Cuelga la calma
Constante
sobre mi cama,
cuelga el recuerdo,
aquel que taladra
mi pensamiento
con la necesidad
de poseer
lo que creo,
lo que manifiesto
como mi merecer,
aquellas creencias
emborrachadas
por la necedad
del ciego
que sin tocar la fe,
cree lo que escucha
sin entender
su porqué.
Te esfuerzas
para que
una sombra
te aplauda,
¿qué pasaría
si reconocieras
en su forma
a tu cuerpo?
Deja de buscar
aprobación
en las manos
del otro
que como tú,
sufren de soledad.
Están rodeados
de gente
que aplastan
a la verdad
y pierden
su autenticidad
por centavos
de felicidad.
Todo por estar
inmersos en la cama,
perdida su mirada
en lo que se les ha
presentado,
confiando
que la noche
nunca les ha
de llegar.
Mentiras
que se tragan
mañas
que les sobran
para engañarte,
para decirte
que sus formas
son mejores
cuando no saben
lo que los informa,
pero en tal artimaña
se sienten superiores.
Te meten a su forma
para hacerte creer
que no hay más
que ellos y su sombra
cuando eres tú
el que asombra
con tu sombra
hecha fondo,
sí, tú, forma
de autenticidad.
Cambia de cama,
arranca la saeta
aquella que te ataca,
aquella que te ata,
aquella que te aclama,
aquella que toca
la cabeza mientras
amarres tu mente
a lo que no tienes,
al pasado que pesado
te condena a ser
un prisionero
desviado
de tu desvelado
creer.
Cambia,
y si regresa
lo colgado…
Cuelga
de la cama
lo que llevas
y deja que
se lave
con el viento.
Sí, tú,
que vuelas,
pero sólo
si logras reconocer
lo que constante
te mata al atarte
a la frustrante
posesión,
aquella que te hace
verte como la sombra
del otro en vez
de un fondo
cuya forma forja
una felicidad
increíble en ti.