En la navidad de 1914 despues de varios meses de lucha cuerpo a cuerpo en el frente y con un millón de muertos como presagio de lo que seguría, un villancico recorrió todas las tierras de nadie entre los bandos enfrentados, llevó a los soldados de ambos bandos a sellar una tregua contra la voluntad de sus superiores, a trepar de las trincheras y a encontrarse desarmados en esa tierra de nadie sembrada de cadáveres.
Ahí, durante dos días y a lo largo de cientos de kilómetros, miles de alemanes y británicos intercambiaron regalos, tomaron champagne, cantaron villancicos, armaron arbolitos, se cortaron el pelo, jugaron al fútbol, cavaron tumbas, rezaron juntos y enterraron a sus muertos.
La decisión de los generales terminó con esa paz espontánea largamente ignorada por los historiadores y cuya impronta más indeleble sobre la faz de la Tierra es haber hecho mundialmente conocida la canción Noche de paz, noche de amor.
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Nunca antes en la historia de una guerra surgió una paz así, de abajo. Nunca más volvió a repetirse. En 1914 no hubo en la frontera uno o dos casos de paz, en realidad hubo un espontáneo movimiento pacifista a lo largo de cientos de kilómetros y miles participaron de él.
Los alemanes de origen sajón, en lugar de tirar granadas de mano, tiraron tortas de chocolate. Los alemanes les tiraron regalos a los ingleses y recibieron a cambio galletas y corned beef, los otros querian principalmente queso, pan negro y bizcochos.