Durante la visita de Barack Obama a Australia en noviembre de 2011, los gobiernos de EE.UU. y Australia anunciaron el establecimiento de una presencia permanente de marines en Darwin, ubicada en el umbral del Sudeste Asiático. En 2014, unos 2.500 marines más el equipamiento asociado como son aviones militares, tanques, artillería y vehículos de ataque anfibio se instalarán cerca de la ciudad portuaria del Norte de Australia.
Presumiblemente se organizarán como una Unidad Expedicionaria de Marines (MEU) autónoma dependiente de la 3ª División de Marines con base en Okinawa, que combina elementos de combate aéreos, terrestres y logísticos. La MEU que irá a Darwin estará apoyada por barcos de guerra estadounidenses e incluso (se especula) por bombarderos B-52.
“Dejo claro que EE.UU. aumenta su compromiso con toda la región de Asia-Pacífico”, dijo Obama en una conferencia conjunta de medios en Canberra con Julia Gillard, una Primera Ministra australiana adecuadamente deferente. “Es apropiado que aseguremos… que la arquitectura de la seguridad para la región se actualice para el Siglo XXI y esta iniciativa nos permitirá hacerlo”, dijo el presidente de EE.UU.
Obama hizo una serie de discursos de “ofensiva de seducción”, ensalzando la historia bilateral y presentando a EE.UU. y a su compañera menor, Australia, como potencias democráticas y altruistas que tratan de promover la causa de la libertad en Asia-Pacífico. “Como dos socios globales representamos la seguridad y dignidad de la gente en todo el mundo”.
La única palabra que Obama no utilizó en sus discursos australianas fue “petróleo”, pero seguramente no estaba muy lejos de su mente. Por lo menos durante un siglo, el control de los recursos del mundo ha sido una prioridad de la política exterior de EE.UU., provocando intervenciones en todo el globo. La joya satírica “Enviad los marines”, de Tom Lehrer, escrita a mediados de los años sesenta, sigue siendo totalmente relevante:
Miembros del cuerpo
Todos odian la idea de la guerra.
Más vale matarlos por medios pacíficos.
No sigáis hablando de agresión,
Oh, odiamos esa expresión.
Solo queremos que el mundo sepa,
Que apoyamos el statu quo.
Nos aman dondequiera vamos,
De modo que ante cualquier duda,
¡Enviad a los marines!
Desde finales de los años noventa, el escenario del llamado “final del petróleo barato” ha dominado el modo de pesar del establishment energético de EE.UU. Esto ha llevado a un compromiso intensificado con tendencias hegemónicas bien establecidas: una “estrategia de máxima extracción” global, según Michael Klare en Blood and Oil. El establecimiento de los marines en Darwin, así como otras señales del aumento de la actividad militar de EE.UU. en la región, debe verse en el contexto de lo que John Bellamy Foster identificó como “peligrosa nueva era de imperialismo energético”.
Durante la última década, las tensiones chinas-estadounidenses han aumentado en todos los frentes de la energía, incluido el Mar del Sur de China (SCS, por sus siglas en inglés). Además de ser la ruta comercial marítima más valiosa del mundo (con un valor al menos de 5 billones (millones de millones) de dólares para el comercio global anual), el SCS posee importante reservas de combustibles fósiles.
Todavía no se sabe enteramente cuán importantes son esas reservas, pero los cálculos van de 7.000 a 28.000 millones de barriles de crudo, además de vastos yacimientos de gas que llegan a cientos de billones de pies cúbicos. También se piensa que abundan los hidratos de metano (metano congelado). Apodados “hielo que arde”, los hidratos de metano han sido identificados por el Departamento de Energía de EE.UU. como el “recurso de gas del futuro”. La actual tecnología no permite su explotación comercial, pero es probable que eso cambie en el futuro previsible.
La relativa proximidad de Darwin a esa región –que China ha apodado de un modo bastante apropiado el segundo Golfo Pérsico– le confiere considerable significación estratégica para los planificadores estadounidenses. Desde el descubrimiento de petróleo en la región a finales de los años sesenta, un laberinto de reivindicaciones superpuestas ha sido presentado por China y varias naciones del Sudeste Asiático. China afirma su “indiscutible soberanía” sobre el 80% aproximadamente del Mar del Sur de China [SCS], incluidas las islas Spratley y Paracel.
Ha habido ocasionales choques armados por el archipiélago Spratley. En 1988, fuerzas chinas lanzaron un ataque contra las tropas vietnamitas ocupantes, matando a más de 70 personas y hundiendo varios barcos. Los últimos años han visto un aumento de enfrentamientos no letales y una dramática escalada de la guerra verbal.
Reacio a ceder esa rica zona energética a su principal rival geopolítico del Siglo XXI, Washington ha comenzado a ejercer más influencia en la región mediante Estados clientes como Taiwán, las Filipinas, Brunei y, recientemente, Vietnam. En una tendencia cada vez más predominante, las corporaciones energéticas occidentales desarrollan estrechas “cooperaciones” con compañías locales de petróleo y gas de propiedad estatal, que por su parte otorgan licencias de exploración y concesiones de perforación a cambio de participación en los beneficios.
