La sabiduría. La sabiduría no es ser inteligente ni ser bello ni ser espiritual ni ser paciente ni ser bondadoso ni ser honesto ni ser compasivo ni ser ecuánime ni… La sabiduría no sólo es eso, sino eso y –además- el abrirse a ello en creativa vacuidad: la sabiduría nos brinda esos peldaños que hemos de transitar, pero ¿cuál es la función primordial y a la vez última de la escalera? Soltarla. Soltarla y no tener peldaño al que aferrarnos, quedarse suspendidos en el vacío, como un ala de luz.
La sabiduría es transitar y fluir entre caminos de verdad y de belleza y de amor y de bien… para transcenderlos. La sabiduría es caminar entre bosques de verdad y de belleza y de compasión. Y escucharlos hasta soltarlos. Soltar es no aferrarnos a nuestra propia escucha del ser, sino dejarnos empapar, dejarnos vaciar por la vida hasta ser transparentes: soltar es realizar un esfuerzo de reconocimiento y superación de nuestro lado sombra para potenciar nuestra capacidad de comprensión hacia nosotros y el mundo que nos rodea. Dice el poeta, “no separes la sombra de la luz que ella misma ha engendrado” .
Ser sabio es dejarnos fluir en la vida, en el ser, pues todo concepto (sea bien, belleza o verdad) es sólo una escalera a la que nos sujetamos, una escalera que se va tejiendo y formando al ritmo cansino de nuestro propio movimiento de apego y de rechazo al flujo de la vida; movimiento de vaivén que en su ir y venir- y en su mecer nos forma mientras amamos y odiamos y sufrimos… El vacío deja el vacío. Dejarse vaciar por el tiempo como se dejan vaciar las caracolas por el mar.
Estar atentos, escuchar. Ser sabio es contemplar la forma, la materia, hasta sentir que forma y vacío (materia y espíritu) son lo mismo (“el espíritu es la metáfora de la infinitud de la materia”). Ser sabio es un estado de “atención suprema” al movimiento del universo y a la respiración de la materia. Sólo en ese estado de escucha suprema, de apertura consciente sobreviene la forma, mas no como algo impuesto a la materia, sino como epifanía natural de ésta. Así sobreviene la sabiduría, escuchando ese movimiento que no cesa de comenzar: “El movimiento: exilio: infinito regreso: vértigo: el solo movimiento es la quietud” . Es la escucha alerta de este latido –receptividad amorosa- la fuente de la sabiduría pues, en última instancia, en nosotros vive el otro, espejo donde se reflejan nuestros ojos. La Verdad, la Belleza y el Bien toman forma y color cuando se reflejan, cuando se encarnan en nosotros (“los ojos con que yo veo a Dios son los ojos con que Él me ve”, decía Eckart).
Cuando dejamos que nuestra naturaleza búdica sea iluminada o irradiada, cuando permanecemos en amorosa escucha, nuestra naturaleza búdica refulge y entonces “no soy yo sino Cristo quien vive en mí”; o el Espíritu, o la Luz, o Buda: ésta es la actualización de la Belleza del ser; la reencarnación de Cristo. Aquí vive o habita la creatividad, la re-creación de las formas, la re-surrección del Verbo (logos). Es así como nos convertimos en dioses, pues somos capaces de recrear toda la Belleza del Universo.
Y entonces la Belleza se impregna de Bien (“la belleza es bien y el bien es belleza”, decía Keats), empapándonos con su reflejo. Nuestra ofrenda (a la Sangha), nuestra generosidad que comparte la luz hasta verse reflejada en el rostro del otro nos recuerda la “heterogeneidad del ser”, pues la naturaleza de todo ser nace en interrelación dialógica con su semejante; y semejantes somos todos los seres.
Y es en este momento de suma creatividad de inmensa Belleza y Bondad cuando surge la radical Verdad, pues “con el que yo así percibo como otro y con el que así como a otro a mí mismo me percibe puedo construir un mundo, una relación o un espacio de fluido intercambio de la diferencia con la diferencia. El misterio está en la diferencia misma; y, en ella, la raíz del conocimiento y del amor” .
“Oh, uno, oh ninguno, oh nadie. Oh tú”
Paul Celan