vídeo que presenta gráfica y brevemente la historia de EE.UU. Por su calidad y contenido lo recomendamos a nuestros lectores. Por desgracia el vídeo está –todavía– en inglés. Para facilitar su comprensión presentamos a continuación una traducción al español de la transcripción del comentario:
Transcripción
La pesadilla y la locura son semejantes: estados misteriosos e involuntarios que sesgan y distorsionan la realidad objetiva. Se despierta de la pesadilla; de la locura no se despierta.
La pregunta esencial de nuestra era es si los estadounidenses viven en un estado o el otro.
Durante doscientos años, los estadounidenses han sido indoctrinados con una mitología creada, impuesta y sustentada por una cábala manipuladora: la elite financiera que basó su control absoluto en el músculo y la sangre, la buena voluntad, la ignorancia y credulidad, de su ciudadanía.
EE.UU. comenzó con la invasión de un continente poblado y el genocidio de su pueblo nativo. Una vez establecido sólidamente, injertó la esclavización de otra raza sobre esa base.
Con esos dos pilares del Estado firmemente en su sitio se declaró una nación independiente en un documento que proclamó noblemente la igualdad de toda la humanidad.
En ese acto de monumental hipocresía comenzó el mito de EE.UU.
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Se escribió una constitución que llegó a ser vista como el Escrito Sagrado Estadounidense. Sus propósitos iniciales fueron la defensa de la propiedad privada y la supresión de la democracia de masas. Ha cumplido esos dos mandatos más allá de los sueños más osados de sus creadores.
Una vez que la oligarquía existente fue legalmente asegurada y el pueblo nativo en gran parte exterminado, la clase gobernante aumentó fantásticamente su riqueza y poder en el Siglo XIX, utilizando al gobierno como su herramienta, explotando hasta el límite el artilugio de corporaciones legalmente constituidas.
Con su fenomenal poder del dinero, la elite financiera comenzó a utilizar a los militares para expandir su influencia más allá del continente. Regiones, territorios, islas y países enteros fueron anexados, invadidos, y poseídos directamente, sus pueblos aplastados, reprimidos y gobernados.
Como los estadounidenses de a pie, como cualquier pueblo, necesitan creer que sea lo que sea lo que emprende la elite gobernante en nombre de su nación es esencialmente benevolente, noble en sus intenciones y justificado en los hechos, el mito tuvo que ser radicalmente modificado para la expansión imperial.
La historia fundacional fue que los estadounidenses habían llegado a una tierra de nadie, repleta de salvajes impíos y, mediante su invencible fuerza de carácter, determinación y pureza, habían amansado el país y ganado honorablemente el derecho a poseer su dadivoso hogar.
En la era de expansión extra-territorial esa versión fue pulida para justificar y ennoblecer el imperialismo. El nuevo corolario era que EE.UU. no podía ignorar la brutalidad colonial sino se veía obligado por el Destino Manifiesto que nos condujo a civilizar nuestro propio continente, a realizar nuestra misión en la aterradora oscuridad dondequiera la tiranía creara abuso y sufrimiento.
Un mito nacional que une absolutamente la lealtad de un pueblo a su gobierno debe ser un sutil y poderoso elixir que eleva y aumenta la autoestima de ese pueblo. La política parecerá ser entonces una extensión de la voluntad innata de su superior ciudadanía, y la base para una arrogancia justificada hacia el mundo inferior.
El simple y poderoso mito de la benevolencia altruista y heroica de EE.UU., conformado y mantenido por la elite financiera/política del poder, inculcó a los estadounidenses un profundo y escandalosamente egotista sentido de superioridad racial que, movilizado en apoyo a diversas empresas imperiales, ha dado a todas esas aventuras el carácter de una cruzada casi religiosa. De esta manera, el imperialismo insaciable adquiere la aparente perfección moral de un silogismo.
