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Socio-Política: La Calle: Nuevo Poder
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De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 26/03/2012 06:41 |
“La masa ya no se conforma con piadosas condiciones y
promesas, quiere experimentar ella misma el supremo sentimiento de su potencia y
pasión salvajes, y, para este fin, siempre vuelve a utilizar lo que le brindan
las ocasiones y las exigencias sociales.”
Elías Canetti.
Masa y Poder.
Se hace palpable un
ambiente distinto cargado de sensaciones difíciles de describir. Las personas se
van reuniendo a media que van llegado al lugar de encuentro. Los organizadores y
los más entusiastas han arribado horas antes y ya desarrollan una febril
actividad. Saludos van y vienen, los comentarios sobre las repercusiones de la
movilización constituyen tema central, seguidos por los de la magnitud de la
asistencia a la marcha, plantón, mitin, manifestación, aglutinación,
concentración, etc. Algún entremés ligero y luego al empoderamiento de los
símbolos de protesta a exhibir en forma de pancartas, pendones, disfraces,
canticos; llegan los grupos de danzantes y tamborileros, aparecen quienes
realizan las pintadas (grafiteros, algo muy latinoamericano), etc. La
imaginación en estos casos es muy extensa y en cada lugar apreciamos variaciones
en concordancia con costumbres autóctonas. La constante son los jóvenes, quienes
se hallan en primera línea entregando su inestimable valor, alegría y
espontaneidad contagiosa.
Cuando el acto convocado se inicia la masa de
seres humanos se convierte como por arte de magia en un ser viviente tomando
autonomía de la individualidad de sus componentes; es el nacimiento de un ser
multiforme que por sus dimensiones sorprende e inclusive intimida a los
elementos que le conforman y a quienes indiferentes o hasta hostiles lo
presencian. A medida que la masa va calentado gargantas, pies, palmas, e
instrumentos musicales, toma intensidad su sentido de unidad; su fuerza es
sentida por las estructuras del mando político, las cuales ya advertidas tienen
en sus manos agresivos aparatos de contención prestos a ser empleados, los
cuales en occidente poseen una uniformidad en cuanto a apariencia y actitudes
proveniente de cursos y manuales de talante pentagonal, que les sirven de acerbo
instructivo a sus maneras de implacable escarmiento.
La tensión se siente
al poco tiempo cuando los lemas, cánticos y ritmos se hacen más altisonantes y
los actuantes adquieren conciencia de su unidad y capacidad. Un choque de
fuerzas abiertamente desiguales en lo físico queda planteado; la masa de
protestantes esgrimiendo su número, diversidad organizativa ilimitada, alegría,
creatividad, símbolos silenciosos y grandilocuentes, planteando derechos negados
o arrebatados desde tiempo atrás; versus, contingentes de policía frecuentemente
militarizados, acechantes, de rostros alterados por el nerviosismo, con su
ordenamiento espacial y protecciones recordantes de las legiones romanas, y
nombres calculadamente asépticos y hasta adaptados a divisiones políticas o
lingüísticas, ya sean cuerpos especiales o policía en general: División de
Operaciones Urbanas de Contención, Control de Disturbios, Seguridad Pública
(granaderos), Fuerzas Disponibles, Antidisturbios, Compañías Republicanas de
Seguridad, Mossos d’ Escuadra, Ertzaintza, etc. En realidad le son asignados
propósitos mucho más allá de sus declaradas funciones, cuestión comprensible
hasta por el más desprevenido espectador.
Unos con el júbilo de la
seguridad proveniente de la conjunción y el desparpajo de la irreverencia ante
denostadas jefaturas gubernamentales de cualquier nivel, agitando consignas de
solidaridad y reivindicación; los uniformados con el crujir de dientes,
persistente entrenamiento para blandir el garrote y acatar toda orden por cruel
que sea ante el menor gesto del mando en la retaguardia. A su vez los medios de
comunicación abrumadoramente voceros de plutócratas se encuentran listos a
registrar cualquier desmán de la turba y adornarla con machacantes comentarios
descalificadores; ciertamente son parte del grupo uniformado de choque
aparentando una ridícula neutralidad.
