Las ventas al exterior caen por cuarto mes consecutivo, la producción toca un piso de 34 meses y algunas empresas analizan cerrar o mudarse. A la vez, los trabajadores se rebelan y piden mejores salarios y condiciones de trabajo.
La crisis mundial está llegando a China. Las exportaciones cayeron por cuarto mes consecutivo, la producción fabril está en su peor momento en 34 meses y una ola de conflictos laborales está sacudiendo un país que no tiene el derecho a huelga contemplado en la Constitución. En los últimos diez días más de diez mil trabajadores en la provincia sureña de Cantón, corazón de las zonas especiales del “milagro chino”, pararon sus actividades.
Los crujidos del modelo exportador se sienten por todos lados. A raíz de la crisis de la Unión Europea, principal destino de las exportaciones chinas, y del anémico crecimiento estadounidense, el índice de órdenes de compras mostró este mes la máxima caída desde el estallido financiero de 2008. Según la Federación de Industrias de Hong Kong, una tercera parte de sus 50 mil empresas afiliadas podría cerrar sus puertas o cortar drásticamente su producción a fin de año. En respuesta a esta contracción de la demanda, las empresas están cortando las horas extra de los trabajadores, fundamentales para obreros que ganan un básico de 1500 yuanes (unos 236 dólares). Según el China Labour Bulletin, una organización independiente con sede en Hong Kong, que monitorea la situación laboral, los obreros añaden unos mil yuanes con las horas extra. “Con esto pueden vivir. Sin esto no llegan a fin de mes”, señala el portavoz Geoffrey Cothall.
La provincia de Cantón, unida por un invisible cordón umbilical a Hong Kong, es paradigmática de la crisis de un modelo basado en los bajos costos laborales. Punto de partida del Gaige Kaifang (liberalización) de Deng Xiao Ping en los ’80, Cantón ha sufrido una caída de sus exportaciones de un nueve por ciento. En el conflicto de la empresa taiwanesa de zapatos Pou Chen, que tiene entre sus clientes a Nike y Adidas, unos siete mil trabajadores salieron a las calles de Dongguan para exigir que la compañía no continúe con la transferencia de su producción al interior de China y a Vietnam, lugares que pueden competir con menores costos laborales. Esta transferencia comenzó hace unos dos años y se viene acelerando con la crisis económica mundial. Si la costa este de China, con sus zonas especiales, sirvió en las últimas dos décadas para contener la inflación en los países desarrollados y generar una ilusión de consumo que no se correspondía con el estancamiento del salario real, hoy el mismo papel lo tienen que cumplir el interior de China y otros países asiáticos. Un empresario textil de Hong Kong, Harry Lee, director de Tal Apparel, lo expresó de manera contundente. “Si hace cinco años me preguntaban dónde crear una compañía, hubiera dicho China en primer lugar, China en segundo lugar y en tercer lugar también. Eso ha cambiado”, dijo. La crisis no sólo se nota en el sector fabril. En la histórica Nanjing los recolectores de basura fueron el 16 de noviembre dos días a la huelga en protesta por el salario (dos mil yuanes) y las demoras en implementar un acuerdo laboral previo.
Ese año pareció el despertar de los trabajadores chinos, con una serie de conflictos con multinacionales que llevaron a un aumento generalizado de salarios. En la empresa de electrónicos con más trabajadores a nivel mundial, la taiwanesa Foxconn, proveedora de Apple y Iphone, trece trabajadores se suicidaron a raíz de las condiciones de sobreexplotación laboral, un hecho que provocó un fuerte escándalo nacional, cambios en la empresa y aumentos salariales del 33 por ciento. Huelgas similares sacudieron a la japonesa Honda y otras multinacionales. Lejos de ser una primera manifestación de descontento laboral, era parte de una tendencia de toda la década, que había pasado inadvertida a la prensa occidental, demasiado fascinada con los espejismos del milagro chino. “La diferencia es que a principios de la década eran conflictos por la ruptura de condiciones básicas de trabajo, como el pago de salarios, y en estos últimos tiempos se trata de una lucha activa por el mejoramiento de las condiciones laborales y salariales”, señala Crothall.
Otra diferencia es la cambiante actitud del Partido Comunista. En 2010 pareció alentar silenciosamente los conflictos rompiendo ese extraño matrimonio de conveniencia celebrado en los ’80 entre las multinacionales y un gobierno nominalmente marxista, que en 1982 había eliminado de la Constitución el derecho a la huelga. Este cambio respondió a un intento de modificar el modelo exportador hacia uno más basado en el consumo que, como se sabe, necesita trabajadores con poder adquisitivo. El problema es que el cambio requiere tiempo y China es un gigante con casi 1400 millones de personas que tiene que responder a necesidades múltiples y casi siempre urgentes. Desde agosto, el gobierno está alentando medidas de ayuda a las pequeñas y medianas empresas y se especula con que a principios del año próximo puede haber un relajamiento de las tasas de interés que ayuden a capear la tormenta. El incentivo político es fuerte. El gobierno está obsesionado por la estabilidad social simbolizada por el concepto confuciano de armonía (“he xie”), central en los discursos de la dirigencia. Con el congreso del Partido Comunista de 2012 a la vista, que decidirá la sucesión a la actual dupla del presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao, la estabilidad social será fundamental para una transición sin sobresaltos. A pesar de los problemas, la economía tiene un crecimiento de un 9 por ciento, menor al esperado pero envidiable para muchos. La deuda social del modelo exportador es, por el momento, el talón de Aquiles.
Marcelo Justo
Página 12