Salmo del Nómada de Dios
Cuando toco el fondo de mi alma
y me quema la aridez de mi desierto;
cuando busco la fuente de agua viva
y descubro que Tú no estás por dentro;
entonces mis alas se resisten
a seguir perdido en este punto muerto.
No quiero ser un hombre sedentario,
agarrado a esta tierra como un preso;
no quiero vivir entre barrotes,
que esclavicen mi vida, sin sendero;
quiero ser gaviota blanca y libre
que abre sus alas y lucha contra el viento.
Hay una voz que viene de lo alto,
una llamada que arranca desde el cielo;
una Palabra que quema cuando toca
las entrañas profundas de mi-dentro.
Es una llama que llama sin oírse,
y que enciende el alma en un vivo fuego.
Eres Tú, oh Dios, el Absoluto;
eres Tú, oh Dios, un Dios eterno.
Eres Tú, la Zarza viva que me arde
y que deja descalzo mi pie entero.
Eres Tú, quien deslumhras estos ojos,
que al mirarte te miran como ciego.
A pie descalzo camino, paso a paso,
y apoyado en mi bordón sigo ligero
en busca de tu Rostro escondido
en la nube de un pesado velo.
Quiero ser tu Nómada, oh Dios mío,
buscador de esos ojos que no encuentro.
Quiero ser peregrino, noche a noche,
de las mil estrellas de tu Cielo,
y leer en el brillo de tus ojos
la luz eterna que irradias de tu pecho.
Peregrino, día a día, quiero ser,
hasta que toques lo profundo de mi seno.
Quiero trascender la tierra donde habito,
y cruzar los mares en alas de un velero;
quiero navegar al soplo de tu Espíritu
hasta perderme en tu mar de azul intenso.
Perderme en ti, Señor del Hombre y de la Historia,
para encontrarme en tus brazos bien despierto.
Nómada de Dios, voy por la vida;
Nómada que busca y sufre, sin saberlo,
la raíz, el origen, las huellas de mi paso
por esta vida donde me siento prisionero.
Alienta, oh Dios, alienta mi camino,
que llegar hasta ti, busca este romero.
Me siento feliz porque sé que mi vida tiene origen,
Camino y meta.
Me siento feliz porque sé de dónde vengo,
por dónde voy y hacia dónde quiero llegar.
Me siento feliz porque Alguien, Jesucristo,
es el mismo ayer, hoy y siempre.
Me siento feliz porque las cosas las siento relativas,
como de paso, como algo
para servirme de ello en lo imprescindible.
Feliz porque no son las cosas la razón de mi existencia.
Feliz porque los hermanos son lo fundamental de mi vida;
feliz porque Dios es lo esencial,
lo definitivo de mi vida.
Nómada que busca y vive al Dios ya encontrado
en JESÚS
Emilio L. Mazariegos