Todo empezó con su viaje al País del Sol Rojo. Esta historia es de esas pequeñas historias que comienzan y acaban en un mismo día, pero que lo cambian todo. Y uno vuelve a ellas una y otra vez como un ternero sediento de leche...solo para llenarte de gozo y tristeza, todo a la vez. Es como si te rasgaran una venda que has estado llevando delante de los ojos durante toda una vida, o más de una, y el Universo apareciera ante ti encapsulado en una pequeña joya, en una pequeña Flor de Loto. Algo que solo se puede admirar desde la lejanía, pero si algún día lo alcanzas, luego deseas no haberlo conocido jamás. ¿No creéis que el Destino es a veces cruel y se mofa de nosotros? Yo creo que sí. * * * La Joya está en la Flor de Loto. * * * El Sol golpeaba fuertemente la roca pulida por el agua. Los riachuelos jugueteaban entrando y saliendo de los orificios abiertos por el desgaste de hacía ya muchos años. Todos los hilos de agua esperaban impacientes a llegar al lugar de donde nacieron: el gran Lago del Espejo. * * * Miró en Él y tan solo vio el Cielo. * * * Al principio, la joven de cabellos cobrizos, venida desde tan lejos, no se atrevió a romper la tranquilidad de aquel lago que a ella le parecía tan extraordinario... su línea perfecta sin movimiento alguno, su tez de nácar. Mas la superficie plateada parecía repetir solo una frase: “ven, báñate en mi”. No podía distinguir si la voz asexuada provenía de las profundidades del lago o si vibraba en su cabeza como un péndulo: va-y-viene-va-y-viene-va-y-viene-va-y-viene. Bá-ñateen-mi-bá-ñateen-mi-bá-ñateen-mi. * * * Entonces, Él la miró desde lo alto y vio a una Flor. * * * Obedeciendo a la voz, se sumergió en la plata y nadó hasta el fondo, descubriendo que podía respirar. Acarició la fina capa de piedra y se sentó un rato para meditar en tan insólito lugar, sintiéndose afortunada de poder ver tal maravilla de la naturaleza. Pasado un rato, subió de nuevo a la superficie y respiró hondo, tan hondo como nunca lo había hecho. Fue entonces cuando le vio, a Él. Él estaba de pie, junto a la orilla, con sus finos dedos dentro del agua, mirándola a ella. Nunca nadie la había mirado así...¿se puede tocar solo con la mirada? ¿Acariciar? ¿Besar? Todas esas cosas son las que sintió ella bajo su mirada y sintió temor, ternura, anhelo por algo que no conocía. Sin darle tiempo a reaccionar Él comenzó a caminar lentamente hacia ella. De repente ella también pudo tocar el fondo del lago con sus pies, no entendía nada. ¿Podía ser que nada escapase a la voluntad de Él? Quiso dar un paso atrás pero su mirada la retuvo. En sus ojos negros no vio maldad alguna, pero si un irrefrenable deseo. ¿Serían sus ojos o el reflejo de los suyos propios? Seguramente, ambas cosas. Se preguntaba por qué llevaría la piel pintada de azul... ¿quizás por motivo de alguna celebración local? * * * La Joya está en la Flor de Loto. * * * Debajo del agua Él cogió su mano en la suya y se la llevó a la frente para luego juntar la suya propia a la de ella. Así, frente con frente y con las manos entrelazadas permanecieron un tiempo, el tiempo suficiente para que el corazón de ella dejara de latir más fuerte que de costumbre, para que su respiración volviera a su estado normal. Cuando dejó de preguntarse qué estaba pasando, por qué este desconocido la había abordado con tal seguridad en sí mismo, por qué la pintura de su cuerpo no se desvanecía en contacto con el agua, por qué no había salido corriendo, por qué el lago era ahora menos profundo que antes...cuando por fin estuvo su mente en calma, cuando no hubo ningún pensamiento que interrumpiera la paz del lago, entonces comprendió la naturaleza del ser que tenía delante. * * * La Paz está en la Flor de Loto. Dong! * * * Empezó a sentir cómo el agua alrededor de ambos empezaba a girar en un remolino. De la manera más suave y dulce que ella hubiera podido imaginar, Él la cogió por la cintura con uno de sus brazos y la acercó a su pecho. Con la otra mano le cogió la suya y entrelazó los dedos con los de ella. Ahora estaban girando igual que el agua, o el agua les hacía girar, poco importa. Su mirada se volvió más intensa aún, si eso es posible y tuvo que cerrar los ojos y verle tan solo a través de sus sentidos restantes: el tacto, el olfato, el oído y el gusto del agua dulce en su paladar. Él cerró sus ojos también, ahora giraban más deprisa. No sabía si era el agua la que aún rozaba su piel o era la brisa, había dejado de estar atenta a todo excepto su pecho. Giraron y giraron, quién sabe si se elevaron al espacio o si las aguas del lago se evaporaron. Pero lo que sí es cierto es que las puertas del Cielo se abrieron durante unos instantes: Él, su pecho se iluminó emanando una luz blanca pura que fue directa al corazón de ella. Ella recibió la luz con los párpados húmedos de lágrimas. Abrió los ojos pero solo pudo ver una gema con miles de pequeñas flores de loto dentro de ella, aunque a lo mejor tan solo era una sola. Poco a poco el rayo de luz que la atravesaba fue desvaneciéndose y Él la meció como un aya en sus brazos, hasta que de nuevo su respiración se calmó, volviendo a su estado original. Ahora, totalmente abrazados, el remolino fue cediendo voz al silencio y ella se encontró con sus manos entrelazadas en su larga y negra melena; se sintió como un sauce que intenta abrazar al viento con sus ramas, pero se le escapa: Melancolía, anhelo! Al abrir los ojos se encontró con los de Él. Frente con frente, mano con mano, pecho con pecho. Volvió a cerrar los ojos, quería disfrutar de la sensación de estar en otro mundo, un mundo mejor, sin ruido, sin pensamientos, solo el sonido de las hojas de un sauce en la brisa y la suavidad de una piel azul. * * * La no-mente está en la Flor de Loto. * * * De nuevo sintió la plata líquida en su piel. Abrió los ojos y allí estaba ella. Ella sin Él. Dong! * * * El tren estaba en la estación, el revisor llamaba “pasajeros al tren” y hacía sonar su silbato. La locomotora ya estaba caliente, carbón ardiendo, lista para marchar. Oyó al revisor gritar: “¡última llamada, todos los pasajeros al tren!”. Las ruedas empezaron a girar, despacio al principio, más ligeras después. Se asomó por la ventana y al ver el Sol Rojo tras aquellas inolvidables montañas de roca pulida, con sus escondites y recovecos, con sus riachuelos de agua y lágrimas de plata, supo que algún día le enseñaría a su hijo la luz de ese sol. Ese hijo que le había sido entregado en el Lago del Espejo, ¿tendría la piel azul él también?. Dong! Caterina Zamora