Imaginemos que nuestra mente es como una casa, que cada habitación se ubica en el cerebro.
Seguramente como todas las casas, habrá alguna habitación que esté más linda que otra, mejor decorada, con más ventilación, con una hermosa ventana donde penetra el sol cada mañana, con un hermoso ramo de flores frescas, y ésta quizás sea la habitación que con más frecuencia permanezcamos porque nos sentimos más a gusto, es más acogedora, algo nos atrae más.
En otra de las habitaciones de nuestra casa quizás tengamos todas esas cosas que no sabemos dónde ponerlas ni qué hacer con ellas, pero las vamos guardando por lástima a no tirarlas, por si en algún momento nos servirán, por algún motivo no podemos desprendernos de ellas, pero lo que están haciendo es ensuciar nuestra mente.
También están las habitaciones que ni siquiera entramos, que nunca exploramos y no sabemos que hay dentro de ellas, y otras que ni siquiera sabíamos que existían.
La mente es algo muy grande, que no tiene límites. Explorarla puede ser una tarea muy dificultosa ó muy placentera, depende de nosotros, de cómo la queramos encarar.
En nuestra vida hay momentos en que tenemos que dejar atrás actitudes que si bien nos han servido, nos fueron útiles, ahora hay que abandonarlas y esto quizás nos provoque dolor, pero hay que hacer limpieza, como se limpia una habitación, sacar de ella lo que ya no nos sirve sino no tendremos espacio, porque vamos acumulando cosas sin sentido y no hacemos lugar para lo nuevo. Esta tarea nos causará dolor, pero después vendrán momentos de placer, de disfrutar, de saber que somos dueños de nuestra vida, que podemos conducirla hacia un lugar más positivo. Sólo hace falta proponérselo y comenzar a trabajar en ello.
Graciela Inés López