¿Quién en su sano juicio quiere hablar de, pensar en, o leer un breve ensayo sobre… víctimas civiles de la guerra? Qué latazo, este tópico, en especial desde que nuestras guerras afgana, de Iraq, y otras que continúan fueron presentadas como edificantes actos de filantropía; guerras para difundir la seguridad, la libertad, la democracia, los derechos humanos, la igualdad de género, el Estado de derecho, etc.
Un par de cientos de miles de civiles muertos hacen de cierta manera que ideales tan nobles parezcan baratijas de una tienda de todo a cien. Y así, durante toda nuestra debacle decenal de política exterior en el Gran Medio Oriente, nosotros en EE.UU. hemos convenido en que nadie cometerá la torpeza de hacer hincapié en (y “hacer hincapié” mencionado fugazmente) víctimas civiles. Las elites de Washington podrán disputarse por algunas cosas, pero en cuanto a extranjeros muertos por nuestras numerosas guerras, el personal de nuestra capital se adhiere a un tétrico código secreto mafioso.
Las reglas del club, sin embargo, dejan sitio para una escapatoria: Los funcionarios en Washington pueden deplorar la pesadilla de las víctimas civiles – pero solo si pueden ser atribuidas a un soldado de 24 años llamado Bradley Manning.
El soldado Manning, recordaréis, es el joven soldado quien pronto será sometido a la corte marcial por entregar unos 750.000 documentos militares y diplomáticos, en gran parte clasificados, al sitio en la web WikiLeaks. Entre esas filtraciones, había ciertamente material serio sobre cómo los estadounidenses trataron a civiles en países invadidos. Por ejemplo, los documentos revelaron que los militares de EE.UU., que entonces eran la fuerza ocupante en Iraq, hicieron poco o nada para impedir que las autoridades iraquíes torturaran prisioneros en una variedad de maneras horripilantes, a veces hasta la muerte.
Luego estaba el video a través de la mira de un fusil –no clasificado pero enterrado en material clasificado– de un helicóptero estadounidense Apache que abrió fuego contra una multitud en una calle de Bagdad, acribillando a balazos a una docena de hombres, incluidos dos periodistas de Reuters, e hiriendo a más, incluidos niños. También hay informes desde el terreno sobre cómo soldados estadounidenses asustadizos mataron, repetidamente, a tiros a civiles en puntos de control al borde de la ruta; sobre incursiones nocturnas que salieron mal en Iraq y Afganistán, y un recuento de miles de civiles iraquíes muertos, cuya existencia había sido negada por los militares de EE.UU.
En conjunto, esas filtraciones, y muchas otras, presentaron un complejo retrato de debacles militares y políticas en Iraq y Afganistán cuyo exasperante tema han sido las víctimas civiles, un hecho que no ha sido muy notado en EE.UU. Poquísimos soldados estadounidenses de bajo rango han sido responsabilizados por raros casos de asesinato premeditado de civiles, pero la mayoría de los soldados que matan civiles en medio del caos de la guerra no son juzgados, mucho menos condenados. Tampoco hablamos mucho de casos semejantes. Por otra parte, funcionarios de todo tipo comentan imprudentemente y condenan a Bradley Manning, a cuyas filtraciones se atribuyen sensacionalmente muertes potenciales (aunque no reales).
Poniendo vidas en peligro
“[WikiLeaks] ya podría tener sobre sus manos la sangre de algún joven soldado o la de una familia afgana”, dijo el almirante Mike Muller, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, cuando se publicaron los Registros de la Guerra Afgana en julio de 2010. Fue, claro está, el mismo almirante Mullen quien había apoyado una gran escalada de la guerra en Afganistán, que condujo a una tremenda ‘oleada’ de víctimas entre civiles y soldados. Estos son recuentos –en realidad, indudablemente subestimados– de verdaderos cadáveres afganos que, por lo menos en parte, resultaron de la política que Mullen apoyó: 2.412 en 2009, 2.777 en 2010, 1.462 en la primera mitad de 2011, según la Misión de Ayuda a Afganistán de la ONU. Que se sepa, la cantidad de cadáveres resultantes de la publicación de esos documentos de WikiLeaks es: 0. (Y no olvidéis, la guerra en punto muerto no se ha movido desde esa oleada.) ¿Quién, entonces, tiene sangre en sus manos, el soldado Manning – o el almirante Mullen?
Por cierto no se puede decir que el almirante esté solo. De hecho, coros sagrados completos se han sumado a la condena de Manning y de WikiLeaks por “causar” matanzas gracias a sus revelaciones.
Robert Gates, quien sirvió como secretario de defensa bajo George W. Bush y luego Barack Obama, también habló severamente sobre las filtraciones de Manning, acusándolo de “culpabilidad moral”. Agregó: “Y es donde pensamos que el veredicto es ‘culpable’ sobre WikiLeaks. Han publicado esto sin ninguna consideración por las consecuencias.”