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Con la Segunda Guerra Mundial, el mundo fue reconfigurado. El capitalismo estadounidense emergió supremo del horror que había virtualmente destrozado a sus socios capitalistas. La Unión Soviética, sin embargo, después de haber sufrido de lejos la mayor devastación de Alemania nazi, había emergido sorprendentemente de su ruina para convertirse en el principal desafío a EE.UU. como potencia mundial.
Ese desafío no fue competitivo, fue sistémico: El comunismo soviético fue una amenaza directa a la hegemonía estadounidense porque refutaba categóricamente la base filosófica del capitalismo depredador. Fundada en Marx y Lenin, atacaba los males inherentes del capitalismo, monstruosas inequidades y flagrantes injusticias que, exacerbadas por la especulación, la explotación y el fraude, lo destruiría. Y promovía la revolución mundial con ese fin.
El enfrentamiento de gigantes en la Guerra Fría necesitó un ulterior refinamiento del mito estadounidense. Ahora, en lugar de simplemente intervenir en situaciones en las que despotismo o tiranía exigían que EE.UU. implantara por la fuerza su justa y ética democracia, EE.UU. tuvo que convertirse en el escudo y el bastión del sagrado sistema capitalista en el cual “la libre empresa” fue mágica y crecientemente identificada con la democracia, y debía ser defendida de la misma manera.
Esta versión prevaleció durante numerosos enfrentamientos por encargo en todo el globo en la era de la Destrucción Mutuamente Asegurada y sobrevivió incluso a la debacle de Vietnam, durando hasta el colapso de la Unión Soviética, mientras la corriente de propaganda se hacía más intensa y dominante. En la radio y la televisión los estadounidenses fueron sometidos a una ininterrumpida andanada de híper-patriotismo en el cual la superioridad moral estadounidense era algo obvio, y el autoproclamado valor, generosidad y decencia de EE.UU. eran sus indiscutibles pruebas.
La implosión de la Unión Soviética dejó a EE.UU., en su propia terminología, como la “Única Superpotencia en un Mundo Unipolar”. Esto, sin embargo, no llevó a una disminución del mito. El efecto práctico de no tener un enemigo apocalíptico – en aquel entonces no era plausible presentar a China en ese papel– fue sobrecargarlo aumentando su elemento de puro egotismo. EE.UU. ya no tenía el papel de defender el “Mundo Libre” contra una herejía monstruosa; ahora, gracias a su beatífico “excepcionalismo”, universalmente reconocido, debía supervisarlo y controlarlo en función de los intereses, o en beneficio, de naciones inferiores.
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“El poder corrompe”, dijo Lord Mahan, “y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Cuando se desintegró el único rival y contrapeso para el poder estadounidense, hubo una sensación dentro de la elite del poder de EE.UU. de que existía la oportunidad, por primera vez en la historia, de que un país dominara absolutamente y controlara efectivamente a todo el mundo.
Este consenso se expresó en una declaración política compuesta por un cuadro de importantes protagonistas derechistas que representan masivos intereses capitalistas corporativos llamado Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense. Este manifiesto triunfalista trazó un plan para acceso y control absoluto de EE.UU. de los recursos esenciales y materias primas en todo el mundo, garantizado por las fuerzas armadas que impondrían una Dominación de Espectro Completo.
El Mito Estadounidense, que parecía haber perdido ímpetu y su principio animador en la totalmente inesperada así llamada “victoria” en la Guerra Fría, fue ahora energizado con una esencia menos defensiva y reactiva, y recibió el brillante resplandor y la pátina de una auténtica y, por primera vez, autodeclarada y articulada, misión imperial.
El ataque contra las Torres, una provocación inimaginable, fue el mecanismo detonador para el lanzamiento explosivo del esfuerzo por imponer en la práctica al mundo el modelo imperial.