El gobierno chino también ha llegado a acuerdos de extracción con algunas entidades comerciales occidentales. Sin embargo, en lo que respecta al “Gran Petróleo”, los negocios con un poderoso país como China conducen a un rendimiento menos favorable de la inversión de capital. La estrategia para el futuro es negociar con gobiernos más débiles del SCS, utilizando una posición de ventaja comparativa para extraer el máximo beneficio. El objetivo es pagar lo menos posible al país anfitrión, que se convierte efectivamente en un Caballo de Troya para el capital. Es una política neoliberal consagrada, la misma lógica que ha avalado “acuerdos de libre comercio” bilaterales entre EE.UU. y naciones “en desarrollo” débiles, divididas interiormente y afectadas por la pobreza en diversas partes del mundo.
Exxon Mobil, basada en Texas, la corporación energética más rica del mundo, ha encabezado la carga en esta dirección, forjando una alianza mefistofélica con el gobierno vietnamita. En agosto de 2011 Exxon anunció que había descubierto hidrocarburos comercialmente viables en el Bloque 119, una concesión ubicada a unos cientos de kilómetros frente a la costa de Danang. Vietnam afirma que el Bloque 119 se encuentra en su Zona Económica Exclusiva (EEZ), pero China también reivindica derechos territoriales sobre parte del área. El gobierno chino advirtió sin rodeos a Exxon de que se mantuviera afuera, diciendo que debería “prepararse mentalmente para el sonido de cañones”.
Sin dejarse intimidar aparentemente por la amenaza de intervención china, Exxon ha anunciado que continuará sus operaciones de extracción. Detrás de Exxon y otras compañías occidentales que han expresado intenciones similares está el gobierno de EE.UU., que mantiene una política cada vez más enérgica en la región.
Aunque a Obama le gusta ponderar la necesidad de la energía verde, su relación con el lobby del combustible fósil es casi tan sólida como la de su predecesor. En 2007-2008, Exxon contribuyó con más donaciones electorales (por un total de 117.946 dólares) a Obama que ninguna otra compañía energética. BP y Chevron también fueron donantes importantes. Por una relativa miseria, las compañías petroleras obtienen un considerable efecto por cada dólar donado, no importa si están tratando con un reaccionario energético confirmado como Bush o con un “liberal” con una imagen “verde” más elegante como Obama.
Da la casualidad de que casi un tercio de los arrecifes de coral del mundo se encuentran en la región del SCS, y las Islas Spratly ostentan por sí solas más de 600 estructuras sensibles de coral. Los arrecifes de coral del SCS proveen un hábitat para una plétora de especies y aves marinas, algunas en peligro crítico de extinción. Derrames de petróleo del pasado de buques cisterna han hecho mella en las áreas afectadas. Un mega-derrame en aguas profundas sería terriblemente devastador. La eventualidad de una catástrofe ecológica como la del Golfo de México en el disputado SCS, sin embargo, no forma parte de los cálculos de Obama o de sus donantes corporativos.
Otros beneficiarios corporativos de la presencia de EE.UU. en el SCS incluyen a Santos, la importante compañía de propiedad australiana que cabildea agresivamente por una masiva expansión de la extracción de gas de veta de carbón en Australia. Santos también ha adquirido intereses sobre el gas en áreas reivindicadas por China en el SCS en asociación con PetroVietnam. La gente de Santos son algunos de los más implacables acaparadores de tierras en el negocio; basta con preguntar a algunas comunidades agrícolas australianas que han experimentado su implacable usurpación.
Julia Gillard, quien ofrece apoyo incondicional a la política exterior de EE.UU., no es tampoco extraña a la influencia de las corporaciones energéticas. Estrictamente dicho, no es una dirigente democráticamente elegida. Gillard fue instalada cuando un golpe faccionario interno de la derecha del Partido Laborista depuso a Kevin Rudd, el primer ministro en ejercicio en 2010. La derecha laborista siempre había tenido estrechas relaciones indecentes con las mega-rentables compañías mineras, que andaban a la caza del usualmente seguro y fiable conservador Rudd por su propuesta de impuesto a los grandes beneficios de la minería.
Gillard, quien ahora lidera un gobierno de minoría con problemas después de que no logró obtener por sí misma una mayoría en las subsiguientes elecciones, introdujo una versión considerablemente atenuada del impuesto a la minería. También cedió a la presión diplomática de EE.UU. revocando una prohibición laborista decenal de la venta de uranio a India, una acción que ya ha llevado a algunos gobiernos estatales de Australia a considerar la expansión de la actividad de exploración y extracción.
EE.UU. afirma que está afianzando el derecho internacional y la libertad de los mares; Pekín lo ve como una política agresiva de contención anti-china. Evidentemente, el SCS se está convirtiendo rápidamente en la escena de un nuevo “gran juego” de política arriesgada entre dos grandes potencias sedientas de energía, que han demostrado su voluntad de afectar los derechos de naciones más pequeñas.