Fue, en los hechos, el mismo Robert Gates quien presionó por la escalada en Afganistán en 2009 y, en marzo de 2011, voló al reino de Bahréin a ofrecer su propia “garantía de apoyo” personal a la monarquía gobernante que ya estaba ocupada disparando y torturando a manifestantes civiles no violentos. De nuevo, por lo tanto, ¿si hablamos de sangre e indiferencia ante las consecuencias, quién es responsable: Bradley Manning – o Robert Gates?
Semejantes actitudes tampoco se han limitado a los militares. La secretaria de Estado Hillary Clinton acusó a la (supuesta) filtración de 250.000 cables diplomáticos de constituir “un ataque contra la comunidad internacional” que “pone en peligro las vidas de la gente, amenaza nuestra seguridad nacional, y debilita nuestros esfuerzos por trabajar con otros países para solucionar los problemas compartidos”.
Como senadora, de hecho, ella apoyó la invasión de Iraq en flagrante contravención de la Carta de la ONU. Subsiguientemente fue una destacada belicista cuando se trató de aumentar y expandir la Guerra Afgana, y es ahora responsable por el desembolso de 1.300 millones de dólares anuales en ayuda militar a la junta gobernante de Egipto cuyas fuerzas han abierto fuego repetidamente contra manifestantes civiles no violentos. ¿Quién entonces ha estado atacando a la comunidad internacional y poniendo vidas en peligro, Bradley Manning -- o Hillary Clinton?
Harold Koh, ex decano de la Escuela de Derecho de Yale, gran figura ‘liberal’, y actualmente máximo consejero legal del Departamento de Estado, ha anunciado que los mismos cables diplomáticos filtrados “podrían poner en peligro las vidas de innumerables individuos inocentes – desde periodistas a activistas por los derechos humanos y blogueros a soldados a individuos que proveen información para favorecer la paz y la seguridad”.
Es el mismo Harold Koh quien, en marzo de 2010, suministró una atormentada justificación legal para los ataques de drones del gobierno de Obama en Pakistán, Yemen, y Somalia, a pesar de las inevitables y bien documentadas víctimas civiles que causan. ¿Quién pone en peligro las vidas de innumerables individuos inocentes, Bradley Manning -- o Harold Koh?
Gran parte de los medios han aprovechado la oportunidad, culpando a WikiLeaks y a Manning por el daño hecho por guerras que otrora vitorearon enérgicamente.
A principios de 2011, para solo escoger un ejemplo de las filas del periodismo, el escritor del New Yorker, George Packer, hizo profesión de su error porque WikiLeaks publicó un memorando marcado “secreto/noforn” enumerando lugares de todo el mundo de vital interés estratégico o económico para EE.UU. Cuando el presentador de la radio Brian Lehrer le preguntó si esta revelación había cruzado una nueva línea al hacer un obsequio gratuito a terroristas, Packer respondió con un conmocionado sí.
Ahora bien, entre los “secretos” contenidos en este documento está el hecho de que el Estrecho de Gibraltar es una vía marítima vital y que la República Democrática del Congo es rica en minerales. ¿Nos hemos infantilizado tanto los estadounidenses que medias verdades de geografía básica deben ser consideradas secretos de Estado? (Probablemente más vale no responder esta pregunta.) La “amenaza” de la publicación de este documento ha sido categóricamente ridiculizada por varios intelectuales militares.
A pesar de todo, la respuesta de Packer fue instructiva. Se trataba de un belicista ‘liberal’ típico, quien había danzado al ritmo de guerra posterior al 11-S como una llamada a despertar terapéutica de “los muelles conforts de la paz”, ahora agraviado por la supuesta imprudencia de WikiLeaks. No parece que Packer haya pensado en las víctimas civiles cuando apoyó la invasión de Iraq, ni ha escrito gran cosa sobre ellos desde entonces.
En un entusiasta ensayo en New Yorker en 2006 sobre guerra de contrainsurgencia (COIN), por ejemplo, nunca se mencionan las palabras “víctimas civiles”, a pesar de su carácter central para la teoría, la práctica y la historia de la COIN. Es un hecho que, a medida que la Operación Libertad Duradera emprendía tácticas de contrainsurgencia en 2009, las víctimas civiles en Afganistán aumentaron vertiginosamente. Lo mismo sucedió, en realidad, con las víctimas militares estadounidenses. (Más de la mitad de las muertes militares en Afganistán ocurrió en los últimos tres años.)
Halcones belicistas ‘liberales’ como Packer podrán pensar que WikiLeaks va más allá de los límites, pero realmente, ¿quién ha sido en este últimos años el más imprudente, Bradley Manning -- o George Packer y algunos de sus colegas pro guerra en el New Yorker como Jeffrey Goldberg (quien desde entonces se fue a Atlantic Monthly, donde se dedica activamente a allanar el camino para la guerra contra Irán) y el editor David Remnick?
