Tomemos los seis días del Génesis para representar lo que, de hecho, ha ocurrido en cuatro mil millones de años. En ese modelo a escala reducida un día equivaldría a 660 millones de años. Imaginemos que nuestro planeta nació el lunes a las cero horas. Lunes, martes y miércoles hasta el mediodía, el planeta se constituye, se forma un buen follón (enfriamientos y erupciones por un tubo y seísmos y montones de plegamientos y se llena todo de fallas, fallas por donde fallas). La vida empieza el miércoles a mediodía (“¡Venga, genes! ¡MOVEOS!!!”) y se desenvuelve en toda su belleza orgánica durante los siguientes tres días (“¿Quién te ha visto y quién te ve, cacho-animal? Si ayer mismo eras un renacuajo”).
El sábado por la tarde, después del telediario, aparecen los grandes reptiles (“¡Aquí tamo!”). Cinco horas más tarde, a las nueve de la noche, cuando los sequoias empiezan a brotar, los grandes reptiles desaparecen (“¡Ya no tamo!”). El ser humano aparece a las cero horas menos tres minutos del Big Sábado-sabadete. (“Mis papis no me comprenden; son unos primates”). Cristo nace un cuarto de segundo antes de medianoche (“Novedá-Novedá-blanca-Novedá”). No nos ha dado tiempo de acabarnos los turrones y, un cuadragésimo de segundo antes de medianoche, se inicia la Revolución industrial (¡A fichar, neng!).
Es medianoche del sábado (“Satardey-nait, Satardey-nait, Om Namo de Marcha, Om Namo de Maaarcha!”), y aún hay quien cree que las cosas son así porque siempre han sido así y así seguirán siendo. Cuando se me ocurrió compartir esta típica metáfora me estaba zampando unos helechos en el bosque. He imaginado las primeras palabras en una cueva. He grabado la primera estrofa en un petroglifo. La siguiente, con un punzón en un papiro. La de después, con una pluma de ganso en un pergamino. La posterior, con plumilla. En la última, he pasado del lápiz a la pluma estilográfica, a la máquina de escribir, al boli, al rotulador de punta fina y a la pantalla del ordenata… sin darme ni cuenta.
¡No me extraña que nunca tengamos tiempo de nada!
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