Con o sin acciones de fuerza entre
la masa y los uniformados aquella es tenida por amenaza desbordante, susceptible
de desestructurar rigideces legales, pactos de coalición, censuras atávicas, de
inhibir órdenes razonables o absurdas, en fin, hacer impracticable los ritmos
sociales trastocando el balance de poderes existente; la presencia de la
muchedumbre politizada hace ver precarios en muchos momentos a los aparatosos y
crispados destacamentos policiales. ¡Vaya amenaza!
La masa congregada es
el arquetipo de la oposición física y organizada a las relaciones sociales
imperantes, teniendo en cuenta que el repertorio de acciones reivindicativas de
la población es limitado, siendo la movilización estructurada y politizada de
cualquier tipo parte central de las mismas, con sus actos colectivos dirigidos
hacia intereses comunes [1]; es pertinente recordar como gracias a
movilizaciones anteriores el mundo político de hoy, con sus pros y contras,
existe.
La reunión políticamente reclamante como experiencia directa, no
mediatizada, hombro a hombro, aliento a aliento, voz a voz, permite otorgar
seguridad de expresión a quienes nunca se les ha permitido ser elocuentes,
sentir cual es su tono, empleando su ser político y su ser comunicativo a través
de la palabra combinada con su agigantada capacidad física. Un fenómeno debido a
que sencillamente “el poder brota donde quiera que la gente se una y actué en
concierto” [2]. Un poder entendido como la capacidad de los seres humanos
que nos permite alcanzar objetivos presentados por la naturaleza o el medio
ambiente, o los propuestos por nosotros mismos.
La amenaza de una reunión
de masas politizada es sin duda real para el orden establecido, una expresión
patente de la aparición de un poder, el cual no es en esos momentos controlado
por los diversos entes gubernamentales de coacción; surge entonces una situación
de grave peligro para las oligarquías dominantes. El poder en las calles
evidentemente es percibido por quienes participan de tales movilizaciones
planificadas o no; es consecuencia de una de las características del poder pues
este “siempre requiere de mucha gente [3]”.
Ante tal perspectiva
los gobiernos dirigiendo estados opulentos o pobres no escatiman dinero y
recursos humanos para la contención de este continuado peligro activado
notoriamente cada vez que se implementan medidas gubernamentales en contra de
las mayorías; los presupuestos en estos rublos opresivos jamás van a la baja y
las investigaciones para idear nuevos artilugios físicos o químicos para
dispersar aquel levantisco cuerpo viviente son permanentes. Nunca falta el
científico deshumanizado, es decir anticientífico, que las realice por la
paga.
No es para menos, la historia demuestra en occidente desde 1789 que
estos asociados activos y decididos en la vía pública representan un desafío a
cualquier autoridad instaurada. Ya no es posible la masacre de miles de usanza
común hasta hace poco menos de un siglo para disolver este cuerpo social en
movimiento y vociferación (como en Rusia el Domingo Sangriento de San
Petersburgo del 22 de enero de 1905 por parte del Zar; en Chile la Masacre de
Santa María de Iquique del 21 de diciembre de 1907 bajo el gobierno de Pedro
Montt; o en Colombia la Masacre de las Bananeras del 6 de diciembre de 1928, en
el gobierno de Miguel Abadía Méndez); por tanto a fin de evitar el rechazo
generalizado por estos días los métodos oficiales de contienda contra las
muchedumbres organizadas han de ser dosificados pero firmes, sofisticados y sin
embargo efectivos, discretos y a la vez ejemplarizantes, es decir toda una
cadena de contradicciones.
