Más allá de las situaciones conflictivas entre cónyuges, se encuentra un abismo de posibilidades, temores y dudas, que afecta al núcleo familiar, repercutiendo tanto de forma directa como indirecta en los hijos. Pero, ¿sabemos en realidad las consecuencias que esta situación puede tener en torno a los niños? ¿Cómo les afecta la violencia perversa?
El maltrato hacia los niños
El maltrato psicológico en la familia o violencia familiar, a veces se encuentra camuflado tras la educación, teniendo como objetivo quebrantar la voluntad del niño/a para convertirlo en un ser obediente y dócil. Los niños ante estas situaciones son incapaces de reaccionar, encontrándose bajo la dictadura del silencio debido a la autoridad de los adultos.
El maltrato psicológico dirigido a los niños asoma a través de la violencia verbal, los comportamientos de desprecio, la repulsa afectiva, la educación contradictoria y las exigencias desproporcionadas en relación con la edad del niño.
Este tipo de violencia familiar, que nunca resulta insignificante, puede ser ejercido de manera indirecta o directa.
Las sombras de la violencia indirecta
Este tipo de maltrato psicológico, la violencia familiar, les afecta a los niños de rebote, ya que la violencia se ejerce sobre el otro miembro de la pareja, al que se intenta destruir, salpicando de este modo a los niños.
La destrucción que tiene como objetivo el progenitor agresor, utiliza los medios de la comunicación verbal (desprecios, descalificación total, insultos, mentiras, etc.), como no verbal (muecas, señalamientos, etc.) así como la destrucción de objetos físicos, conductas violentas como golpes, engrandecimiento de los hechos pasados, etc.
Los niños por lo tanto se convierten también en víctimas, porque están ahí y porque de alguna manera se niegan a distanciarse del progenitor agredido. Son testigos del conflicto, recibiendo toda la maldad que la situación conlleva.
Así, los niños comienzan a aislarse, perdiendo la capacidad de individuación, debido a la situación en la que se encuentran inmersos, a la que se suma, la agresividad del progenitor agredido que no ha podido exteriorizar con el agresor, y al vituperio de un progenitor sobre el otro.
Esta situación de aislamiento, puede tener graves consecuencias sobre los niños, ya que si no encuentran por sí mismos un modo de abordarlo, llevaran a su espalda una carga de sufrimiento que reproducirán en otros lugares, con otras personas y en otras situaciones.
Con el paso del tiempo el progenitor agresor, pasa el odio hacia la pareja, a sus hijos también, siendo este por las razones que sean un comportamiento completamente inaceptable.
Las situaciones de ambigüedad que viven los niños, pueden llevarles a su autodestrucción, más tarde o más temprano, debido a la incertidumbre y los momentos de confusión, a los que de una u otra manera son sometidos. La conducta maliciosa, llena de odio, y malas intenciones del progenitor agresor, les introduce en una espiral sin salida en la que los niños lo único que buscan y esperan es el reconocimiento del progenitor que los rechaza. Algo improbable que suceda, pero que presenta unas graves consecuencias, como la interiorización de los niños de una imagen negativa de sí mismos, aceptándola como merecida.
Así, el padre agresor tiene en sus manos un objeto vivo y manipulable, al que puede someter a una gran cantidad de humillaciones, que él mismo pudo padecer años atrás o está padeciendo. Si su hijo manifiesta un comportamiento alegre, o de éxito en alguna faceta, a éste le resulta insoportable, teniendo como una especie de necesidad de hacerle pagar a su hijo el sufrimiento que vive o vivió.
La manipulación de los niños resulta fácil a través del chantaje emocional, pues éstos toleran sin límites, excusan a las personas que aman, y siempre están dispuestos a perdonar a sus padres, asumir la culpa e intentar comprenderlos.
Para los niños, la violencia familiar es una situación muy dificultosa, pues se encuentran bajo las órdenes de un solo progenitor, mientras que el otro, aquel que está agredido de forma perpetua, rara vez puede ayudarles si no es con una escucha cargada de sufrimiento. Incluso, puede agravarse la situación cuando el progenitor que no agrede, se aleja y deja al niño solo para que haga frente al desprecio del otro.
Quizás vemos esta situación como lejana a la realidad, lo cierto es que resulta ser más frecuente de lo que creemos. Por ello, no viene mal, repasar nuestros hábitos y conductas de vez en cuando, con el objetivo de modificarlas si fuese necesario, porque violencia no es solo que levantemos la mano a un hijo, o que lo golpeemos, sino también el acto de humillarlo, criticarlo, y despreciarlo.