¿Amor para siempre?
Estamos en primavera, y el amor es un tema que llena la calle, la publicidad y hasta las páginas de los periódicos. Pocos temas son tan recurrentes en la literatura, la filosofía y el arte. Hoy se especula mucho sobre su peculiar naturaleza. Muchos desearían que fuera eterno, pero también el amor ha caído en esta cultura de lo rápido y lo efímero, del “todo es relativo” y el “nada es para siempre”.
Muchos dicen que el amor para siempre no existe. Incluso estudios científicos sugieren que el amor apasionado del enamoramiento y de los recién casados es caduco, y que dura como mucho entre dos y cuatro años, antes de caer en la rutina. Para muchas personas, las malas experiencias de pareja y el creciente aumento de los fracasos de las relaciones matrimoniales parecen una demostración de que el amor, como todo, nunca es definitivo y eterno. Algunos, aún más decepcionados o heridos, llegan a afirmar que, en realidad, el amor absoluto y eterno, tal como lo entendían los románticos, en realidad es una falacia, y no existe. Otros sostienen que es un invento de las religiones y las culturas para asegurar la estabilidad de las familias y el matrimonio, como si la infidelidad y la volubilidad fueran connaturales al ser humano.
No soy una experta psicóloga, ni filósofa, ni antropóloga. Pero me atrevo a afirmar, contra viento y marea, y con todas mis fuerzas, que el amor para siempre sí existe, y que el amor, si es auténtico, no puede hacer otra cosa que dejar de crecer.
Buscando las raíces del amor
Me gusta comparar el amor con un árbol que, si se va regando y se cuida, crece día a día, sin cesar. Cuanto más viejo, más grande, más frondoso, más bello. Y entre sus ramas y hojas anidan nuevas vidas, proyectos, sueños y realidades. Un amor auténtico como roble crecido y fuerte puede resistir los embates de las tempestades, del tiempo y de la sequía. Un amor sólido lo resiste todo.
Por supuesto, ese árbol ha necesitado algo para crecer. Ha necesitado, además del potencial que lleva inscrito en sus genes, de alimento, agua y tiempo. Así es el amor humano. Como el fuego, sólo necesita alimentarse. Si se va avivando, sólo puede acrecentarse más y más. El tiempo no lo agota, sino que lo engrandece.
Antes de seguir, debo hacer un alto para precisar qué entendemos por amor. El amor no es sólo pura química, atracción o deseo. Tampoco es un sentimiento más o menos intenso y placentero. No es mera poesía. El amor engloba todo esto y algo más, que supone su genuina y auténtica raíz. Las diversas religiones han definido el amor con palabras bellas y certeras. El amor es donación. El amor es generosidad, es entrega de sí mismo. Es amistad, es confianza, es compartir. El amor es también ternura, es intercambio, es comunicación… El amor es belleza creadora, trabajo, pensamiento. Hay amor en el beso de un enamorado, en la caricia de una madre y en una obra de arte bien hecha. Hay amor en el trabajo hecho con amor, en la cortesía, en el sacrificio. Hay amor, también, en el cumplimiento de un deber, aunque éste se haga con esfuerzo. Si lo pensamos bien, estamos rodeados de amor. El mundo, a pesar de sus lacerantes contradicciones, está inundado de amor. Decía el teólogo y científico Teilhard de Chardin que el amor es como el nervio que recorre y anima todo el universo. Todo cuanto existe está traspasado por la vena del amor. Como han escrito algunos literatos, es la fuerza que mueve el mundo, aquello que mantiene al mundo girando sobre sí.
La naturaleza del amor
¿Cuál es la naturaleza del amor? De nuevo la mística y la literatura nos arrojan luz sobre las cualidades de esta fuerza, que es mucho más que química y sentimientos. San Pablo, en su célebre “Himno al Amor” (o cántico de la caridad, como se ha traducido en otras versiones), nos explica que el amor es paciente, fuerte, incansable, generoso. El amor no lleva cuentas del mal, no se irrita, no se enorgullece, no es egoísta. Todo lo aguanta, todo lo resiste, todo lo espera y todo lo cree. Nos muestra un amor dulce, sereno, tierno, y a la vez fuerte hasta el infinito. Si volvemos a otros poetas, veremos que el amor es una energía poderosa que supera las barreras de la muerte. Dice Quevedo en uno de sus sonetos que, el día que muera, “polvo seré, mas polvo enamorado”. Shakespeare escribe bellamente sobre la cualidad inagotable del amor: “Cuanto más te doy, más tengo, porque este amor es infinito”.
El amor no es un simple valor, ni algo relativo. El amor es un concepto trascendente, que supera nuestras limitaciones humanas. ¿Cuántas veces hemos oído de personas que han rozado la heroicidad por amor? El amor hace cometer locuras y actos que parecen ilógicos. El amor incondicional de tantas madres, el amor del que da la vida para salvar otras, el amor no correspondido e incansable de tantas personas que han amado sin esperar nada a cambio… sobrepasa la racionalidad humana. El amor es un poco (o un mucho) loco. Dice Jesús que “no hay mayor amor del que da la vida por sus amigos”. En nuestros términos cartesianos y puramente humanos, ese amor no cabe. Y, sin embargo, todos sabemos de qué se trata. Todos anhelamos ese amor, en el fondo de nuestro corazón, y tal vez hemos conocido a personas que viven o han vivido este amor auténtico. Muchas son las parejas que podrían hablarnos de él. Y saben que el amor traspasa la misma vida, y va más allá de la muerte. El amor real es para siempre.
Amor es querer
Precisamente por su naturaleza, sólo necesita ser alimentado para nutrirse y multiplicarse. Es algo tan sencillo… ¡y tan difícil de hacer en la práctica! ¿Por qué mueren tantos amores? Tal vez, en sus inicios, eran genuinos y auténticos. Pero se dejaron apagar, hasta que fueron irrecuperables. La perseverancia en el amor, día a día, en los detalles pequeños, en los contratiempos y en las alegrías, es buena parte del secreto para mantener viva la llama, aseguran los miembros de la mayoría de parejas que alcanzan una feliz vejez siguiendo enamorados. Pero para alimentar el amor, es preciso algo más que sentirlo. Porque muchas veces cuesta, no apetece o resulta complicado, porque hay que renunciar a otras cosas que quieren invadir nuestra vida, incluso a nuestra comodidad momentánea. El amor, en realidad, es una cuestión de querer. Y hablo del querer voluntarioso. Querer es un acto de voluntad. Si quieres, puedes. Si quieres, amas. Quien quiere hacer algo, no importa los obstáculos que se presenten, lo conseguirá, tarde o temprano. Quien quiere amar, sin duda, lo consigue. Querer es también un acto supremo de libertad. Un teólogo dijo, bellamente, que la libertad del hombre es amar.
Ese querer es la primera chispa que mantendrá vivo el fuego. Y el resto… el combustible que lo acrecentará, es esa amalgama de detalles, pequeños sacrificios, constancia en el afecto, trabajo, delicadezas, silencios y palabras dulces, que componen la vida diaria y dan color a nuestra existencia. Para vivir amando es preciso aprender, y no hay mejor escuela que la práctica, ni mejor maestro que el ejemplo. Por eso, en nuestro mundo de hoy, hambriento de amor, que busca la ternura a menudo por caminos equivocados, es urgente y necesario educarse y educar a nuestros niños y jóvenes para aprender la ciencia más importante de todas: el arte de amar. Buenos maestros no nos faltan.
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