(Estados Unidos, 1934). Recuerdo a Cora en mis primeros años de andadura en la educación para la paz. Ella organizó el “Llamamiento por la Paz de la Haya”, el “Hague Appeal”, y las propuestas que de allí salieron han sido una referencia en mi trabajo por la paz en estos años, al igual que para otras muchas personas y organizaciones. Cora frecuenta España, su trayectoria como feminista y activista por la paz la convierte en una conferenciante única, capaz de entusiasmar al auditorio y de crear complicidades. Ella es un referente del pacifismo internacional y siempre ha sabido atraer a la causa del pacifismo tanto a personas influyentes como a las organizaciones de base que trabajan desde sus comunidades por la paz. Cora sabe tejer con extraordinaria destreza vínculos y alianzas con otras mujeres y esto ha marcado su trabajo por la paz.
“Uno tiene la edad de su causa”, afirma, y ”la de la paz es siempre joven. Tengo un marido y cómplice contra la guerra y por el desarme desde hace 53 años. Tres hijos, mi tres grandes razones, y muchos nietos a los que dejarles un mundo mejor. En la vida cuando mantienes una dirección con sentido, todos los caminos, el de los derechos humanos, el de la justicia y el de la igualdad acaban siendo el mismo. Para mí la paz forma parte de mi vida”.
Siempre ha sido una mujer muy combativa. En sus años de estudiante de Derecho era la única mujer de su clase de 90 alumnos. Era la época del macartismo y de la caza de brujas emprendida por el senador Mc Carthy en su persecución de comunistas e izquierdistas. Los estudiantes, aprovechando un resquicio constitucional, lograron reunir un número importante de firmas para tratar de destituirle. Aunque el juez invalidó por “ilegibles” parte de las firmas e impidió su expulsión, aquella experiencia fue un importante aprendizaje para ella, que se dio cuenta de que juntos se pueden cambiar las cosas. “Si todos soñamos lo mismo, podemos hacer realidad misiones imposibles”.
Después fue madre y la paz vino de la mano de la preocupación por la salud de sus hijos. Eran los años sesenta, y Estados Unidos realizaba pruebas nucleares, cuyas radiaciones se sospechaban perjudiciales para la salud. Un científico les propuso a algunas mujeres que participaran en un programa para enviar los dientes de leche de sus niños, para determinar mejor el grado de contaminación radiactiva y los efectos sobre la salud. Surge así la organización Mujeres por la Paz que facilitó la colaboración de muchas mujeres en enviar los dientes de sus hijos para que fueran examinados. Los resultados del estudio fueron devastadores y confirmaron la sospecha: los niños tenían restos de productos tóxicos en sus dientes. Este hecho movilizó a miles de mujeres estadounidenses que se organizaron para protestar contra las armas nucleares y contra la realización de estas pruebas. Se logró finalmente que el presidente Kennedy firmase una ley que prohibiese estas pruebas. Luego llegó Vietnam y muchas de estas mujeres, entre ellas Cora, pasaron a involucrarse en poner fin a esta guerra, que devolvía a sus jóvenes en ataúdes.
Cora es una mujer firme e independiente y esto la llevó a aceptar ser la presidenta de un programa de desarme que impulsaba una importante iglesia protestante de Nueva York. Recuerda con mucho cariño aquellos años. No dejaba de ser paradójico que ella, una mujer judía, fuese la presidenta de la campaña y anduviese organizando actividades y ceremonias en la iglesia protestante. Pero esto no fue un obstáculo sino un elemento positivo que permitió aparcar las diferencias y promover espacios de encuentro en la comunidad, independientemente de la religión que se profesase. Fue una campaña creativa, cargada de ilusión, en una búsqueda constante de hacer las cosas de otra manera teniendo en cuenta a la gente.
En la década de los ochenta, cuando en Naciones Unidas se estaban planificando las cumbres que abordarían los grandes temas como el medio ambiente, la mujer, el desarrollo social y el hábitat, entre otros, se planteó que el último de ellos fuera la paz. Sin embargo, esta propuesta fue bloqueada y la paz salió de la agenda de las cumbres. Esta decisión llevó a que las organizaciones de la sociedad civil tomaran la iniciativa de organizar ellas mismas una cumbre sobre paz. Era complicado porque ninguna de las organizaciones tenía ni los recursos ni las capacidades para llevarlo a cabo. Pero la coalición entre varias organizaciones y el empeño de algunas personas como Cora permitieron que en 1999 se reunieran en la Haya más de 10.000 personas a favor de la paz. Fue una de las mayores conferencias que jamás se hayan organizado a favor de la paz. Las propuestas de este encuentro fueron adoptadas posteriormente por Naciones Unidas. Hubo muchos logros, pero Cora resalta particularmente dos: “Se estableció un valioso programa de educación para la paz que sigue vigente en la actualidad y que ofrece 50 propuestas para pasar de una cultura de la violencia a una cultura de paz”. Y en segundo lugar, se introdujo la dimensión de género en las acciones de paz. “No podíamos aceptar que las mujeres siguieran estando excluidas de los procesos de negociación y que no pudieran participar en decisiones que afectaban a sus vidas de una forma tan directa”. Se reunieron organizaciones y personas que elaboraron propuestas que favoreciesen una mayor participación de las mujeres en los procesos de negociación de la paz. Cora trabajó en esos años de forma incansable para que estas propuestas llegasen al Consejo de Seguridad.
Finalmente, el trabajo de esos años culminó con la aprobación por unanimidad en el Consejo de Seguridad de la Resolución 1325 sobre el papel de las mujeres en la construcción de la paz en el año 2000. Esto fue considerado un gran triunfo de los movimientos pacifistas y feministas que durante estos años habían trabajado codo con codo para lograr que esta Resolución saliera adelante. Sus puntos clave se sintetizan en las tres “P”: “Participación”, “Prevención” y “Protección”. Participación, porque las mujeres tienen derecho a participar en todos los niveles de toma decisiones en los procesos de paz. Prevención, porque se debe prevenir la violencia contra la mujer en el plano local y global. Y protección, porque se debe proteger a las mujeres en los conflictos armados, donde la violación se ha convertido en un instrumento de guerra para humillar al enemigo. Por esto la Resolución 1820, aprobada durante 2008, complementó la Resolución 1325 al considerar la violencia sexual como un crimen de lesa humanidad.
“Han pasado casi 10 años desde que la Resolución fue aprobada”, explica Cora, “y los avances han sido importantes”. Muchos países han elaborado un Plan de Acción, con acciones de formación y capacitación para incentivar la participación de las mujeres. Ha habido logros importantes, pero todavía queda mucho camino por recorrer. “Mi meta final sería lograr la abolición de la guerra. De igual modo que se logró acabar con la esclavitud, el siglo XXI debería ser el siglo en el que la guerra desaparezca y se dé paso a la diplomacia”. Para Cora la paz podría representarse como una gran mesa de cristal, en la que las personas se reúnen para resolver sus conflictos. Porque el cristal es frágil y transparente, como son los procesos de construcción de la paz.
Nati