Una niebla densa, característica de las noches londinenses, envolvía las calles empedradas. Las lámparas de aceite permitían que la gente circulara, pero la niebla era tan densa, que los pocos peatones que se aventuraba en aquellas calles, parecían fantasmas, que aparecían repentinamente para enseguida desaparecer entre la bruma. El oscuro carruaje en el que iba Eliot, abandonó las calles del centro de Londres y se internó en unas callejuelas angostas, donde la niebla mermaba un poco, pero estaban menos iluminadas.
El conductor tiró de las riendas y el carruaje se detuvo. Eliot bajó y se acomodó el cuello de su traje. En su mano izquierda sostenía un largo bastón, la galera que coronaba su cabeza, agigantaba aún más su figura alta y robusta.
- ¿Quiere que lo espere aquí señor? - preguntó el cochero. - Sí, no creo que tarde mucho. Deséeme suerte Robert - dijo Eliot volviéndose hacia él. - Que tenga suerte señor, pero no creo que la necesite. - Nunca está de más Robert… nunca está de más.
Eliot se iba a presentar ante los padres de una muchacha que había conocido recientemente. Apenas golpeó se abrió la puerta, lo recibió Camila, la muchacha que él pretendía. Se quitó la galera al entrar, ella sonreía y la colgó en un perchero.
- ¡Eliot! Que alegría. Pasa, mis padres están en la sala. - Acaso creíste que no vendría, nada podría impedírmelo.
Ya en la sala Eliot se presentó, dando muestras de su refinada educación. Los padres de Camila lo miraban de arriba abajo, sin mucho disimulo. Sobre la mesa había una bandeja con una tetera, a parte de eso no había otra cosa. A Eliot le pareció un poco raro, y sin dudas descortés, el que no le ofrecieran algo, y tampoco le gustó la forma en que lo miraban.
- Camila me ha dicho que usted no tiene padres - comenzó la madre -. Y tampoco parientes cercanos ¿Es así? - Sí señora. Mis padres murieron hace unos años - le contestó Eliot -. Tengo algunos parientes lejanos pero no tengo contacto con ellos. - Así que usted vive solo - dijo de repente el padre. - Tengo varios sirvientes, está la familia de Robert, que es como mi familia… - Pero sólo son sirvientes - lo interrumpió Camila. - Sí… - dijo Eliot, dudando. Párale no eran sólo empleados.
Ahora hasta la actitud de Camila le parecía extraña. Aquella actitud inquisidora, parecía algo más que la simple preocupación de unos padres ante el pretendiente de su hija; algo no estaba bien. El padre de Camila se dirigió a ella con un tono de reproche:
- La próxima vez quiero que traigas a alguien que no sea tan grande. A tu madre y a mi no nos gusta pasar trabajo a la hora de la cena. La próxima vez no seas tan golosa, que alguien más pequeño es suficiente para los tres.
Camila bajó la cabeza como reconociendo su error, cuando la levantó, su rostro había cambiado, era horroroso, y en su boca se cruzaban unos largos colmillos. En un pestañear, sus padres también se habían transformado en horribles monstruos, vampiros. Eliot no había entregado su bastón al entrar en la casa, otro error de Camila, el bastón ocultaba una filosa espada. Eliot se levantó y saltó hacia atrás, a la vez que tironeaba de su bastón y desenvainaba la espada. La situación lo había horrorizado, pero debido a su entrenamiento (era un hábil espadachín y boxeador) su reacción fue defenderse. Su largo brazo sumado a la longitud de la espada, le permitió mantener a distancia a los vampiros que lo atacaban a la vez, mientra gruñían como bestias.
Daba pasos laterales, giraba y blandía la espada con gran habilidad. Los vampiros intentaban rodearlo y le lanzaban manotazos. Con uno de sus golpes, hizo rodar la cabeza de la madre de Camila. Su padre se abalanzó de forma alocada, y corrió la misma suerte. Al ver que Eliot era muy fuerte, Camila volvió a su cara de muchacha hermosa.
- ¡Perdóname! Yo no quería, ellos me obligaron - le suplicó Camila.
Demasiado tarde, Eliot había arremetido con una estocada, y la espada le atravesó la cabeza, y al salir prácticamente la cortó en dos.
- ¿Cómo le fue señor? - le preguntó Robert al verlo salir de la casa. - Bueno, te diré que yo no era lo que ellos esperaban, y por eso se quedaron sin cena.