A fin de contrarrestar una fuerza social tan
formidable es notable la entrada en escena de la violencia oficial como
contrapeso equilibrante de la balanza que se ha inclinado en favor de las masas
de indignados, occupy, desempleados, sindicalistas, obreros, campesinos,
estudiantes, oficinistas, minorías étnicas y sociales, etc. Esto ocurre como
consecuencia del hecho de que la violencia puede prescindir hasta cierto punto
del poder emergido de la masa retadora por depender fundamentalmente de
implementos, es decir, la violencia posee un fuerte componente instrumental
[4]. Esta es la razón de la infaltable apelación a actos de fuerza
protagonizados por diversos destacamentos de choque del gobierno que sea, con
sus artilugios destinados fundamentalmente a propinar el mayor castigo posible a
quienes osan realizar tamaña provocación.
La ordenación de la represión
emergida en tales circunstancias, su actuar sincronizado y en las condiciones
favorables citadas, indica la existencia de un dominio efectivo y actuante como
fortaleza máxima de la oligarquía, de mayor entidad incluso que la propia
panoplia policial por sofisticada que sea; la ventaja sobre la masa radica
esencialmente en una organización superior del poder, esto es la solidaridad
organizada y constante de los amos [5]. Por ello lo pretendido
urgentemente las minorías en situaciones como la descrita, es desarticular de
cualquier manera la transitoria solidaridad intensificada y actuante de las
masas.
De lo anterior podemos colegir como la pérdida de poder de
gobierno de turno, así sea momentáneo, convierte en tentación su sustitución por
la violencia “y que en tales casos la violencia misma resulta impotente”
[6]. Por tanto los excesos están al orden del día a pesar de lo
contraproducentes que puedan ser en ejecución de una dinámica irrevocable; los
actos de brutalidad de los destacamentos policiales como primera línea del statu
quo , resultan inherentes a la ausencia de poder, circunstancial al menos, de
parte de quienes despachan en palacetes burocráticos. Aún en el siglo XXI la
ferocidad es parte de la ostensible contradicción resultante de gobernar en
contra de las mayorías, y formalmente tener que consentir sus respuestas
organizadas y efectivas en aras del respeto de derechos conquistados con sangre
(y no es una metáfora), desde hace una centuria.
Los gobernantes como
agentes al servicio de minorías plutocráticas deben idear formas de control
poblacional cada vez menos explícitamente coercitivas y a la vez se ven abocados
a aplicar políticas cada vez más francamente pauperizantes y excluyentes de
acuerdo con los mandatos del capitalismo imperante, en un tiempo en el cual a
pesar de la incesante propaganda paralizante casi nadie parece sentirse aislado
de las consecuencias de los desastres sociales impuestos. Los riesgos para
quienes toman las decisiones en el estado contemporáneo son enormes a causa de
las posibles consecuencias ante la población en el campo del poder político de
la aplicación brutal de la represión:
“Cuando la violencia carece del
apoyo y del freno del poder, se opera la famosa inversión de medios y fines.
Entonces, los medios destructivos determinan el fin con la consecuencia de que
el fin será la destrucción de todo poder” [7].
La violencia
desbocada de los entes policiales obrando incluso con fina planificación, tiende
a mantenerse como forma primordial de control social deviniendo en el terror,
una forma de controlar grandes poblaciones, muy utilizada en ciertas
circunstancias históricas de la cual América Latina ha sido buen
ejemplo:
“El terror no es lo mismo que la violencia es, más bien, la
forma de gobierno que nace cuando la violencia, tras destruir todo poder en vez
de abdicar mantiene el control absoluto” [8].
El problema crucial
para administradores del gobierno y sus opulentos empleadores es hasta ahora
insoluble sin utilizar los mismos métodos oprobiosos de tiranos de recordación
infausta en la historia. El animal político humano realiza por efecto de su
solidaridad y sentido de pertenencia a la especie, una construcción imposible de
destruir sin afectar también a instituciones sustentadoras del dominio de las
minorías detentadoras de la riqueza colectiva, como las fuerzas de
seguridad.
Por tanto la estrategia de control social es hacer que la
violencia oficial busque en este contexto empujar a la masa al terreno propicio
para ser objeto de medidas de fuerza tan ilimitadas como en el pasado,
conducirla donde pueda ser demolida con facilidad la base de su poder: su unidad
y capacidad de representación; atacando el respaldo de las abrumadoras mayorías
pasivas, que tácitamente les apoyan, desacreditando sus actos como
‘incivilizados’.