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Ha sido, indudablemente, el fracaso más espectacular en la historia de la desgracia estadounidense. Después de una década marcada por el derroche de billones de dólares y de decenas de miles de vidas estadounidenses, la asombrosa bancarrota de esa nación robada desde el interior, y la resultante recesión más fundamentalmente dañina que la Gran Depresión, EE.UU. Imperial no vio nada que recompensara la demencia ruinosa de su arrogante extralimitación sino solo desastres inequívocos en Iraq, Afganistán, y Pakistán, sin que se vea un fin de la locura.
Un observador imparcial diría que el hipnótico agarre del Mito Estadounidense sobre la lealtad de la gente solo ha producido desgracia y desastre, y fijado un camino directo hacia la inevitable decadencia y ruina imperial. Sería indiscutible sobre alguna base racional, pero confunde enteramente el motivo para, y el propósito de, el mito. El Mito Estadounidense nunca tuvo el propósito de servir ni los intereses de su país o de su pueblo: fue creado solo para reforzar, proteger, y exaltar a la clase financiera gobernante. Lo ha hecho con un éxito sorprendente e intacto que pasma la imaginación.
El masivo saqueo del financiamiento de la guerra en Iraq/Afganistán/Pakistán para enriquecer a la Tiranía Corporativa –porque en eso se ha convertido– es de una escala propia única, en nada remotamente comparable en su flagrante obscenidad en toda la larga historia de la guerra.
Ni el Pentágono ni otra rama del gobierno de EE.UU. pueden rendir alguna cuenta de los muchos miles de millones de dólares generados por impuestos que se han desvanecido, evaporados. No cabe la menor duda de que más allá de los escandalosamente inflados contratos sin licitación entregados a gigantescos favoritos corporativos con sus ridículas ganancias garantizadas, gran parte del dinero fue simplemente robado en masa, mediante, o a pesar de, los militares, y distribuido entre ladrones y cómplices, en parte en inmensas paletas… por conveniencia, presumiblemente.
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Mientras tenía lugar ese robo al por mayor bajo la supervisión de los militares en el exterior, la Tiranía Corporativa había desarrollado todo un conjunto de artilugios impenetrablemente complejos para la generación de dinero sin ninguna fuente o resultado económico en el interior del país.
La única motivación y propósito del capitalismo es la realización de beneficios. Según ese cálculo, la reducción de los costes de producción aumenta el margen de ganancias. Esto lleva a la conclusión obvia de que si los costes de producción se acercan a cero, el beneficio se maximiza.
La teoría capitalista no incluye ninguna provisión para el bien social. Corporaciones, creadas para optimizar la oportunidad de negocios mediante la especialización eficiente, eran necesarias originalmente para operar en función del beneficio público, pero esa provisión fue rápidamente manipulada y olvidada.
Los tribunales estadounidenses siempre han favorecido las concentraciones corporativas de la riqueza ya que, como el Congreso, existen para servir los intereses adinerados. El Mito Estadounidense fue creado a fin de suministrar una cobertura para que la oligarquía financiera explote el país y su ciudadanía, y el aparato judicial ha cooperado consecuentemente en sus dictámenes a favor de las corporaciones y contra el pueblo.
Por cierto, sin siquiera considerar el tema legalmente, la Corte Suprema otorgó hace tiempo la “personalidad” a las corporaciones, es decir todos los derechos de seres humanos según la Constitución. La forma en la que ocurrió esta farsa muestra que la corte prefirió incorporar esta perversión del propósito evidente de la 14ª Enmienda como una suposición no examinada en lugar de arriesgar un eventual test que indudablemente hubiera creado indignación pública.
