Ven, amor mío, ven, en esta noche sola y triste de Italia. Son tus hombros fuertes y bellos los que necesito. Son tus preciosos brazos, la largura maciza de tus muslos y ese arranque de pierna, esa compacta línea que te rodea y te suspende, dichoso mar, abierta playa mía. ¿Cómo decirte, amor, en esta noche solitaria de Génova, escuchando el corazón azul del oleaje, que eres tú la que vienes por la espuma? Bésame, amor, en esta noche triste. Te diré las palabras que mis labios, de tanto amor, mi amor, no se atrevieron. Amor mío, amor mío, es tu cabeza de oro tendido junto a mí, su ardiente bosque largo de otoño quien me escucha. Óyeme, que te llamo. Vida mía, sí, vida mía, vida mía sola. ¿De quién más, de quién más si solamente puedo ser yo quien cante a tus oídos: vida, vida, mi vida, vida mía? ¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera sin ese fuerte y dulce muro blando que me da luz cuando me da la sombra, sueño, cuando se escapa de mis ojos. Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras, oscuras, braceando en las tinieblas, sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos golpes de sal, sin ti, contra mi boca! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío. ¿Me escuchas? ¿No me sientes llegar como una lágrima llamándote, por encima del mar, en esta noche?