La actual presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, fue torturada en 1970 por la junta militar del país. [Ricardo Amaral]
Echad un buen vistazo a esta foto de 1970.
La mujer de 22 años en la foto está a punto de ser examinada por un grupo de inquisidores subtropicales.
Acaba de ser torturada, sometida a electrochoques y a waterboarding –lo que Dick Cheney llama “interrogatorio realzado”– durante 22 días.
Pero no claudicó.
Hoy, esa mujer, Dilma Rousseff, es presidenta de Brasil, el perenne “país del futuro”, la séptima economía del mundo según la paridad del poder adquisitivo (sobre el Reino Unido, Francia e Italia), miembro del BRICS, y que ejerce un poder blando más allá de la música, el fútbol y la alegría de vivir.
Esta foto acaba de ser publicada, como parte de una biografía de Rousseff, exactamente cuando Brasil lanza finalmente una Comisión de la Verdad para establecer lo que realmente ocurrió durante la dictadura militar (1964-1985). Argentina, más avanzada, ya lo hizo y juzgó y castigó a sus propios inquisidores uniformados sobrevivientes.
Este sábado, Rousseff estará en Buenos Aires para la ceremonia de juramento de Cristina Fernández de Kirchner, reelegida como presidenta de Argentina. Los presidentes de esas dos naciones clave suramericanas son mujeres. Hay que decírselo a la junta de Tartaui en Egipto, o a esos parangones de la democracia en la Casa de Saud.
Estas cosas toman su tiempo
Es posible que los egipcios no sepan que a los brasileños les costó más de 21 años librarse de una dictadura militar. La inquebrantable Dilma de la foto es la contraparte en los años setenta de la generación Google actual que lucha por la democracia de El Cairo a Manama, de Aleppo a Arabia Saudí oriental.
Libertad es solo otra forma de decir que ya no hay nada que perder –excepto mucho tiempo-. En Brasil, la verdadera democracia estaba avanzando cuando fue aplastada por el golpe militar de 1964, activamente supervisado por Washington. El coma duró dos largas décadas.
Entonces, en los años ochenta, los militares decidieron apodar su “transición” a paso de tortuga hacia la democracia de “lenta, gradual y segura” –segura para ellos, por supuesto-. Pero fue la calle –al estilo de la plaza Tahrir– la que finalmente la aceleró a fondo.
El fortalecimiento de las instituciones democráticas tardó una década –incluida una recusación de un presidente por corrupción-.Y pasaron otros ocho años hasta que un presidente –el inmensamente popular Lula, a quien Obama reverenciaba como “el hombre” – allanó el camino a Dilma.
El camino fue largo hasta que uno de los países más desiguales del mundo –gobernado durante siglos por una elite arrogante y rapaz que solo miraba hacia el acaudalado Norte– finalmente consagrara la inclusión social como una cuestión básica de la política nacional.
El progreso de Brasil tuvo paralelos en muchos otros lugares de Suramérica.
Esta semana se alcanzó un clímax parcial cuando la nueva Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, se reunió en Caracas. La CELAC comenzó como una flamante idea para la emergencia –en un nuevo sistema mundial, como diría Immanuel Wallerstein– de una nación latinoamericana integrada, basada en la justicia, el desarrollo sostenible y la igualdad. Dos hombres contribuyeron positivamente a este proceso, Lula y el presidente venezolano Hugo Chávez. Su visión convenció a todos, desde el presidente uruguayo Pepe Mujica –ex dirigente guerrillero– al presidente chileno Sebastián Piñera, un banquero.
Por lo tanto ahora, en medio de la agonía de todo el Norte atlantista, Latinoamérica surge con la posibilidad de una verdadera “tercera vía” (y olvidad la variedad de Tony Blair).
Mientras Europa –bajo el dictado del Dios del Mercado– prepara el mayor empobrecimiento de su propio pueblo, Latinoamérica acelera su camino hacia una mayor inclusión social.
Y mientras virtualmente cualquier latitud del Norte de África a Medio Oriente sueña con democracia, Latinoamérica puede realmente ofrecer al escrutinio los frutos bien merecidos de sus logros democráticos.
Mantened el rumbo, no habrá regalos
La CELAC es una poderosa apuesta por un vigoroso diálogo Sur-Sur. El organismo, en su etapa inicial, estará dirigido por Chile, Cuba y Venezuela.
El ex dirigente guerrillero tupamaro y presidente de Uruguay, Pepe Mujica, dijo bien claro en Caracas que inevitablemente el camino adelante hacia el sueño de la integración latinoamericana no será un jardín de rosas. Se librarán bastantes batallas ideológicas antes de que se conforme un proyecto político y económico de amplio alcance.
La CELAC complementa la UNASUR –la Unión Suramericana– dominada por Brasil. UNASUR todavía está en los inicios; por el momento es esencialmente un foro.
Y luego está MERCOSUR/MERCOSUL, el mercado común de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y, pronto, Venezuela. En Caracas Dilma y Cristina han sellado su futura integración con Chávez.
El principal socio comercial de Brasil es China; antes era EE.UU. El número dos será Argentina, sobrepasando también a EE.UU. El comercio dentro del Mercosur está en auge y seguirá así con la incorporación de Venezuela.
Sin embargo, no faltan los problemas en el camino hacia la integración. Chile prefiere los acuerdos bilaterales. México mira en primera lugar hacia el norte, debido al NAFTA. Y Centroamérica se convierte prácticamente en una provincia estadounidense debido al CAFTA.
A pesar de todo, UNASUR aprobó recientemente un proyecto geopolítico estratégico crucial; una red de fibra óptica de 10.000 kilómetros, administrado por compañías estatales locales, para librarse de la dependencia de EE.UU.
Por el momento, al menos el 80% del tráfico internacional de datos en Latinoamérica pasa por cables submarinos a Miami y California, el doble del porcentaje en Asia y el cuádruple de Europa.
Los costes de Internet en Latinoamérica son tres veces más altos que en EE.UU. Cuesta hablar de soberanía e integración bajo condiciones semejantes.
Washington –que exporta tres veces más a Latinoamérica que a China– de hecho está, y seguirá estando, concentrado en otro sitio: en Asia, donde al gobierno de Obama le gusta promover la agenda del Siglo del Pacífico.
El hecho es que Washington –así como los derechistas latinoamericanos– no tiene nada que proponer a los pueblos latinoamericanos, sea política o económicamente. Por lo tanto es cosa de los latinoamericanos que perfeccionen sus democracias, progresen hacia la integración regional y conciban modelos socialdemocráticos alternativos al neoliberalismo de la línea dura.
Mediante uno de los trucos del ángel de la historia de Walter Benjamin, tal vez sea ahora el momento indicado de que los latinoamericanos compartan su experiencia con sus hermanos y hermanas de Medio Oriente en el Sur global.
El camino es ciertamente largo. Comienza con una mujer de 22 años que desafía a una dictadura. Y no hay marcha atrás.