes del genocidio de 1994. Su organización, SEVOTA, ayuda a las mujeres víctimas de violación que sufren SIDA, también lleva a cabo cursos para reconciliar a las mujeres con los niños nacidos de una violación. Muchas mujeres rechazan a esos niños. Mientras hablamos, empieza a darme golpecitos suaves en la cara, los brazos y los hombros. El traductor de nuestra conversación explica que está intentando mostrar parte de la terapia que utiliza para reducir el dolor y el resentimiento de estas mujeres. Grupos armados mataron al marido de Godelieve y a su hija en la violencia que acabó con casi un millón de tutsis.
La última historia que escuché antes de volver a casa fue la de Bakira Hasecic. Una musulmana bosnia de Visegrad, ella y su hija fueron repetidamente violadas por las fuerzas serbias; violaron también a su hermana y la mataron y su hogar se convirtió en un centro de violaciones.
Hasecic es, en una palabra, implacable. Dice que no descansará hasta llevar a la justicia a todos los responsables de esos hechos. Muchos de ellos son vecinos que han regresado a la ciudad.
En el primer lugar de su lista aparece el criminal de guerra Ratko Mladic. Mladic es un general del ejército serbio-bosnio que lleva fugado dieciséis años, al parecer refugiado en Serbia. Los acerados ojos azules de Hasecic muestran su determinación para hacer que él y otros sean castigados por sus crímenes. Su postura erguida refleja su entrenamiento militar, tras las violaciones, ella y su hermana se unieron a las Fuerzas de Defensa Territorial de Visegrad.
Ese mismo día, en el aeropuerto de Montreal, una pantalla de televisión informa de que la policía serbia ha finalmente detenido a Mladic. Imagino la reacción de Bakira. No sonreirá. Le tachará de su lista con toda firmeza y continuará luchando para que le castiguen a él y al resto de los culpables.
De la reacción a la acción
Las historias de las supervivientes llevan el problema al corazón; las discusiones estratégicas lo llevan a la mesa. La mayoría de nosotras tenemos más preguntas que respuestas: Una periodista se pregunta qué hacer cuando tu audiencia local se canse de las entrevistas con las supervivientes de la violación y el problema sólo vaya a peor. ¿Cómo puedes enfrentarte al mismo tiempo a la necesidad de reconciliación y al deseo de que las comunidades sometan a los culpables a la justicia?
Todas las participantes tenían experiencias y conocimientos que compartir y el intercambio de ideas gestó una amplia gama de propuestas. Su realización dependerá de las alianzas forjadas y de los seguimientos de cada una de las participantes. Todas las mujeres presentes en la conferencia luchan por la paz, dentro de ellas mismas, en sus comunidades y en sus naciones.
Es la combinación de esos esfuerzos y actos cotidianos de valor lo que servirá de base para que “las mujeres forjen una nueva seguridad”, en palabras de las organizadoras. Aunque la reunión no alcanzó la solución definitiva al inmenso desafío de acabar con la violación en la guerra, llevamos con nosotras toda la fortaleza del esfuerzo colectivo y el profundo compromiso. Cada mujer se comprometió personalmente a continuar luchando por el objetivo común –difícil pero no imposible- de acabar con la violencia sexual en los conflictos armados por todo el mundo.
Laura Carlsen
CounterPunch
Laura Carlsen es directora del Programa de Políticas para las Américas en Ciudad de México. Puede contactarse con ella en: lcarlsen@ciponline.org