Me acostumbré a tus palabras, como el viento a la primavera.
Me acostumbré a tus ojos apagados por la deseperanza, a tu voz con distancia, a tu caricia contenida en la estela del recuerdo. Al todo o nada y nada y todo. Me acostumbré a jugarme la vida en una palabra sin saber de mi mismo, a preguntarle a mi corazón sin saber si consentía.
Me acostumbré a tu ansiada ternura, a tus pasos para verte y al silencio de las equivocaciones.
Me he acostumbrado a pensar, más que a actuar a vivir, a expresar, sin saber que pasará.
Me acostumbré a tí, con tanta paciencia, que la impaciencia nos dibujó el espanto y a lo lejos logro sentir tu corazón confuso buscando tu silueta.
Me acostumbré a las cláusulas de una letra echar de menos las noches, que jamás conocí, de la vidas que jamás viví. A pesar de la costumbre buena o mala, simplemente pienso en tí.