Dos días después del sorpresivo arribo del Edward Snowden al aeropuerto
internacional de Sheremetievo, en Moscú, el presidente ruso, Vladimir
Putin, rechazó ayer la exigencia formulada la víspera por Estados Unidos
de que extraditara al ex contratista de la NSA, quien filtró datos
sobre un programa de espionaje telefónico y cibernético del gobierno
estadunidense contra millones de personas de muchos países. El
mandatario ruso calificó de desvaríos y tonterías las presiones
ejercidas por la Casa Blanca sobre el Kremlin, en reclamo por la
extradición de Snowden; por su parte, el ministro ruso del exterior,
Sergei Lavrov, dijo que son infundados e inaceptables los intentos de
acusar a Rusia de haber violado las leyes de Estados Unidos, y casi de
haber urdido un complot, todo ello acompañado de amenazas contra
nosotros.
Más allá de lo coyuntural, el desusado tono enérgico
empleado por Moscú es indicativo de una tensión creciente en las
relaciones bilaterales entre la Casa Blanca y el Kremlin, así como de un
evidente malestar del segundo por la constante hostilidad y el maltrato
de que ha sido objeto en los últimos años.
En efecto, aunque los
gobiernos postsoviéticos de Moscú, encabezados por Boris Yeltsin,
Dimitri Medvediev y el propio Vladimir Putin, hicieron cuanto pudieron
por ser admitidos como socios y aliados de Occidente, Estados Unidos ha
seguido tratando a Rusia como enemigo potencial. Ejemplos de tal actitud
son el empeño de la Casa Blanca en instalar un escudo antimisiles en
Europa oriental (en tiempos de George W. Bush); sus pretensiones de
extender la Organización del Tratado del Atlántico Norte a las fronteras
rusas, con la incorporación de Georgia y Ucrania; su decidido impulso a
la independencia de Kosovo, y las recientes condenas contra el Kremlin
por el apoyo brindado al régimen encabezado por Bashar Assad, en el
contexto de la guerra civil que se desarrolla en territorio sirio con la
intervención cada vez más clara de Washington y sus aliados.
Según
puede verse, las improcedentes presiones ejercidas por Washington para
forzar la extradición de Snowden han terminado por colmar el vaso de las
tensas relaciones entre ambos países. En ese sentido, la reacción y el
tono empleado por Putin y por su canciller, aunque desusados, resultan
previsibles y explicables.
Tales reacciones no son positivas ni
deseables, en la medida en que incrementan los focos de tensión
potencial entre Rusia y Washington y hacen evocar la dinámica de
confrontación bipolar que imperó en tiempos de la guerra fría y que se
creía superada. En la hora presente, sin embargo, la reactivación de
esos roces diplomáticos se debe, más que a la crispación internacional
generada por el caso de Snowden, a la arrogancia de Washington y a su
falta de capacidad o de voluntad para comprender un orden multipolar
contemporáneo en el que se han multiplicado los contrapesos a los
intereses hegemónicos de la superpotencia.
Editorial de La Jornada
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