Aunque su marido estuvo ausente durante más de veinte años como consecuencia de la
guerra de Troya, Penélope nunca dudó de que él regresaría, y mantuvo fidelidad.
La cortejaban muchos pretendientes, que llevaban una vida espléndida y cometían excesos
en el palacio de Ulises. . Penélope contuvo sus intenciones con el pretexto de que debía
acabar una mortaja que estaba tejiendo para Laertes, su suegro.
Cada noche deshacía la labor que había completado durante el día y, por este medio,
evitaba tener que elegir un marido.
Sin embargo, la estratagema se descubrió al ser delatada por una sirvienta, y los nobles
comenzaron a insistir en una inmediata decisión de matrimonio. A pesar de los veinte años de agonía y espera, cuenta Eumeo, la reina es aún joven y bella.
Y vive asediada por decenas de pretendientes que, seguros de su viudez, quieren casarse
con ella. Nada consigue alejarlos de palacio. La diosa Palas Atenea puso en su corazón
el deseo de mostrarse a los pretendientes, y aunque algo reticente por no haberse
acicalado desde el día en que su esposo partió hacia Troya, su vieja ama la animó
a hacerlo. Mientras tanto Ulises había regresado a Itaca, disfrazado de mendigo,
y observando la situación. Al ver al falso mendigo en el umbral de la puerta, los hombres lo abofetean y le arrojan
vino en la cara. Llega la noche. Con Telémaco, Ulises reúne todas las armas que consiguen
encontrar en palacio y se prepara para el ataque. Penélope, siempre esperando la llegada del esposo, pero aún sin sospechar que éste sea
el forastero andrajoso, entra en la sala donde están los pretendientes y, con una nueva
estratagema en la mente, anuncia que desposará a aquel que consiga tirar la
flecha con el arco de Ulises, atravesando doce orificios hechos en otros tantos cabos de
hachas puestos en fila. Traen el arma. Uno a uno, los candidatos intentan tender el arco,
pero aún usando de toda su fuerza, nada consiguen. Entonces se aproxima el
anciano mendigo. Todos se burlan de su figura grotesca. Lo desafían.
El finge gran esfuerzo para tender el pesado arco. Pero alcanza el blanco
fácilmente y, después, riendo, vuelve a colocar flechas en el arco y
mata uno a uno los pretendientes. Al saber Penélope de quien se trata, la reina no
puede creer en tanto bien, tanta alegría.
Como loca, sale corriendo por los salones del palacio en busca
de su marido.
Lo encuentra sin tardar.
Frente a frente, en el centro de la sala,
los esposos se miran extasiados.
Después lentamente sin hablar palabra entran
en el cuarto conyugal.
Y se aman como si fuese la primera vez, como en su luna de miel.
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