Susurro del lobo
El invierno regresó duro y crudo.
La estepa árida y sin vida, llena de soledad,
quedó cubierta por las primeras nieves.
Un mar infinito de blancura y claridad
despertaba el alma a las cosas grandes.
El lobo, el hermoso lobo, trota, más que correr,
en busca de comida.
No va solo.
Con él, como siempre, va una manada hambrienta.
Muchas noches ha levantado sus aullidos
a la vieja luna que lo mira compasiva.
Sus aullidos en la noche hacen estremecer,
una a una, a millones de estrellas lejanas.
Sus aullidos son prolongados, profundos,
como si sacara dolor de su interioridad.
No es él solo; son también los lobeznos hambrientos
que esperaban en la madriguera el pan.
Y el lobo tuvo que matar; tuvo que dejar sangre
sobre la nieve pura como una mortaja.
En el eco de sus aullidos sonoros escuché:
No mato por matar, Diosito lindo.
Es la ley de la vida.
No me gusta hincar mis colmillos sobre la presa.
Paso hambre, paso frío.
¿Será así la vida?
Yo he visto a los hombres que "matan por odio".
Los he visto sin saber vivir en grupo, como yo.
Enséñales, Diosito, a juntarse, a ser hermanos.
Y que el hombre no sea "lobo para los hombres".
Vuelvo a la madriguera donde buscaré el calor
de mis lobeznos.
del libro:Con un susurro a tu alma