¿La locura existe más allá de su definición social? Es probable que no, y
que el diagnóstico sea otro de los síntomas de una sociedad empeñada en
apartar y recluir lo que no entiende.
La salvación no me interesa. Ni la
propia ni la ajena. A lo más, puedo decir que me gustaría evitar el
sufrimiento propio y de quienes me importan. Por mera probabilidad asumo
que entre menos crueldad haya en el mundo, menos probable es que me
toque a mí o a quienes quiero. Comoquiera, a ratos me pregunto si hay
algo en el sufrimiento ajeno que produzca un retorcido consuelo. Como si
por mera substracción me considere librado de ese sufrimiento que
padece el otro, al menos por ese momento. Es estúpido, sí, pero muy poco
de mi cerebro humano funciona estrictamente de acuerdo a la razón.
Quizás sea por irracional que la salvación no me interesa. Quizás no.
El DSM-V, además de ser muy útil para
cualquier escritor a la hora de diseñar personajes, se usa como guía
para realizar diagnósticos psiquiátricos. En otras palabras, este Manual Estadístico y de Diagnóstico de Desórdenes Mentales,
se considera una autoridad a la hora de evaluar la conducta y
determinar el estatus de la sanidad mental de alguien. Veinte años
después del manual previo, el DSM-IV, esta versión enchulada presenta
todo un arcoíris de nuevas patologías y síntomas. También ha modificado,
de modo muy sensato, cabe señalar, algunas categorías y criterios de
diagnóstico. Sin embargo, es, en cierto sentido, la nueva moneda de la
salvación. La salud mental se considera desde muchos ángulos la medida
de la felicidad y del modo adecuado de estar en el mundo. Por ello, no
sobra preguntar cuánto de la psiquiatría no será también un intento por
consolarse con el sufrimiento ajeno. ¿Acaso la locura ajena es indicador
de la sanidad propia? Resulta evidente que no, pero eso no quita
relevancia a la pregunta.
¿Pero sino por las conductas bizarras de
otros, qué es la locura? ¿Es una distorsión de la mente ante la
realidad (y alguien sea tan amable de definir “realidad”)?; ¿o será, tan
solo, una interpretación de la conducta según cierta sociedad humana?
El primer caso se basa en la claridad de la cognición, y supone
distinguir los hechos de la especulación. El segundo caso, en cambio, si
bien incluye estas variantes, inserta también una cosmovisión: una
versión del mundo y del humano. La pregunta es, entonces: ¿existe tal
cosa como la locura fuera de la sociedad humana? Y es una pregunta boba,
como un koan Zen pintado en un cuadro chic en el baño de un
café. Resulta de poco provecho preguntarse sobre la esencia absoluta de
cualquier concepto. Digo, ni que estuviésemos por fuera o por encima de
nuestras vidas.
Stultifera navis, El Bosco (1495)
Por ello es mejor contemplar algo relativo, como, por ejemplo aquella novela de Ken Kesey One Flew Over the Cuckoo’s Nest, también conocida en español como Atrapados sin salida. Y
no hace falta ser maestro Zen para deducir que me refiero a la película
(1975) y no al libro (1959). En la cinta, Jack Nicholson actúa como
Randle Patrick McMurphy, un tipo que se hace pasar por “loco” para se
admitido a un psiquiátrico, con tal de evitar ir a prisión por estupro.
Por más peculiar que pueda parecer su personaje, resulta, más bien, un
tipo mañoso que, digamos, alguien dado a conversar con sus heces a la
entrada del palacio de gobierno (cosa que además seguro ya es un
performance de arte conceptual en algún sitio). La trama se enreda y
McMurphy, más por la antipatía de una enfermera y los médicos que,
acaso, por falta de sentido común, termina con una lobotomía. No
importó, jamás, si estaba o no loco, el mero hecho de estar en un
psiquiátrico bastó para que se le diagnosticara, medicara y operara.
En 1973 David Rosenhan elaboró un experimento, no solo una ficción torno a este fenómeno, intitulado: On Being Sane in Insane Places. Él
y 7 colaboradores simularon tener alucinaciones auditivas para ser
ingresados a distintos institutos psiquiátricos. Seguro existen mejores
maneras de pasar el verano que en un psiquiátrico por convicción, pero
Rosenhan quiso establecer un sesgo de confirmación dentro del
diagnóstico psiquiátrico. Es decir: si estás internado en un
psiquiátrico (contexto) es prácticamente imposible que no crean que
estás loco. Rosenhan y sus colaboradores tenían la instrucción de,
primero decir que escuchaban una y otra vez la palabra “thud” [ruido
sordo], para luego, al ser admitidos, dejar toda simulación y conducirse
como lo harían normalmente, indicando al staff que ya no escuchaban esa
voz. La mayoría estuvieron internados, sin poder salir, alrededor de 20
días. Solo fueron liberados bajo la obligación de aceptar su
diagnóstico (esquizofrenia) y de continuar tomando el medicamento.
Rosenhan publicó sus resultados, describiendo, en algunos casos, el
maltrato que recibían algunos pacientes por parte de los empleados del
hospital.
El experimento demostraba algo terrible:
el diagnóstico cancela la credibilidad. Es decir, quien es ingresado a
un psiquiátrico pierde el peso de su propia palabra —aunque se trate con
sus impresiones y vivencias personales y subjetivas—. La APA (American
Psychiatric Association) puso el grito en el cielo; ofendidos,
quisieron invalidar, también, el experimento de Rosenhan. Se quejaron
sobre sus métodos y sobre la falta de ética en su experimento, pero no
pudieron invalidar los resultados, ya para entonces públicos. El
director de un psiquiátrico lo retó a enviar, durante tres meses, falsos
pacientes, a fin de que pudiesen demostrar su capacidad de diagnóstico.
Rosenhan, por supuesto, aceptó el desafío. Pasado el plazo, el director
de dicho hospital declaró, con jactancia, que habían detectado a 41
impostores. Rosenhan, tranquilamente le aclaró que jamás envío a una
sola persona. Ouch. Rosenhan – 2 – infalibilidad del diagnóstico
psiquiátrico – 0.
No estoy por avocar contra la
psiquiatría o de sus fármacos –ni que fuera Tom Cruise en Oprah a punto
de demostrar cuánto necesita un Risperdal—. He sido testigo de los
beneficios de las intervenciones químicas y de los tratamientos
psiquiátricos. Mejor aún si se acompañan con alguna forma de terapia o
análisis, son de gran utilidad y alivio. Lejos de estar contra de
cualquier avance de la ciencia, pienso que la psiquiatría necesita
apegarse más al método científico. En este sentido requiere estar
dispuesta a cuestionar el sesgo de confirmación que puede generar el
método diagnóstico al que recurren, tanto como cuestionar la relación
que existe entre la industria farmacéutica y manuales como el DSM-V. A
la par, nosotros podemos indagar sobre el uso popular de términos
clínicos y la facilidad con que psicopatologizamos nuestras
conductas (o las ajenas). Ahora resulta que toda repetición es TOC y que
toda distracción es ADD, o que un gesto de introversión es ya alguna
suerte de autismo. Pero que sea una reflexión sin alarmismos, paranoias,
conspiraciones o purismos chafas (que muy rara vez son otra cosa que un
intento por mostrar alguna forma de superioridad moral, para estar por
encima o por fuera de una situación). Solo ciencia para el progreso,
para el alivio, en este caso, de los padecimientos mentales. Sálvese
quien pueda. Sálvese quien quiera.
Al servicio de quizás