Observamos así como la brutalidad represiva fundamentada
en la aplastante superioridad policial en instrumentos para causar daño,
pretende de tal manera un castigo físico (propinar dolor al cuerpo), pero
también y más fundamentalmente, una instintiva reacción de fuerza de parte de
los manifestantes injuriados de palabra (tormento psicológico) y obra. Dicha
reacción de estos ya sea contra las autoridades policiales parapetadas en sus
ampulosos trajes, cascos, corazas, escudos y vehículos blindados, etc., o contra
símbolos difusos o palpables del dominio excluyente, coloca a toda la masa y no
sólo a quienes reaccionan a las agresiones policiales, como legítimos objetos de
punición ya sea en el presente o hacia el futuro. Concretamente los medios de
difusión férreamente controlados por quienes realmente dirigen al gobierno,
ejercitan mediante periodistas amaestrados el papel de señaladores de los
vándalos, gamberros, forajidos, o antisociales miembros de la masa, calificados
de tal manera en procura de facilitar la aceptación general de la represión
legal o ilegal. Se pretende aislar al ciudadano o ciudadana del común, es decir
de clase media, de la protesta social callejera haciéndola ver como innoble,
caótica, sin fines precisos y amenazante de sus valores, a la vez que se desvía
la atención general de las reclamaciones habitualmente desesperadas de la
población.
En determinadas situaciones son relevantes los infiltrados de
los cuerpos secretos estatales en los actos populares de masas, quienes actúan
como provocadores o cuando menos maliciosos alborotadores, intentando reconducir
a los manifestantes hacia acciones contrarias a sus intereses con agresiones
visibles, arteras y no provocadas a los cuerpos policiales, a símbolos de lo que
se pretende defender con las movilizaciones, argumentando con ello la respuesta
bárbara gubernamental sobre todo el conglomerado reclamante. Un somero análisis
sobre a quién beneficia estos actos (Quid Prodest), puede arrojar luces sobre si
quienes utilizan la fuerza en la movilización son elementos propios de la
protesta social o parte de las tácticas policivas de actuación con bandera
falsa.
No obstante, a pesar de los castigos y el constante intento
trapacero de manipular un rechazo social, junto con la penalización carcelaria
de la protesta abierta, la naturaleza humana presenta tales características
colectivas o individuales de resistencia biológica y social, que el arrojo y la
temeridad se hacen constantes [9] a cada golpe extractivo económico,
despojo de valores culturales, afrenta a la dignidad, hastío con el cinismo, o
muerte y/o ultraje a congéneres cercanos o en la lejanía.
Por
consiguiente, en acontecimientos álgidos internos y de correlativa dominación
foránea exacerbada, una golpiza, una detención-agresión, un confinamiento
carcelario, no son estimados como suficientes para aleccionar a las testarudas
multitudes por parte de los más aviesos planificadores del control social
violento, estableciendo estos un precio más elevado para la actuación organizada
callejera, ante la conciencia de las masas sobre la magnitud de su
poder.
Allí aparece la violencia mortal del francotirador disparando
desde las filas oficiales, el ensañamiento en los garrotes oficiales contra los
más indefensos en las cargas policiales, la utilización de armamentos prohibidos
por las convenciones sobre la guerra, en general la causación intencional de
lesiones graves. Las ocasiones en las cuales han ocurrido hechos como los
enunciados en América Latina y otras naciones abocadas a la indignación
actuante, no dejan campo a la estimación de la ocurrencia de abusos esporádicos,
proceder de manzanas podridas, o hechos fortuitos; México (Javier Cortés, Alexis
Benjumea, San Salvador de Atenco 2006), Colombia (Nicolás Neira, Bogotá 2005),
Chile (Manuel Gutiérrez Reinoso, Santiago 2011), Honduras (Francisco Alvarado,
Tegucigalpa 2009), Grecia (Alexandros Grigoropulos, Atenas 2008) o Italia (Carlo
Giuliani, Génova 2001), entre otros muchos casos, pueden dar testimonio de esta
especie de elevación del costo social de la protesta abierta con homicidios
mediante arma de fuego y asimiladas o golpiza policial durante amplias
movilizaciones sociales. Es el regreso de la pena de muerte para los
movilizados, esta vez de manera esporádica y dosificada.
