ENTRE EL AYER Y EL HOY
Cuando era una joven de pelo largo, con alguna que otras trenzas improvisada amarrada de flores silvestres para que me hiciera pensar que era parte de la tierra, con vestidos de colores vivos que se arrastraban por el suelo (para clavar mis pies y los sentidos al sinsabor). Con aros de plumas y defensora de mis propias ideas, nunca de otros.
Cuando izaba banderas de territorios que consideraba defendieran y protegieran a los que no tenían puerto. Cuando pasaba horas tirada en la tierra mirando las estrellas imaginando cuantos universos había tras cada una de esas puertas milagrosas. Cuando luchaba en silencio, pero sin desfallecer (para que nunca se me acabara la fuerza), por los que tenían menos que yo, cuando creía que haría camino, cuando desandaba el tiempo alrededor de una fogata en alguna de las playas de este largo país, mi país, que es todos los países del mundo, los países que visten este maravilloso planeta, este único y milagroso planeta, abrazaba mi guitarra y cantaba con el alma.
Es por eso, que lo que me reste de vida, de tiempo, he de seguir manchando mis dedos con la tinta que tiñe mis dedos. He de escribir, gritar con la letra que duerme por los que no pueden hacerlo, por los que no tienen voz, por lo que deben escuchar nuevas verdades sin importar que las palabras hagan yaga o abran nuevos caminos en los surcos de mis ojos ¿qué importa si con eso logramos que un pan entre a una boca, o una idea salga de una cabeza inteligente?
Hoy a pesar de todo lo malo y la gran cantidad de lo bueno, comprendí que la felicidad se mide en los momentos en que estamos conscientes que existimos y de lo mucho o poco que podemos hacer por el que no tiene nada y posee tanto.