En vista de la colusión del Congreso y de los tribunales para asegurar la invulnerabilidad de la Tiranía Corporativa y del principio de que el único deber de las corporaciones es la maximización de los beneficios, no fue sorprendente que megabancos, inmensas agencias de bolsa, gigantescos conglomerados de seguros, opulentos fondos de alto riesgo y las agencias crediticias que pretenden certificar su trabajo, se involucraran todos en masivo y sistémico fraude y engaño con precisamente ese propósito. El resultado fue el crash de 2008, la recesión, y el sorprendente e inaudito rescate de los grandes bancos, las casas de inversión, y los conglomerados de seguros y crédito, con dólares del contribuyente. Basta de hablar de la bendita Mano Invisible del Libre Mercado…
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Las últimas décadas han presenciado dos megatendencias relacionadas en la mecánica geopolítica estadounidense, ambas con efectos calamitosos sobre el poder del Mito Estadounidense. Primero, cualquier creencia en él que pueda haber albergado el mundo en general ha sido desbaratada por una serie catastrófica de fracasos y desastres imbéciles e irrecuperables, que han llevado a la erosión de su eficacia en el interior. Segundo, como reacción, el Estado ha hecho esfuerzos crecientemente burdos por mejorar el decreciente poder del Mito mediante la imposición de métodos totalitarios de vigilancia, intimidación y coerción del pueblo estadounidense en un grado sin precedentes de alcance y tamaño.
Todo el resonante aparato medieval de la Seguridad Interior que ha brotado como una enorme callampa venenosa desde el 11-S con su brutal mentalidad de estado policial; la odiosa Ley Patriota con sus flagrantes subversiones de la Declaración de Derechos; el interminable mercadeo terrorista basado en fantasías de medios corporativos prostituidos con sus payasos y arpías que inflan el temor y la cólera de los mal informados: todo este esfuerzo sombrío y represivo es un esfuerzo concertado por distraer a los estadounidenses de las verdaderas causas de sus sufrimientos, abuso y opresión.
Y sin embargo, incluso con un Mito Estadounidense que está total e irreparablemente agujereado y dejado al descubierto como el tejido de mentiras, engaños y fraudes que siempre ha sido, éste todavía mantiene de alguna manera su fenomenal poder sobre la gran masa del pueblo de EE.UU. La trágica realidad es que, para la mayoría, sus propias identidades han sido tan profunda y exhaustivamente imbuidas con el mito que dudar es dudar de sí mismos.
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Por lo tanto el Mito Estadounidense ha muerto, pero sigue viviendo en su mortalidad, disimulando horriblemente nuestra economía, nuestra sociedad en bancarrota, nuestra teatral farsa democrática, mientras tifones de inminente desastre social, económico y ecológico se acumulan con sus truenos cargados de relámpagos en el futuro sombrío que nos espera.
¿Y qué sigue ocultando defectuosamente ese mito muerto a los estadounidenses? ¿Qué existe fuera y más allá del muro opaco de deshonestidad y engaño? ¿Cuál es el horror que ese Mito ha ocultado durante tanto tiempo y tan efectivamente?
Es el mundo que ha sufrido una explotación continua por la violencia de nuestra manía imperialista. Son las numerosas economías destrozadas y saqueadas por nuestros regímenes impuestos de depredadora austeridad capitalista. Son los cientos de millones de niños hambrientos, privados y desfallecientes sacrificados por la especulación con materias primas de Wall Street. Son las multitudes de gente humilde, inocente, ignorante, que apenas sobrevive en regímenes absolutistas y dictatoriales reforzados en su bárbara crueldad por nuestros militares, mientras nuestros bancos extraen los beneficios restantes después que han armado a sus brutales policías y ejércitos y sobornado a sus reyes, jeques o generales. Son los millones de muertos y mutilados en las poblaciones violadas de los que deja en su sangriento rastro nuestra asesina fuerza destructora en Iraq, Afganistán y Pakistán. Es el desolador legado de odio y rechazo, desdeño y miedo, que EE.UU. ha generado en todos los rincones del planeta.
Y en casa, ¿en qué hemos sido tan cómplices los estadounidenses al ocultarlo en nuestra devoción a la perversa leyenda que ha llegado a habitar nuestras almas como un demonio?