Ya sé, Señor, que Tú eres mi inquilino.
ya sé, Señor, que estás dentro de mí
y que debo acercarme tanto a Ti
que acabe convirtiéndome en divino.
¡Qué dulce y milagroso desatino:
que un ser tan débil, pobre y baladí
descubra a todo un Dios dentro de sí
y tenga Su conquista por destino!
Pero, Señor, ¡qué senda tan estrecha!
¡Qué camino tan arduo y tan fragoso!
¡Qué luchas, qué peligros... qué maltrecha
queda el alma, del miedo y el acoso!
pues esa breve senda aún no está hecha
y yo, Señor, no soy ningún coloso.
EL VIAJE INTERIOR,
Francisco-Manuel Nácher López