SUSURRO DE UNA GARZA
Al abrir sus alas y dejar las aguas del río,
un cazador le disparó, sin sentimiento.
¿Era un juego, una venganza, ganas de matar?
¿Acaso el cazador era dueño de los vientos?
¿O le molestaba todo lo que se eleva en libertad?
¿Acaso él no tiene alas de superación en el corazón?
Una garza, de blanco plumaje, pura y bella,
cayó junto al arroyo, tocada el ala por el plomo.
Tenía el ala rota y sangraba.
Sus plumas blancas
estaban manchadas de rojo.
Estaba sola.
Quiso levantar de nuevo el vuelo y no pudo.
Revoloteaba, caminaba arrastrando su ala herida.
Cansada y triste, la bella garza blanca
se rindió sobre la tierra.
Perdió su vuelo esbelto.
Se quedó escondida entre unos matorrales.
En su corazón, también blanco de pureza, susurró:
Dios de la libertad, Dios de los caminos infinitos,
he gozado, día tras día, surcando tus cielos
y bañando mis alas y plumaje al sol de fuego.
Eres tan lindo que nos has hecho muchos y diferentes.
Abre los ojos de los hombres y enséñales, Diosito,
a vivir en armonía con todo lo que tú creaste.
Gracias por los bellos vuelos a ritmo de tu soplo de vida.
Ahora, Diosito lindo, siento que se me apaga la luz.
Tu garza blanca, desde hoy, vuela a tus manos de padre.
Emilio L. Mazariegos
del libro susurros a tu alma