Regalos del Adviento
LUZ.
Para distinguir a Cristo que sale a nuestro encuentro.
Abrir los ojos, para que nada, ni nadie nos confunda.
Es necesario para no desviarse del camino.
OÍDO.
Para escuchar sus pasos. Dios nunca se impone.
Se propone a todo aquel que desee acogerle libre
y voluntariamente. El silencio nos hace sensibles
a la llegada del Señor.
ALEGRÍA.
El nacimiento de un niño siempre trae debajo
de su brazo altas dosis de felicidad y de alegría.
Estar comprometidos con lo que gusta a Dios
será la mejor forma de ampararle.
HUMILDAD.
Si Dios estando en las alturas, se acerca al hombre,
es para que también la humanidad se ayude mutuamente.
Al salir al encuentro de los demás abrimos una puerta,
la de la humildad, que nos empuja a los brazos de Dios.
ESPERANZA.
Esperamos no algo efímero. Es Alguien el que nos produce
una sensación de paz y de sosiego, de optimismo y de ilusión.
Desengancharnos de aquello que monopoliza excesivamente
nuestra atención hará que aumente en nosotros
las ganas de celebrar el nacimiento de Cristo.
QUIETUD.
El trabajo, las responsabilidades y preocupaciones nos absorben
y boquean demasiado. El adviento nos invita a contemplar,
a ser más reflexivos, a estar expectantes ante un acontecimiento:
¡Dios viene a salvarnos!
AVENTURA.
Este tiempo prenavideño nos invita a salir al encuentro
del Señor. Instalarnos en el camino fácil, en el consumo
o en lo superficial, no nos convierte en aventureros
sino en autómatas. ¿Quieres descubrir al Señor?
HERMANDAD.
El adviento nos dispone no solamente al nacimiento
de Jesús sino al sentido de su llegada: viene a restablecer
la alianza entre Dios y el hombre. Un Niño nos va a nacer
y, en Él, todos seremos hermanos. Avanzando
en la reconciliación personal y comunitaria podremos
significar la autenticidad de nuestra fe.
VISITA.
Celebrar el adviento es prepararse a una visita especial.
Hay que limpiar el corazón para que, el Señor, pueda
nacer en él. La Palabra, la conversión personal
y la alegría…. pueden servir de pañales con los cuales
recibir dignamente al Salvador.
SILENCIO.
El Hijo de Dios viene silenciosamente y, por lo tanto,
hay que estar atentos para saber desde que dirección
se acerca hasta nosotros. Ser centinelas, vivir
como centinelas, permanecer como centinelas
y con los ojos bien abiertos evitará que, lo grande