La implantación
de una táctica de amedrentamiento en movilizaciones sociales con consecuencias
mortales o lesiones de gravedad en occidente, en determinadas situaciones de
escalamiento de la organización popular es
evidente; en estas circunstancias viene a la mente aquella frase de Erasmo
de Rotterdam: “A partir de entonces los imperios caen en manos de los peores
criminales y, en consecuencia, las armas se esgrimen caprichosamente contra
cualquiera” [10].
Europa y Estados Unidos en medio de su crisis ya
presencian comportamientos ostensiblemente belitres en sus fuerzas policiales
actuando contra masas de
inconformes pacíficos, o simples
transeúntes. El mensaje subyacente dejado por los gobernantes en el
capitalismo devastador de todas partes es: “Si te unes a la protesta activa en
la calle puedes sufrir castigo físico o la muerte; ¡Abstente!”
En estas
materias el marco formal de la licitud de la manifestación callejera en los
ordenamientos constitucionales en occidente, resulta ser mera fachada ocultante
de la imposible renuncia en el marco de las políticas capitalistas en las
sociedades actuales, a la utilización de recursos en determinado momento tenidos
como dejados de lado en sociedades autovaloradas como democráticas. La
prohibición expresa de manifestaciones en lugares públicos de Estados Unidos,
con el castigo a su trasgresión hasta por diez años de cárcel, junto con la
penalización para quien apenas levante su voz de queja contra personajes de la
política en espacios púbicos mediante una reciente ley (HR 347 de 2012, llamada
popularmente 'Goodbye, First Amendment' :'Adiós a la Primera Enmienda’), muestra
la tendencia dictatorial dirigida hacia una posible utilización de la fuerza
ilimitada en un futuro no lejano en los propios EE.UU.
La violencia
colectiva expuesta en sus múltiples formas como manera de controlar a las masas
no es un producto secundario o residual del juego político exteriorizado entre
los dueños del capital y sus empleados del gobierno por un lado y aquellos
colectivos sociales armonizados actuantes del otro. Es parte imprescindible de
las relaciones de poder planteadas en nuestro tiempo, por mucho que se desee
mimetizar tal situación; el agudizamiento de los conflictos sociales permite
contemplar mejor esta situación.
Inevitablemente cuando ocurre una
reunión de seres humanos se produce un fenómeno político, sin embargo, cuando
dicha conjunción es reivindicativa y activa emerge un poder político de inmensas
dimensiones (manipuladas o no, los acontecimientos de la Plaza Tahrir en El
Cairo en enero-febrero de 2011 son buena muestra reciente de ello). Ese poder
político activo de tan sencilla y recurrente existencia, pesa como una Espada de
Damocles sobre las cabezas de la clase dominante, tanto en el pasado como
hoy.
Aquello de que “El pueblo unido jamás será
vencido”, permanece plenamente
vigente.
Alberto Rojas Andrade Rebelión
Notas:
[1] Charles Tilly.
Violencia Colectiva. Hacer Editorial. Barcelona 2007. Pág.
IX.
[2] Hanna Arendt. Sobre La Violencia. Editorial Joaquín
Mortíz. México 1970. Pág. 48
[3] Arendt. Pág. 39
[4]
Arendt Págs. 39, 43
[5] Arendt. Pág. 47
[6] Arendt.
Pág. 50
[7] Arendt Pág. 51
[8] Arendt. Pág.
51
[9] Tilly. Págs. XV, XVI.
[10] Erasmo de
Rotterdam. Adagios del Poder y de la Guerra. Teoría del Adagio.
Pretextos. Valencia 2000. Pág.179
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De: Marti2 |
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