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¡Ven a mí mujer de magia negra!,
hechicera de caoba y argentada cabellera.
Vuelve aquí, nocturna de fragancias etéreas,
a las penumbras de esta habitación.
Conjúrame con tus ritos paganos
y embriágame del licor de tu cuerpo,
que ansioso te espero en mi lecho
para consagrar nuestra comunión.
Transforma el vacío de mis aposentos
y llévame al lugar donde,
concebida entre fuego y cenizas,
renaces como diosa de lo profano e inmoral.
Descarna mi cuerpo y revístelo con tu poder.
Limpia las impurezas que me retienen
en este mundo terrenal, y una vez digno de tu mirada,
envuélveme en tu regazo.
Condúceme hacia tus entrañas
y déjame sentir el calor que hay por debajo de tu piel.
Dame el aliento inmortal que emana de tu boca.
Atraviesa mis ojos con tu mirada de fuego que
se esconde entre la renovada jungla de tu cabellera.
Recibe mis manos y mis labios en los alcores de tu pecho,
en la tersa colina de tu espalda y en tus sinuosas caderas
que entre arrebatos y movimientos sensuales,
marcan el ritmo de este sortilegio.
Haz que vibre con la cadencia de tu danza.
Hipnotiza y purifica mi mente, o desquíciala
si es tu voluntad, con el brebaje de tus mieles;
néctares afrodisíacos que brotan de tu vientre
y se esparcen por mi cuerpo, lo humedecen
y dejan su esencia impregnada en él.
Prolonga esta noche de encanto y pasión.
Esconde los rayos del amanecer bajo la sombra
impenetrable de tu figura, y protégeme
de la sobriedad del día, que no es mi deseo esperar
ni una luna más, para recuperar a mi diosa
maldecida por los designios del tiempo.
Barack Urna
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