Sea cual sea lo bueno y lo malo de la posición de China respecto al SCS, vale la pena recordar que la reacción de EE.UU. sería indudablemente más agresiva si China comenzara a mangonear en el Golfo de México, estableciendo estrechas relaciones diplomáticas y militares con naciones centroamericanas. La existencia de la Doctrina Monroe, que afirma el control estadounidense sobre todo el Hemisferio Occidental, mientras advierte simultáneamente a otras potencias que se mantengan afuera, muestra la hipocresía de los reproches de Washington (y Canberra) a Pekín.
Sobra entrar en detalles sobre el atroz historial de derechos humanos de EE.UU. en el Sudeste de Asia, pero aparentemente ha sido borrado de la conciencia histórica de la elite de la política exterior. Algunos de los pronunciamientos de Hillary Clinton, en particular, han sido sobrecogedores por su desfachatez. “EE.UU. está de vuelta” en el Sudeste de Asia, proclamó con insolencia en una visita a la región en 2009. Imaginad por un instante que los alemanes olvidaran crímenes pasados en un ataque de entusiasmo capitalista depredador y anunciaran: “Estamos de vuelta en Polonia”. Los alemanes, claro está, nunca se saldrían con la suya, pero el control corporativo estadounidense sobre los medios permite a Washington toda suerte de deliberados privilegios amnésicos.
La MEU de reacción rápida en Darwin será un beneficio directo para los intereses petroleros occidentales en su cruzada por dominar los recursos de combustible fósil del Mar del Sur de China. Contrariamente a la impresión “humanitaria” creada por los discursos propagandísticos de Obama en Australia, los marines y sus B-52 vienen para servir los intereses corporativos que han servido durante por lo menos un siglo.
Pocas voces sobre este tema podrían pronunciarse con más autoridad que el general Smedley D. Butler, quien cuando murió era el marine más condecorado de la historia del Cuerpo. También se convirtió en un destacado activista contra la guerra después de pasar al retiro. “Pasé treinta y tres años… en el servicio militar activo como miembro del… Cuerpo de Marines”, dijo Butler en 1935. “Pasé la mayor parte del tiempo sirviendo de matón para el Gran Capital, para Wall Street y los banqueros. En breve, yo era un facineroso, un gángster del capitalismo”. Irónicamente, los marines todavía tienen una base con el nombre de Butler. Todavía los entrenan para que sean gánsgteres del capitalismo. La única diferencia entre entonces y ahora es que los militares y el poder económico de EE.UU. tienen mucho más alcance.
La contradicción en el corazón del Cuerpo de Marines es un microcosmos de la sociedad estadounidense en general. Aunque el Cuerpo sirve al “1%” la mayoría de sus miembros provienen de los sectores en situación de desventaja en la sociedad estadounidense. Un ex marine detractor más reciente, el sargento Martin Smith, ha escrito con elocuencia sobre esta contradicción. “Lo que aprendí sobre los marines es que a pesar del estereotipo del caballero humanitario, con uniforme azul y la espada desenvainada, o la verde máquina letal que siempre está ‘lista a rugir’, los jóvenes hombres y mujeres que encontré incluyen una muestra representativa del EE.UU. de clase trabajadora”.
Los marines en Darwin habrán sido sometidos durante su entrenamiento a un “proceso de deshumanización”, como dice Smith, “que es central para el entrenamiento militar”. Este proceso de adoctrinamiento y lavado de cerebros es lo que lleva a las víctimas del sistema de clases de EE.UU. a convertirse en matones y agresores al servicio del capital. En boca de Smith:
"Dice mucho el hecho de que con el fin de que jóvenes hombres y mujeres de clase trabajadora ganen en autoconfianza y autoestima, busquen unirse a una institución que los entrena para destruir, mutilar y matar. El deseo de ser un marine –como viaje hacia la virilidad o como camino a la autosuperación– es una acusación hiriente de la patología de nuestro mundo plagado de clases".
Unos miles de marines no representan una amenaza directa para China continental per se, pero ellos y la VII Flota de la Armada de EE.UU. podrían jugar un papel importante en la imposición de la expansión económica occidental a costa de China. ¿Se calentará una “guerra fría” en el SCS? y si China reacciona violentamente ante la percepción de desafíos a su soberanía, como lo hizo en 1988, ¿lo utilizará EE.UU. como pretexto para iniciar una campaña militar en el SCS?
Cuesta concebir que una situación de un hipotético conflicto en el SCS “se vuelva nuclear”, pero la amenaza implicada estaba presente en la promesa de Obama de empeñarse en los intereses de EE.UU. en Asia-Pacífico “con cada elemento del poder estadounidense”. ¿Por qué ir allá? Porque como drogadictos ansiosos de heroína, los capitanes del capitalismo dependientes de la energía de combustibles fósiles correrán cualquier riesgo y venderán a cualquiera, incluidos a los más cercanos y queridos, para conseguir esa importantísima dosis.
David T. Rowlands
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David T. Rowlands es colaborador frecuente de Green Left Weekly.