Nos han enseñado, que negarse a ofrecer ayuda a los demás significa ser egoístas. Que anteponer las necesidades de quienes nos rodean a las nuestras, nos convierte en “mejores, más buenas, y generosas personas”.
Hemos aprendido, a renunciar a lo que realmente pensamos y sentimos en ocasiones para no dañar ni faltar al respeto a nuestros semejantes, permitiendo que en muchos momentos, abusen de nuestra amabilidad y generosidad hasta el punto de convertirnos en felpudos.
Las personas que se convierten en felpudos, permiten que los demás los utilicen de manera continuada. Pero con el tiempo, las personas “generosas” (que ofrecen su tiempo, su casa, su dinero, su ayuda, que se presentan ante cualquier emergencia o imprevisto), dejan de ser valoradas, y obtienen a cambio una simple sonrisa o un amable “gracias”.
Ser generoso, comprensivo, o bondadoso, son cualidades admirables, siempre que sepamos respetar ciertos límites. Y el límite está en el respeto hacia uno mismo. Debemos respetarnos, primero a nosotros mismos para valorar a los demás. Nuestro hogar, tiempo, dinero, espacio, tiene un valor exactamente igual al de cualquier otro. No es cuestión de egoísmo, sino de valorar con equilibrio nuestro respeto y el respeto ajeno.
Tal vez debamos enseñar a los demás a tratarnos de la misma manera que nosotros les tratamos a ellos. Sin tolerar abusos, ni tener tanta dependencia de las opiniones ajenas. Tratemos de no ser marionetas y aprendamos a decir NO. No podemos hacer multitud de cosas , solo por quedar bien.
Comenzar por practicar a diario con pequeños gestos, (negándote a demandas incomodas, no tolerando chantajes emocionales) etc., hará que ganemos confianza y valor en nuestra persona y alcancemos a corto plazo, una personalidad digna, que evite que se aprovechen o beneficien de nosotros.
Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro, la otra es como si todo es un milagro.
Albert Einstein
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