La Conciencia Crística
De la misma forma que el proceso de individualización
del hombre condujo a que surgieran primero las tribus,
luego las naciones y la separación entre los pueblos,
la Conciencia Crística no tiene nada que ver
con la división sino con su contrario, con la integración.
El Hombre-Cristo impulsa la unificación,
y en su interior no se identificará con lenguas particulares,
ni fronteras, sino con una conciencia de unidad
que le lleva a una comprensión superior
y que le aleja de la creencia de verse
bajo el estigma del pecado para comprender
que es en realidad un Dios con todas sus potencialidades.
La Conciencia Crística lleva a la comprensión
de que todos formamos parte de un Todo,
que cada uno de nosotros tenemos una función
dentro de este gran cuerpo y, por tanto, la responsabilidad
de funcionar dentro de él, porque si uno
se para el cuerpo se detiene.
La conciencia Crística se conquista a través de la Unidad,
y en ella el Cristo fue un auténtico Maestro
demostrando la Unidad en sus tres manifestaciones:
La Unidad con uno mismo, siendo fiel a lo que se piensa,
a lo que se desea,
y negando todas aquellas normas y costumbres
que no permiten al hombre ser uno mismo.
Demostró la Unidad con sus semejantes,
mediante una vida de entrega, de sacrificio,
de expresión sin medida, sin condiciones.
Y por último, fue el primer ser en hablar de Dios-Padre,
en destruir la imagen creada del Dios vengativo
y severo para reconciliar al hombre con su Creador.
Aquellos que se eligieron dueños del mensaje de Jesús
continúan llenando sus sencillas palabras de encíclicas,
de dogmas, de castigos,
de complicados tratados teológicos
que apartan al hombre de Dios,
de su Creador.