Think-tanks centristas y ‘liberales’ sin fines de lucro se han mostrado igualmente ciegos selectivamente cuando se trata de la matanza de civiles. Liza Goitein, abogada en el Brennan Center de tendencia ‘liberal’ en la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York, también se ha desquitado con Bradley Manning. En medio de un diagnóstico, que aparte de eso es hábil, sobre la avidez compulsiva de Washington de sobre-clasificarlo todo –el gobierno federal clasifica la asombrosa cantidad de 77 millones de documentos por año– se detiene el tiempo necesario para acusar a Manning de “imprudencia criminal” por poner en peligro a civiles nombrados en los registros de la Guerra Afgana – “una revelación” como dice, “que seguramente pone en peligro su seguridad”.
Vale la pena señalar que, hasta el momento en que Goitein formuló esa acusación, ni un solo informe o comunicado de prensa emitido por el Brennan Center ha llegado a incluir una mención de víctimas civiles causadas por los militares estadounidenses. La ausencia de víctimas civiles es casi palpable en el trabajo del programa “Libertad y Seguridad Nacional” del Brennan Center. Por ejemplo, el informe 2011 “Repensando la radicalización” de ese programa que exploró maneras efectivas y legales de impedir que estadounidenses musulmanes se conviertan en terroristas, no hace ni una sola referencia a las decenas de miles de víctimas civiles bien documentadas causadas en el mundo musulmán por la fuerza militar estadounidense, que según muchos expertos es el principal propulsor de la reacción terrorista. El informe sobre cómo combatir la amenaza de terroristas musulmanes, escrito por Faiza Patel, nacido en Pakistán, ni siquiera contiene, de hecho, las palabras “Iraq”, “Afganistán”, “ataque de drones”, “Pakistán”, o “víctimas civiles”.
Es casi increíble, ya que los propios terroristas han confesado libremente que lo que motivó sus actos de violencia injustificable ha sido el daño cometido por la ocupación militar extranjera de su país o simplemente en el mundo musulmán. Cuando un juez federal le preguntó por qué trató de hacer volar Times Square con un coche bomba en mayo de 2010, el paquistaní-estadounidense Faisal Shahzad respondió que fue motivado por la matanza de civiles que EE.UU. ha causado en Iraq, Afganistán, y Pakistán. ¿Cómo es posible que un informe sobre “repensar la radicalización” no lo mencione? Aunque el Brennan Center hace mucho trabajo de valor, la mención selectiva de víctimas civiles por Goitein es emblemática de una ceguera a las consecuencias de la guerra generalizada en las instituciones estadounidenses.
Denunciantes militares estadounidenses
No cabe duda de que el conocimiento puede tener su riesgo, ¿pero cuántas muertes de civiles pueden realmente ser rastreadas a las revelaciones de WikiLeaks? ¿Cuántas muertes de militares? Hasta donde alguien tenga conocimiento, ni una sola. Después de muchas quejas, el Pentágono ha desmentido silenciosamente –y luego vuelto a desmentir– que exista alguna evidencia de cualquier tipo a que los talibanes hayan atacado a civiles afganos nombrados en los registros de guerra filtrados.
A fin de cuentas, los “graves riesgos” involucrados en la publicación de los Registros de Guerra y de esos documentos del Departamento de Estado han sido ampliamente exagerados. Embarazoso, sí. Una mirada al interior de dos funestas guerras y al funcionamiento de la diplomacia imperial, sí. Sangre, no.
Por otra parte, los graves riesgos que estaban ocultos en esos documentos filtrados, así como en todas las otras distorsiones, encubrimientos, y mentiras de la última década, han sido gráficamente ilustrados en rojo aórtico. La matanza de civiles causada por nuestro ímpetu hacia la guerra en Iraq, y nuestro punto muerto profundamente arraigado en la guerra en Afganistán (y en las áreas tribales fronterizas paquistaníes) no es especulativo o teórico sino demasiado real.
Y sin embargo nadie en ningún sitio ha sido responsabilizado en gran medida: no en la clase política, ni en las fuerzas armados, ni en los think-tanks, ni entre los expertos, ni en los medios. Parece que solo un individuo tendrá que pagar, incluso si él no derramó realmente sangre alguna. Nuestra elite de la política exterior parece pensar que Bradley Manning sirve perfectamente para el papel del chivo expiatorio y de víctima propiciatoria. Es una injusticia.
Algún día, quedará en claro para los estadounidenses que el soldado Manning se ha sumado a las filas de los grandes denunciantes militares estadounidenses como Dan Ellsberg (quien fue primero en su clase en la escuela de entrenamiento de oficiales de marines), del soldado de infantería Ron Riderbough, quien dio a conocer la masacre de My Lai; y de los marineros y marines quienes, en 1777, denunciaron la tortura de cautivos británicos por su comandante políticamente conectado. Esos militares también fueron vilipendiados en su época. Hoy, los honoramos, como un día será honorado el soldado Manning.
Chase Madar
Tom Dispatch
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Chase Madar es abogado en Nueva York, miembro del National Lawyers Guild . Escribe para TomDispatch, la revista American Conservative, Le Monde Diplomatique, London Review of Books, y CounterPunch
Copyright 2012 Chase Madar